Chatarra

Los tanques españoles destinados a defender la dictadura de Kíev han sido sustituidos por los M-113 de transporte de tropas, armamento de la última generación en la guerra... de Vietnam.

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Los leopardos españoles ni corren, ni cazan, ni rugen. Los leopardos españoles están afónicos, con los colmillos mellados y los andares patizambos. Como todas las engoladas y solemnes declaraciones del doctor Antonio,[1] sus gattopardos rampantes, esos que iban a correr por las estepas de Ucrania en auxilio de su amigo Zelenski, tan sólo fueron una pomposa mentira. Estamos más que acostumbrados a ver cómo Antonio hace el ridículo —esta misma semana, el sultán de Marruecos le ha dado con la puerta en las narices, en un desplante que combina con maestría el desagradecimiento con la humillación—. Quizá por eso no se ha ocasionado un gran revuelo al comprobar que los tanques destinados a defender la dictadura de Kíev han sido sustituidos por los M-113 de transporte de tropas, armamento de la última generación en la guerra... de Vietnam. Pero Antonio no es una rara avis: toda Europa está rebañando material de desecho para enviarlo a Ucrania. Alemania remolonea con sus Leopard y Estados Unidos retrasa el envío de sus Abrams hasta una fecha próxima a lo que en el bachillerato de letras declinábamos en acusativo como ad kalendas graecas. Vaya conducta tan extraña. ¿No sosteníamos una triunfal cruzada de la democracia contra la tiranía de Putin? ¿No se estaba derrumbando el ejército ruso? ¿No reinaban el marasmo, la incompetencia y la corrupción entre las legiones de penados que el Kremlin enviaba a perecer en la antigua Escitia? ¿Por qué esa reticencia a entregar a Ucrania un material de buena calidad que pondría a los tanques de Zelenski en los arrabales de San Petersburgo en un par de semanas? ¿Por qué esa parsimonia, esa avaricia, ese racaneo? ¿No se había ganado la guerra, y la reconquista de Crimea era cosa de unas semanas? ¿No daba claras muestras de hundimiento físico Vladímir Putin mientras Joe Biden florecía, rozagante y fresco como un pimpollo? ¿ Y qué fue del inminente golpe de Estado que iba a acabar con el déspota ruso en breve tiempo, si no lo hacían antes el cáncer, el veneno o la melancolía? ¿Qué se hizo de todo aquello?

Chatarra. Un gran desguace. A uno de febrero del año en curso, y según las estadísticas del Ministerio de Defensa ruso, han sido destruidos 381 aviones, 206 helicópteros, 402 complejos de cohetes y 7.706 tanques y vehículos blindados ucranianos.

Chatarra. Un gran desguace

El inteligente lector me objetará que los datos rusos carecen de fiabilidad. Supongamos que así es: pero el que Ucrania, que era el segundo ejército de Europa en material después de Rusia, siga exigiendo a los aliados remesas ingentes de armamento, pese a haber agotado éstos los enormes stocks de armas soviéticas y rusas de los arsenales de Europa del Este, sugiere una causa: todo ese material ya no existe, yace quemado y oxidado en los barrizales del Ingulets, del Dniéper y del Oskol, en las cunetas de las carreteras que llevan a Artyomovsk, a Soledar y a Kupyansk. No se conocía en Europa un estropicio semejante desde 1945. A esto hay que añadir que los Kalibr rusos han destruido desde septiembre la mayor parte de la red energética ucraniana, pese a que los expertos occidentales afirmaban en marzo que a Rusia sólo le quedaban misiles hasta mayo, al tiempo que la muy informada Úrsula von der Leyen nos contaba que los rusos andaban desmontando lavadoras para incorporar sus chips a los pocos cohetes que le quedaban al heredero de Iván el Terrible. Muy buenas deben de ser las lavadoras rusas cuando los misiles siguen cayendo por decenas encima de las subestaciones eléctricas de lugares tan alejados del frente como Odessa o Vinnitsa. Tampoco hemos vuelto a escuchar encendidos peanes a la efectividad de los HIMARS yanquis, quizá porque las contrabaterías rusas han sido muy efectivas a la hora de silenciar su música. A día de hoy, la superioridad artillera de Rusia sobre Ucrania se estima por la prensa occidental en 9 a 1; es decir, por cada proyectil ucraniano se disparan nueve desde las posiciones rusas.

El material bélico de Putin, según nos cuentan los expertos en la materia, es poco sofisticado y mucho menos puntero que el de la OTAN. Supongamos que así sea, aunque el hecho de que los Sarmat sean capaces de esquivar cualquier escudo antimisiles occidental no parezca sostener esa afirmación, por no hablar de los nuevos submarinos y de la fragata Almirante Gorshkov, que anda de crucero por el Atlántico norte bien provista de misiles Kalibr. En unas condiciones como las del frente ucraniano, donde se disparan los proyectiles de artillería de manera constante y masiva, el material de guerra sufre un desgaste implacable. Cuanto más sofisticado sea el sistema de armamento, más dinero y más cuidados requerirá mantenerlo en disposición de combate y más sensible será a las condiciones extremas de clima y tensión. Cuanto más robusto y simple, más fácil será de manejar y mantener. Los rusos son expertos en esta suerte de tecnología: por algo inventaron el T-34, los MiG y el AK-47. Recordemos que para formar en condiciones a la tripulación de un Leopard hacen falta unas 22 semanas de instrucción, que podrían reducirse a 15 si los alumnos son listos. Y eso por no hablar del tiempo que llevaría adiestrar a los pilotos de los F-16. Ucrania no sólo tendría que importar los equipos, sino las tripulaciones. Por otro lado, los Leopard no demostraron un buen nivel de combate en el frente sirio cuando los turcos los utilizaron, ni los Abrams saudíes han tenido un gran desempeño en el Yemen. Si los hutíes y los kurdos han hecho estragos con ese sofisticado material, ¿qué no harán los rusos, que además disfrutan del absoluto dominio del aire? Y por no hablar de la cantidad ridícula que se pretende enviar al frente: trescientos tanques como muchísimo, de los que ya hay que descontar los 53 desechos de tienta que Antonio iba a regalar a su compadre Zelenski.

