¡Ah, el magisterio de costumbres!

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Como se puede citar a José Antonio sin ser falangista ni joseantoniano y citar a Marx sin ser marxista ni estar militando en el Pce, recuerdo que aquel joven político e intelectual sostenía que el “magisterio de costumbres y refinamientos” representaba un auténtico servicio social por parte de las presuntas clases superiores, ya saben, la clase alta. Indudablemente, el fundador de la Falange depositaba sus esperanzas en que tal magisterio fuera ejercido por ese sector de la sociedad, sin descartar que procediera de otros sectores o clases. Ahora bien, si es cierto que él dio pruebas de tal enseñanza hasta el punto de morir por sus ideas, no lo es menos que rara vez la clase alta ejerce esa supuesta maestría.

Ahí está para refutar el presunto magisterio una serie de hechos y declaraciones de las últimas semanas que ponen en evidencia lo contrario; es decir, que quienes más obligados están, por los cargos que ocupan u ocuparon o por su parentesco, a dar ejemplo, a extremar el noble magisterio señalado por José Antonio, lo traicionan o lo desconocen por completo.
 
Que a un ministro de Fomento y portavoz del Gobierno, José Blanco, un juez le atribuya los presuntos delitos de cohecho y tráfico de influencias pone en evidencia tal antimagisterio, al que con tanta frecuencia nos tiene acostumbrados el Psoe. Que el yerno del rey, Iñaki Urdangarín, junto a su socio en el Instituto Nóos (¡una especie de ONG)!, sea acusado de malversación de fondos tras embolsarse cinco millones de euros gracias a la generosidad de dos gobiernos autonómicos del Pp, remata la ejemplaridad que solo desde el idealismo, o desde la ingenuidad, se supone entre cierta gente. Y que un ex vicepresidente del Gobierno, Alfonso Guerra, se deslice de nuevo por la pendiente escurridiza, por babosa, de la especie calumniosa, en esta ocasión para zaherir a una jueza, hace trizas esa soñada pedagogía ética de la que las élites acostumbran o acostumbraban a ser depositarias, revelando su condición valetudinaria. Recordando a Pareto, nunca fue tan sucia la circulación de las élites, y más parece un tiovivo nauseabundo que otra cosa.
 
Sin duda, hay quien olvida el efecto normal y neutralizador de la costumbre: uno se corrompe presuntamente, el otro se apodera de dinero público y aquel calumnia porque, como se habitúan a ello, les parece normal y esto anula el discernimiento moral. A este respecto habría que recordar lo que Aristóteles escribió en su Retórica: “[…] lo habitual se convierte ya como en innato, dado que la costumbre es semejante a la naturaleza, porque está cerca lo que es muchas veces de lo que es siempre; la naturaleza es de lo que es siempre; la costumbre, de lo que muchas veces”.
 
Un panorama, pues, desolador que advierte de la corrupción del mentado magisterio de costumbres, pues estas, a día de hoy, parecen albergar una vigorosa tendencia al deterioro. Y es que, no lo olvidemos, vivimos una crisis económica, política, ética e institucional. Una crisis histórica que quizá anuncie el definitivo colapso del sistema.
 
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N. B.: Un joven emprendedor español con vocación de psicoanalista del inconsciente colectivo, o de adivino del sentir general, ha decidido comercializar unos rollos de papel higiénico con los rostros de Rubalcaba y Rajoy. Como escribió certeramente Quevedo, “caga el rey, / caga el papa, / y en este mundo de mierda / sin cagar nadie se escapa”. Expelamos, pues, nuestros “eolos y céfiros infectos” –otra vez Quevedo– y votemos en la urna más cotidiana y escatológica. U “oremos”, siguiendo aquella convicción de Baudelaire según la cual “cagar es una oración, por lo que dicen los demócratas cuando cagan”. O cuando hablan.

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