Mientras Turquía espera su ingreso en la UE

Centenario del genocidio armenio

El 24 de abril de 1915 fueron detenidos en Estambul 235 líderes de su numerosa comunidad armenia, ampliándose a un total de 600 en los días siguientes. Docentes, políticos, intelectuales, artistas, periodistas… todos ellos serían deportados a Ankara y ejecutados en tránsito.

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Pero, ¿hubo un genocidio?

No era la primera vez que el pueblo armenio era agredido por sus gobernantes turcos. Destaquemos que, entre otras, de 1894 a 1897 unos 300.000 armenios fueron masacrados bajo el mandato del sultán Abdul Hamid II; obsesionado con el delirio de una supuesta nación armenia que llegara a traicionar a su imperio. En 1909 se reprodujeron las matanzas, circunscritas a la provincia de Adana, en la que fueron asesinados, según las fuentes, no menos de 15.000 y un máximo de 30.000 armenios.

Pero aquellas detenciones, perpetradas aquel aciago 24 de abril, fueron el inicio de una operación cuya envergadura real desbordaría todos sus precedentes. Así, esa actuación policial fue el pistoletazo de salida del primer genocidio moderno: el perpetrado por el gobierno de los Jóvenes Turcos contra la comunidad armenia en un intento de extirparla por completo, por entender que no tenía cabida en su proyecto de nación homogénea racial, cultural y religiosamente.

El genocidio fue planificado y ejecutado en diversas fases. En unas pocas jornadas todos los reclutas armenios del ejército turco, unos 60.000, fueron desarmados, fusilados y enterrados en fosas comunes.

Y se emitió una «Ley de Traslado y Reasentamiento» que se aplicaría a toda la población civil: los varones adultos serían fusilados, deportándose inmediatamente, sin cargar medios de supervivencia, niños, mujeres y ancianos. Huelga decir que todas sus posesiones y propiedades fueron expoliadas sin indemnización alguna. En el curso de las «marchas del hambre», dirección a Mesopotamia a través del desierto sirio, murieron en su mayor parte; sufriendo el robo de sus mínimas pertenencias y siendo violadas mujeres y niñas por gendarmes que les vigilaban y bandas de forajidos kurdos, circasianos y turcos.

El número total de víctimas sigue siendo objeto de controversia. El propio Recep Tayyip Erdogan reconoció, hace un año, en un amago de justificación, que serían menos de 500.000 en el contexto de la guerra y el hambre, lo que habría afectado a otras minorías no musulmanas. Y, ciertamente, no menos de 250.000 cristianos asirios perecieron en condiciones análogas (en un genocidio inédito en España, no existiendo apenas fuentes documentales en castellano); además de varios millares de griegos pónticos y cristianos de rito siríaco. Otras fuentes elevan la cifra de víctimas armenias hasta los dos millones; si bien las más documentadas coinciden en fijar su número en torno a 1.500.000. En cualquier caso, un genocidio en toda regla.

Excepcionalmente se produjeron algunos movimientos de resistencia armada. Entre ellos, el que mayor trascendencia alcanzó fue la gesta conocida como Los cuarenta días del Musa Dagh, narrado por el escritor austríaco de origen judío Franz Werfel, cuya lectura inspiraría la resistencia de los defensores del ghetto de Varsovia. Tras varios intentos acaecidos en los años 30, frustrados por presiones turcas, fue llevada al cine en 1982.

Fueron testigos de aquella hecatombe, además de un par de escasos cientos de miles de supervivientes desperdigados por  Líbano, Francia, Argentina, Estados Unidos, Unión Soviética, etc., varios diplomáticos occidentales y algunos religiosos extranjeros. Entre todos ellos se elaboró una contundente documentación integrada por diversa colecciones fotográficas, crónicas personales, memorándums oficiales, etc. Deben destacarse los informes de diplomáticos y militares alemanes allí desplegados; aliados en aquellos momentos de Turquía.

El estado actual de la cuestión

A día de hoy, después de la Shoah, es el genocidio más estudiado por historiadores y juristas, siendo así calificado por 23 gobiernos de todo el mundo, destacando Rusia y varios países europeos e hispanoamericanos. Chipre, Eslovaquia, Grecia y Suiza, por su parte, han prohibido penalmente la negación del genocidio. Y Francia lo intentó pero, finalmente, lo impidió su Tribunal Constitucional.

El gobierno norteamericano, por su parte, no lo ha reconocido; si bien 44 de sus Estados ya lo han hecho. De hecho, el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, en su comunicado por el 24 de abril afirmó que «Este año conmemoramos el centenario del Meds Yeghern (Gran Matanza, en armenio), la primer atrocidad masiva del Siglo XX»; evitando, no obstante, la palabra «genocidio». Y continuó asegurando que «He declarado consistentemente mi propia visión de lo ocurrido en 1915, y mi punto de vista no ha cambiado (…) Celebramos las expresiones del Papa Francisco, de los historiadores turcos y armenios y los muchos otros que han tratado de arrojar luz a este oscuro capítulo de la historia». Sin duda, no quiere herir la delicada y característica susceptibilidad de sus aliados turcos.