En el mes de septiembre Zelenski obtuvo una victoria militar y política: el contraataque que condujo a la reconquista de la muy estratégica Izyum, en el óblast de Járkov. A finales de noviembre logró un importante triunfo político con la retirada rusa de Jersón, espejismo que el dictador ucraniano convirtió en un anuncio de inminente victoria, esencial para atraer ayudas de los gobiernos occidentales. Sin embargo, esos triunfo estaban cimentados sobre un formidable aparato de propaganda más que sobre la efectividad militar.

Los triunfos de Zelenski en septiembre y noviembre se basaban, sobre todo, en un formidable aparato de propaganda

Lo que la prensa europea no contó fue el extraordinario número de bajas que costó recuperar el corredor de Járkov, ni que la ofensiva de Jersón fue una sangría que dejó unos doce mil muertos sólo en el curso del Ingulets. Cuando el general Surovikin dio la orden de abandonar Jersón, los treinta mil soldados rusos se retiraron en orden con sus equipos y sin sufrir una baja. El alto riesgo que suponía mantener un frente al otro lado del Dniéper con unas comunicaciones precarias motivó una decisión puramente militar que fue políticamente dañina. Las victorias de Zelenski tuvieron un coste humano y material muy alto, contra el que le previno el estado mayor ucraniano, nada propicio a estas aventuras. El empeño de sostenerse en las picadoras de carne de Artyómovsk (Bájmut) y Soledar ya ha costado, por lo menos, veinticinco mil bajas y de nuevo enfrenta a la dirección política de Ucrania con la militar. Zelenski ve la guerra como una campaña de imagen hacia Occidente porque depende en todo de las ayudas americanas y europeas: necesita mantener una imagen para recaudar fondos y sabe que la pérdida de Artyómovsk puede traer consigo la de su propaganda y no sólo la del Donbás, ya que la línea de defensa ucraniana se reduciría a los últimos bastiones de Kramatorsk y Slovyansk. Sin embargo, el cerco ruso progresa y eso hace que su régimen empiece a dar muestras de descomposición y se sucedan las purgas y los extraños “accidentes”, como el que acabó en Brovari con el ministro del Interior de Ucrania y sus principales asesores. Hay mar de fondo en Kíev. Las proverbiales ratas que abandonan el barco.

Rusia consiguió destrozar al ejército ucraniano entre febrero y marzo del año pasado. Sin embargo, la victoria militar no trajo lo que Moscú deseaba: una negociación y la caída del régimen del Maidán. La negativa de Kíev a sentarse a la mesa y tratar de arreglar la crisis pilló a Rusia por sorpresa.

La victoria militar rusa al comienzo de la guerra no trajo lo que Moscú deseaba: una negociación y la caída del régimen del Maidán

Con apenas ciento veinte mil hombres dispersos por un frente de cerca de mil kilómetros, los rusos se exponían a ser desbordados por la superioridad numérica de una Ucrania que estaba siendo rearmada a toda velocidad por la OTAN. El resultado de esa indecisión de Moscú se vio en septiembre, con el contraataque ucraniano en Járkov. Fue entonces cuando Rusia decidió cambiar de estrategia. Se acortó el frente, se produjo una movilización parcial de trescientos mil hombres (seguramente son más) y se fue preparando con determinación una estrategia de desgaste, devastadora para Ucrania. Todos estos movimientos eran más que previsibles. El que las provincias de Jersón, Zaporozhia, Donetsk y Lugansk se incorporasen legalmente a la Federación Rusa mandó un mensaje muy claro a quien lo quiera entender: Moscú ya no va a negociar nada con Kíev en las condiciones de febrero del año pasado, cuando todavía el Kremlin estaba dispuesto a reconocer algún tipo de arreglo federal del Donbás dentro de Ucrania. Ahora, el régimen de Zelenski se encuentra enredado en una de las peores situaciones geopolíticas que puede atribular a una potencia: una guerra de desgaste con Rusia. Ya sabemos cómo acabó la cosa en 1612, 1709, 1812 y 1945. Por eso Europa manda chatarra a un régimen en desguace. Hasta un tarugo como Antonio sabe o intuye que lo que cuenta su prensa es mentira.

[1] Para los lectores hispanoamericanos, Antonio es el apodo despectivo con el que, por toda una historia que no viene al caso, se conoce en España al presidente del Gobierno Pedro Sánchez (N. de la Red.).

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