En todas partes cuecen habas

Los turistas del mundo feliz

Estaba yo sentado en el barco que va desde Buenos Aires a Uruguay, esperando que zarpe, mirando el río brillante e increíble, a pocos metros del lugar por donde llegaron nuestros antepasados. Escuchaba hablar a la gente, que más que gente eran turistas. Españolitos con rostros orwelianos, vestidos para la ocasión con camisetas del Che Guevara, y que a poco de andar jugaban a las cartas aburridos. También había algunos componentes de las clases medias argentinas, y podía escucharse hablar en inglés y en alemán, en ese tono neutro que los turistas adoptan en cualquier idioma.

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Estaba yo sentado en el barco que va desde Buenos Aires a Uruguay, esperando que zarpe, mirando el río brillante e increíble, a pocos metros del lugar por donde llegaron nuestros antepasados. Escuchaba hablar a la gente, que más que gente eran turistas. Españolitos con rostros orwelianos, vestidos para la ocasión con camisetas del Che Guevara, y que a poco de andar jugaban a las cartas aburridos. Algunos componentes de las clases medias argentinas, orgullosos del Tour, como jamás lo estarán de su historia y de su país. También podía escucharse hablar en inglés y en alemán, en ese tono neutro que los turistas adoptan en cualquier idioma. Por cierto, que ningún conspicuo racista hubiera estado orgulloso de aquellos ejemplares nórdicos.

El río brillaba cada vez más, y a través de los vidrios comenzaba a hacer calor.
 
El chaval con la camiseta de Guevara, con su incipiente barba, bien podía parecerse a un hidalgo de la conquista. Pensar que aquellos hombres no deberían de tener un aspecto exterior muy diferente, me infundió cierta sensación de desánimo y tristeza ante el típico ejemplar turístico que tenía ante mí.
 
Las viejas jubiladas hablaban de sus achaques en todos los idiomas, mientras comían a mandíbula batiente.
 
Dicen que las argentinas son de las más bellas mujeres del mundo. Si también hubiera hombres aquí, este sería un gran país. Pero el fútbol, la cerveza y el asado les ocupan tempranamente y por completo el pensamiento y el organismo. Eso pensaba, mientras los veía desplazarse con sus voluminosos abdómenes a comprar una cerveza.
 
Todo era blando, suave, intrascendente. Madonna agitaba su pubis en el televisor de a bordo. Está muy bien mantenida Madonna. Será porque ella no está preocupada como nosotros por el destino de España, por la decadencia argentina, por la europeidad.
 
No sé para qué los turistas gastan tanto dinero, cuando las cosas que hacen las podrían hacer a la vuelta de su casa: comer, dormir, aturdirse, fornicar.
Pero seguramente sin millones de turistas, nuestros países deberían pensar un poco más en hacer algo útil, y en que no son Disneylandia.
 
Madonna bailaba y bailaba en aquella Babel sobre el agua, para la gran fraternidad universal de los turistas.
 
Señor, el turismo nuestro de cada día, dánoslo hoy: será un aporte más, acaso imprescindible, para nuestro mundo feliz.

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