Pronunciamientos recientes

Acaso el pronunciamiento más enérgico y mediático fuera el que pronunció el Papa Francisco, el 12 de abril, previamente al inicio de la eucaristía conmemorativa de los mártires armenios. Del mismo destacamos las siguientes palabras: «También hoy estamos viviendo una especie de genocidio causado por la indiferencia general y colectiva, por el silencio cómplice de Caín que exclama: ´¿Y a mí qué me importa? ¿Soy yo quizás el guardián de mi hermano?´. La humanidad vivió en el siglo pasado tres grandes tragedias y sin precedentes: la primera se considera generalmente como ´el primer genocidio del siglo XX´ (Juan Pablo II y Karekin II, Declaración Conjunta, Etchmiadzin, 27 de septiembre de 2001). Esa ha golpeado a vuestro pueblo armenio, la primera nación cristiana, junto a los católicos y los ortodoxos sirios, asirios, caldeos y griegos. Fueron asesinados obispos, sacerdotes, religiosos, mujeres, hombres, ancianos y niños e incluso enfermos e indefensos. Los otros fueron los perpetrados por el nazismo y el estalinismo. Y más recientemente, ha habido otros exterminios de masa, como en Camboya, Ruanda, Burundi y en Bosnia. (…) Recordarlos es necesario, más aun un deber, porque donde no subsiste la memoria, significa que el mal todavía mantiene abierta la herida. ¡Ocultar o negar el mal es como dejar que una herida siga sangrando sin curarla!».

Las autoridades turcas reaccionaron virulentamente con duras palabras de condena en una nota gubernamental, el anuncio de diversas medidas diplomáticas de represalia y llamando a su embajador en el Vaticano y al propio Nuncio a consultas.

El último 15 de abril, el Parlamento Europeo aprobó por unanimidad, incluidos los europarlamentarios españoles, una resolución por la que se pedía a Turquía el reconocimiento del genocidio armenio, asumiendo su pasado, abriendo así el camino a la reconciliación entre ambos pueblos. Reclamó, igualmente, la apertura de la frontera entre ambas naciones, así como un inventario del inmenso patrimonio cultural y religioso armenio, destruido o dañado en el siglo XX, en parte todavía en pie.

El presidente de Alemania Joachim Gauck, por su parte, también empleó el término «genocidio» en una declaración efectuada el jueves 23 de abril; un relevante cambio político y diplomático. Incluso se planteó que «En este caso [refiriéndose a su papel en la Primera Guerra Mundial], los alemanes debemos afrontar el pasado para ver si de hecho hay una responsabilidad compartida, incluso hasta complicidad, en el genocidio de los armenios», llegando a afirmar que las fuerzas alemanas estuvieron involucradas en la planificación y la implementación de las deportaciones.

Los armenios, de nuevo, perseguidos

Pero, de nuevo, otra terrorífica guerra, la que se viene desarrollando en Siria e Irak en buena medida fruto del torpe e injustificable intervencionismo yanqui, también persigue al pueblo armenio y sus descendientes.

Así, en la ya mencionada Siria vivían, antes del inicio de la mal llamada guerra civil, unos 120.000 armenios; 80.000 de ellos en la martirizada y milenaria ciudad de Alepo. En su mayor parte ya han abandonado el país. También los terroristas de ISIS quieren eliminar hasta el mismísimo recuerdo del genocidio y de la presencia armenia. De este modo, el 21 de septiembre de 2014, militantes de ISIS destrozaron el memorial del genocidio de la Iglesia de los Santos Mártires, que albergaba restos de innumerables víctimas, situado en el desierto de Der Zor, al noreste de Siria; precisamente allí, donde cientos de miles de armenios murieron a partir de 1915 -de hambre, sed y malos tratos- en la deportación.

Por lo que respecta a Irak, unos 22.000 armenios permanecían en el país del Tigris y el Éufrates antes de la nueva fase de la guerra civil, en esta ocasión desatada por ISIS; principalmente en las ciudades de Bagdad, Basora, Kirkuk y Mosul. Pero han sido forzados a emigrar en su inmensa mayoría. También en Irak los terroristas quieren borrar su presencia humana y material. Un ejemplo paradigmático de ello fue la destrucción de la iglesia armenia Surp Echmiadzín de Mosul, inmediatamente fuera tomada esa localidad por ISIS el 10 de junio de 2014.

El tozudo negacionismo turco

A pesar de tan relevantes movimientos políticos y actividades conmemorativas, el gobierno turco persiste en su cerrado negacionismo. Es más, su presidente, en una reflexiva actitud provocativa, invitó a Ankara a 100 líderes mundiales –entre ellos al presidente armenio Serzh Sarkisian- precisamente este 24 de abril para conmemorar la batalla de Galípoli, en la que el Imperio otomano derrotó a las fuerzas aliadas en 1915 en la Primera Guerra Mundial. Entre los que han confirmado su asistencia figuran el príncipe Carlos de Inglaterra, heredero de la Corona británica, y los primeros ministros de Australia y Nueva Zelanda; representantes de unos países que dejaron sobre el terreno decenas de miles de bajas en aquellos combates que inmortalizara el film australiano de 1981 protagonizado por Mel Gibson.

El pueblo armenio, los descendientes de los supervivientes del genocidio y sus representantes nacionales y comunitarios, no piden territorios. La suya es, ante todo, una reivindicación moral. Reclaman reconocimiento y una dificilísima e improbable reparación material. Y la salvaguarda de sus cientos de iglesias abandonadas en tierras turcas… En suma: memoria, reparación y justicia. ¿Les suena?

 

Descarga gratuita del libro Genocidio Armenio: http://www.genocidioarmenio.org/inicio/

 

 

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