Entre los muchos descubrimientos que debo a Carl Schmitt, sin duda uno de los más gratificantes fue llegar al conocimiento de la Konservative Revolution alemana, quizás por sus vínculos con la tradición de la intelectualidad alemana a la que pertenecían Jünger y Heidegger, aunque en una primera aproximación, como también le sucedió a Armin Mohler, pudo desorientarme su “desconexión” de la obra de Nietzsche. Por eso, la cuestión que se me planteó era, simplemente, si Schmitt había pertenecido “conscientemente” a aquel difuso y, al mismo tiempo, concreto movimiento “esférico” de la Revolución Conservadora.
Carl Schmitt fue, primero de todo, un Staatsrechtler, un jurista implacablemente defensor del ius publicum europaeum que, no obstante, consciente de su caducidad, encontró en la forma de un neoimperialismo europeo la figura jurídico-política con la que combatir el universalismo angloamericano. Pero reflexiones como ésta o conceptos tales como los de excepción, decisión y soberanía, la configuración del Estado total (que no totalitario), los grandes espacios, la teoría del partisano, la distinción amigo-enemigo, el concepto de “lo político” (que no de la política) y la crítica del liberalismo, aun siendo claves para la interpretación del pensamiento político actual, no han evitado los reproches hacia este discípulo de Hobbes y alumno de Weber por su “alineación” (¿o quizás fue “alienación”?) con el nacionalsocialismo.
Curiosamente, su alto nivel académico, su catolicismo y su amistad con intelectuales judíos, le hicieron sospechoso para la jerarquía nazi. Mohler dirá que «Carl Schmitt era consciente ya en 1933 de cuánto se habían limitado las posibilidades de elección. Si no quería desmentir lo que había dicho sobre el liberalismo y el Estado, no le quedaba otra cosa por hacer más que intentar ubicarse dentro del consenso de los sitiados.» ¿Intelectual advenedizo o nacionalista alemán? Julien Freund sostiene que el nacionalismo fue la clave para entender por qué muchos intelectuales alemanes, como Schmitt, se adhirieron en una primera época al nacionalsocialismo.
En cualquier caso, como otros pensadores alemanes del convulso período totalitario, Schmitt compartió, hijo de la posmodernidad europea, el nacionalismo, el rechazo del liberalismo decimonónico y los principios de la Revolución francesa, pero él mismo, como pudo comprobar Mohler en sus entrevistas, nunca efectuó una declaración explícita sobre su posible pertenencia a la Revolución Conservadora. En la obra del primer Schmitt constitucionalista se vislumbra, incluso, un sentimiento contrario al pensamiento del maestro Nietzsche aunque, siempre según Mohler, este “retoño salvaje de la Revolución Conservadora” llegaría al mismo resultado transitando por caminos a veces muy divergentes, motivo por el cual puede considerarse a Schmitt como uno de los autores que sentarán las bases de la Konservative Revolutionalemana, con una sensibilidad posmoderna que buscaba situaciones caducas que “revolucionar” y otras dignas de “conservar”. Ésta es, para Martin Greiffenhagent “la idea fundamental de la Revolución Conservadora”, cuya síntensis ya preconizó Georges Sores, considerado como el primer revolucionario-conservador y redescubierto en Alemania precisamente por Schmitt.
La cuestión, pues, de si Carl Schmitt pertenece o no a la Revolución Conservadora no está del todo resuelta —ni siquiera Mohler lo consiguió, ni el propio Schmitt lo admitió—, y no sólo por la complejidad —o mejor, la multiplicidad— personal e intelectual del pensador, sino por la propia indefinición de la Revolución Conservadora. En términos filosóficos, ¿su catolicismo y su antinietzscheanismo lo situaron no sólo extramuros del nacionalsocialismo, sino también del conservadurismo-revolucionario? Quizás esto sea cierto bajo la mirada retrospectiva de una nueva Alemania y de una nueva Europa post-bélicas que simulaban un cambio de paradigma en relación con la Revolución Conservadora y su influencia en el nacionalsocialismo: se hacía necesario rehabilitar a ciertos autores de la Konservative Revolution, recurriendo a la teoría del “exilio interior” de los mismos durante el III Reich, y cuando ello pudiera parecer demasiado sencillo, como en el caso de Schmitt, se formuló su teórica separación incluso del movimiento revolucionario-conservador, alimentando la fascinación que despierta un autor no-formal.
Armin Mohler, sin embargo, no tiene dudas: «Carl Schmitt, por lo tanto, no sólo tiene puntos en común con la Revolución Conservadora, sino que formó parte de ésta plenamente y es uno de sus representantes más autorizados. Si esto no es evidente a primera vista es porque le falta el carácter típico de ciertas facciones propias: desde los nacional-revolucionarios hasta los grupos populistas (bündisch o de orientación völkisch. También entre los neoconservadores (Jungkonservativen) parece un “solitario” […] Pero con su formulación del “pensamiento basado en un ordenamiento concreto”, Carl Schmitt formuló la base de la Revolución Conservadora de modo sorprendentemente nuevo y dinámico (por lo tanto, más eficaz). Además, es evidente, en su concepción, el elemento diferenciador de la Revolución Conservadora desde el nacionalsocialismo respecto de lo que sucede en las otras facciones. En ese período, los nacionalsocialistas, contrariamente a los reproches convencionales modernos hacia Carl Schmitt, no se dejaron engañar por los testimonios rituales de cortesía que Schmitt les hacía como hombre sabio y poco heroico». Personalmente propongo una vía alternativa de reflexión, todavía inédita: Carl Schmitt formó parte de la Revolución Conservadora, sin duda, pero resulta impracticable encuadrarlo en alguna de las corrientes señaladas por Mohler, Locchi, Steuckers o Pauwels; Schmitt fue, por derecho propio y sin otro militante que él mismo, otra corriente distinta de la Revolución Conservadora que debemos descurbrir, situar y clasificar, ahora que ya no está nuestro guía Armin Mohler.