Una característica de esta edad oscura es que los hombres son cada vez menos sutiles, o lo que es lo mismo, cada vez más brutos. Las cosas deben decirse siempre de un modo muy directo para ser comprendidas, aunque el modo indirecto sea el mejor modo de comprender las cosas, porque lleva implícito un nivel más elevado de comprensión.
Pero la sutileza requiere ser fino, sofisticado, como son las grandes clases dirigentes, los nobles verdaderos, o las personas de los pueblos que han llegado a sus más altas cumbres.
Aquellos ingleses periféricos como Conrad, Kipling o Saint John Perse, no necesitaban decir las cosas de un modo vulgar, o repetir hasta el cansancio las cosas —simplemente las decían como debe decirlas un caballero sofisticado. De ese modo forjaron un imperio, que nunca se hace con sólo con la fuerza bruta.
El modo indirecto, el que utilizaban los caballeros, ya no se usa. Quien sabe leer las formas, sabe también con quién está hablando. Por eso quien se encuentra ante formas superiores no sabrá jamás con quien está hablando.
Aunque todo el mundo lo niegue en Sudamérica, alguien como Borges. además de ser un gran escritor, fue un gran político. De hecho influyó más en nuestra identidad que miles de políticos ramplones. Pero eso no se capta, justamente porque es demasiado sutil.
Las formas decaen, porque decae el hombre que habla y escribe como puede, para defender ideas y posturas a veces correctas, pero que, degradado culturalmente, ya no puede defender, y sólo puede transmitir siempre del mismo modo repetitivo y análogo.
La repetición amorfa de ciertos conceptos, la unicidad de formas para comunicar las cosas, implica decadencia. Por eso la literatura es algo cada vez más lejano, especialmente en su modo más sofisticado que es la poesía.
Otro tanto ocurre con el abandono de la filosofía.
Ante esa situación los demasiado sutiles para el medio tienen dos posibilidades. La primera: bajarse al nivel general. La segunda: afirmarse en la soledad que la época les tiene reservada.
Si este tipo de persona elige la última opción, será seguramente tildada de soberbia, del mismo modo que no hace tanto tiempo atrás se la hubiera admirado por sus capacidades.
Es que el derrape es tan veloz que los mismos discursos antisistema necesitan formas muy obvias, ramplonas y directas para conseguir interlocutores, formas que quizá, sin notarlo, abandonan toda la sutileza cultural necesaria, para ser parte de la brutal ignorancia que se nos viene encima.