El pasado fin de semana ha tenido lugar en Madrid la que posiblemente haya sido la mayor concentración de heroísmo y decencia que se haya dado en nuestro país desde hace muchas décadas. Me refiero, por supuesto, al congreso internacional sobre libertad religiosa «Todos somos nazarenos», celebrado entre los días 17 y 19 de abril.
Obispos de comunidades mártires, expuestos ellos mismos al martirio, como el Patriarca de Antioquía o el Arzobispo de Kirkuk; gentes de bien con una condena a muerte pesando sobre sus hombros por el delito de haberse convertido del islam al cristianismo, como Suwaiba Sarah o Joseph Fadelle; la familia de la valiente Asia Bibi, encarcelada desde hace ya más de seis años, y condenada a la horca en Pakistán por un supuesto delito de blasfemia, misioneros en tierras del «Estado Islámico», periodistas comprometidos con la denuncia del genocidio de los cristianos, etc. etc.
Aún no salgo de mi asombro al pensar que un encuentro así haya sido posible en España. Precisamente en España, donde la cobardía, el sanchopancismo, la corrupción y la negación de todo lo valioso y grande de nuestro pasado se ha convertido entretanto en una segunda naturaleza.
De quedar en “Estepaís“ un resto de vergüenza más o menos detectable, el contacto con los participantes del congreso hubiera podido ser letal. Si cabe morir de vergüenza, ésta hubiera sido una ocasión para ello.
Pero no debemos preocuparnos: muchos velan en la sociedad española para evitarnos (y evitarse) tales peligros. De ahí que el congreso internacional sobre libertad religiosa «Todos somos nazarenos», celebrado en Madrid, haya pasado prácticamente desapercibido.
Es preciso evitar todo contacto con los héroes: con los que se toman demasiado en serio su fe, hasta asumir la posibilidad del martirio. ¿Podrían ser contagiosos? No es probable, dada la diferencia esencial entre su naturaleza y la nuestra. Pero por si acaso...
Apuntar que la gran mayoría de la población ni siquiera supo del evento, sería escribir una frase innecesaria de pura obviedad. Pero también hubo quienes sí estaban informados y procuraron con diligencia no aparecer por allí. Baste, a modo de curiosidad, mencionar que el siempre cauteloso y prudentísimo episcopado español se consideró suficientemente representado enviando a un único obispo auxiliar. Por lo visto, el interés por el ejemplo de sus hermanos de Oriente Medio es más bien limitado.
―Ah, pero, ¿no apareció por allí el obispo de todos, el de estar con todos?
No, según cuentan. Pero no me interrumpa el lector con detalles particulares. Pues lo interesante es describir la tónica general. Y es que, por ejemplo, durante la intervención del marido de Asia Bibi no había en todo el auditorio ni un solo clérigo reconocible como tal.
―Es extraño.
No. No es extraño: es España. O quizás habría que decir mejor: es Occidente. El clero de Occidente, o la sociedad de Occidente, como prefiera interpretarlo.
Y, por cierto, ya que estamos con la familia de Asia Bibi, le supongo enterado de que antes de venir al congreso de Madrid pasaron por Roma. No para hacer turismo, evidentemente, sino para ser recibidos por un Gran Personaje. Por desgracia, el Gran Personaje debía de estar ocupadísimo ese día, y sólo pudo dedicarles un saludo de quince segundos, sobre la marcha. Tal vez no se merecían más.
―O tal vez, el peligro de contagio...
Impertinente lector, me ha hecho perder el hilo por completo con sus interrupciones. ¿Por dónde íbamos?
―Estaba usted escribiendo un artículo sobre mártires...
Sobre mártires y felones, sí. En eso estaba.
―¿Y felones? ¿Con «efe»?
Es inútil. Creo que será mejor que lo dejemos.