El debate entre Miguel Arias Cañete y Elena Valenciano de hace unos días fue una apoteosis de la insignificancia. Fue de bajo nivel. Muy bajo. El más bajo desde los años veinte, probablemente.
A la izquierda española siempre se le ha dado muy bien embarrar el campo antes del partido. Con estiércol, preferentemente. Es una especie de pulsión congénita que le aflora siempre en los momentos de zozobra, desde la revolución del 34 hasta el dóberman felipista. Ahora ha vuelto con el “machismo” de Arias Cañete, que ha terminado convirtiéndose en argumento único de la campaña electoral del PSOE hasta el punto de propiciar un vídeo que viene a ser la quintaesencia de los delirios ideológicos de nuestra progresía. Parece ser que las mujeres españolas viven esclavizadas porque su vientre está en manos del malvado Arias Cañete, siniestro macho patriarcal. Ese es el mensaje que el PSOE propone para la España europea. Vomitivo festival de demagogia.
La izquierda embarra, cierto, pero al PP tampoco le faltan talentos a la hora de chapotear en todos los charcos. No sé cómo se las arregla esta gente para terminar dejando siempre que la izquierda lleve la iniciativa. La debilidad argumental del PP es directamente proporcional a su petulancia. Petulancia de tecnócrata es lo que ha llevado a Arias Cañete a la perdición pública (incluso si gana las elecciones), y petulancia de sátrapa con muchos títulos y pocas ideas es lo que está trasladando el Gobierno en sus mítines. La vice Soraya vocea por esas plazas de Dios –o del Sacro Estado Laico- que Mariano Rajoy es “el hombre que ha salvado a España”. Con un par. Y lo dice ante una sociedad que no baja de los seis millones de parados. Lo peor es que aún habrá parados que se sientan realmente “salvados” por Mariano.
Apoteosis de la insignificancia. Bajo nivel. Muy bajo. El más bajo desde los años veinte, probablemente. Y no salvemos de la quema –de la falla, si se prefiere- a los nacionalistas, que en sus miras no vuelan más alto que los demás. En Cataluña, los separatistas han acostumbrado a su gente a una visión paranoica de la existencia colectiva según la cual todo el mundo conspira siempre contra la heroica nación catalana, e incluso el anticiclón de las Azores debe de ser producto de una turbia conspiración meteorológica. Y en el País Vasco, donde la mayoría social ha terminado cediendo a la brutal maceración de cuarenta años de violencia, se ha instalado un auténtico voto cautivo que ve en el nacionalismo la única vía para no desayunarse un muerto todos los días. ¿Exagero? No. Era su estrategia desde hace tiempo y ha terminado teniendo éxito. Son otras formas –más cainitas, más canallas- de demagogia.
¿Cómo extrañarse de que el ciudadano común esté asqueado? ¿Cómo extrañarse de que una mayoría notable de los españoles esté acariciando con gusto la idea de no acudir a votar? Quedan, sí, los pequeños: Ciudadanos, Podemos, UPyD, Vox, Impulso Social… Para muchos, son la única oportunidad de regenerar el sistema. A lo mejor es cierto. Pero la pregunta es si de verdad vale la pena regenerar esto o si, más bien, habría que optar por rectificarlo de arriba abajo. ¿Están los pequeños por la labor? En este sentido, la cuestión europea –de la que, por cierto, ya casi nadie habla- es un termómetro muy elocuente. Ninguno de los partidos del sistema lo confesará, pero el hecho es que buena parte de nuestra actual parálisis procede precisamente de la apuesta europea: la ausencia de un proyecto nacional en España desde hace treinta años, igual que la incapacidad para gobernar los desajustes interiores de nuestra economía, son fruto de una política que PSOE y PP comparten y que consiste en subordinar cualquier expectativa de futuro a las directrices europeas. ¿Y sobre esto qué dicen los partidos pequeños? Hasta donde sabemos, UPyD, Ciudadanos y Vox suscriben los tratados de Mastrique y Lisboa a pies juntillas, Podemos le añade el adorno de una multiplicación del gasto público (que pagarán los generosos alemanes, ¿verdad?) y sólo Impulso Social se pronuncia por un retorno al ideal comunitario primigenio, es decir, un mercado común sin pérdida de soberanías nacionales (tal vez por eso todo el mundo está silenciando a Impulso Social). O sea que a efectos reales, y con esa última excepción, cabe preguntarse hasta qué punto los partidos pequeños son de verdad una alternativa.
Lo peor es que da igual. A estas alturas ya todo el mundo sabe que a los españoles, muy mayoritariamente, Europa les importa un bledo, como de hecho les importa un bledo España. Quedan minorías conscientes, sí; tan lúcidas como exiguas. Los partidos del sistema lo saben. Y las temen. Por eso optan por jugar a peleas de barro, olvidarse de “Europa”, centrar el discurso en querellas interiores lo más pedestres posible y, por esa vía, tratar de movilizar a una masa cuyo voto es lo único –repito: lo único- que puede aún conferir cierta legitimidad a este descabellado teatro. La función es tan mediocre, tan pobre el argumento y tan desgarbadas las interpretaciones, que los actores, sobre el escenario, rompen a enseñar vergüenzas y a arrojarse calderos de heces, a ver si así consiguen despertar al público. Pero el público no se ha dormido. Simplemente, ya no le interesa la representación. Y está abandonando la sala. Frecuentemente, con náuseas.
© La Gaceta
Recordemos que el próximo viernes 30 de mayo, José Javier Esparza será el invitado de una de las Cenas--Coloquio organizadas por El Manifiesto. Más información aquí.