A vueltas con los intelectuales

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Con motivo de haber dejado cabos sueltos en el anterior artículo sobre los intelectuales, y sin pretender más que aclarar y profundizar el sentido de lo dicho y no agotarlo, ahí van algunas consideraciones más.El uso del término intelectual se hace tan amplio e intocable que criticarlo nos hace aparecer como si estuviéramos atacando a todo el que se dedica a pensar o a reflexionar, y a todos aquellos que trabajan en actividades que no demandan un compromiso físico sino mental. No es así. Me refiero en el artículo anterior a la acepción precisa de intelectual que desplazó y arrinconó al sabio, al filósofo, al creador, al genio.

Todos podemos pensar y reflexionar aunque no seamos intelectuales, lo que ocurre es que la capacidad reflexiva de un aldeano ya no tiene valor al lado de la de un intelectual y eso es un error. La razón iluminista se ha creído que no tiene límites y que el estadio histórico y de pensamiento que ella ha inaugurado es superior en aciertos a la de un aldeano y a su cultura tradicional. Eso, desde mi punto de vista es un error y una aberración. Las formas de conocimiento del intelectual parecen ser siempre superiores porque alguien le otorga esa pretendida cualidad inapelable. Y ese alguien es el poder.

Si uno participa de ciertos puntos de vista integrales, participa del destino común de su pueblo, cree en la capacidad de la voluntad simple, elemental y sincera, en la valentía, en el honor, en la intuición y porqué no en el amor, participa de una visión del mundo tal, que si lo llaman intelectual se sentirá al menos extrañado. No he escuchado llamar a Nietzsche un intelectual. Tampoco lo es Spengler ni Heidegger en el sentido apuntado. La vitalidad que surge de sus filosofías, aún de su poesía, no amerita intelectualismo aunque haga uso del intelecto, porque no apunta a poner lo intelectual por sobre todo lo demás, sino a un tipo de conocimiento que reconoce y asume los límites de la razón, aceptando así también los límites del hombre, y proponiendo la valentía de vivir tratando de superar esos límites humanos por medio de lucha, tradición, belleza, intuición y fuerza, además de contar con la razón, que cuando cree ser la única llave del conocimiento, de la creación y del progreso humanos, nos sume en la esclavitud de la abstracción y de la enfermedad mental que vemos a diario a nuestro alrededor. Eso se llama progresismo y es una ideología que dice: “vamos en el sentido correcto, nadie se preocupe, la razón nos asiste y ella es infalible”. Mientras tanto el poder más aberrante se cierne sobre nosotros, que pensamos mucho, pero vivimos poco y luchamos menos.
 
Heidegger, de quien se celebró el 26 de Septiembre un aniversario más de su nacimiento (algo para festejar realmente) LEJOS, muy lejos de lo que hoy se denomina “un intelectual”, honró y recuperó para la filosofía el lenguaje poético simbólico, algo muy mal visto por los intelectuales.
 
Ser un intelectual o no serlo, es en definitiva una cuestión de actitud. Pero acordemos que si alguien es capaz de crear pensamiento será un pensador, literatura será un escritor, filosofía será un filósofo, pero no un intelectual, palabra más bien referida a las capacidades ilimitadas que el iluminismo otorgó a una abstracción no ligada a la integralidad del hombre, ese tipo de hombre que algún día volverá por sus fueros, pero no de la mano de los intelectuales sino de los sabios, los guerreros, gentes llenas de vida que no necesitan un público que les dé la moderna denominación de intelectual.

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