Me entero por un artículo de Ignacio Ruiz-Quintano en ABC de que el ayuntamiento de Kichigrado, antes conocido como Cádiz, le retiró una placa a José María Pemán, poeta que siempre proclamó su amor por la ciudad más luminosa de España. Pese al descrédito que sufrió durante el final del franquismo con los chistecitos de un tal Forges, Pemán fue un fino articulista, un brillante dramaturgo y un buen poeta, sobre todo en su estupendo y proscrito Poema de la bestia y el ángel, hoy oculto en los desvanes de la Memoria Democrática, es decir, del olvido intencionado. Lo sorprendente de la noticia no es que estas acémilas semiletradas se carguen un modesto monumento en memoria de un ciudadano ilustre y mucho más noble, culto e inteligente que ellos. Lo milagroso es que esa placa haya sobrevivido hasta el día de hoy. Igual que el nombre del estadio Ramón de Carranza, que se seguirá llamando el Carranza pese a la fobia canceladora de los caciques rojos.
Hace casi un siglo, un pensador alemán dedicó un enorme y profundo volumen a analizar lo que son las modernas democracias, y eso que él vivía en la Alemania de Weimar, que era la Atenas de Pericles comparada con las zahúrdas de género de la Europa actual. El pensador, lamentablemente desconocido en España, se llamaba Edgar Jung, asesinado por los nazis en 1934 por haber sido el autor del polémico discurso de von Papen contra los excesos de la dictadura hitleriana, y el libro se titulaba Die Herrschaft der Minderwertigen (1930), lo que traducido con cierta libertad significa algo así como El dominio de los mequetrefes. En él, Jung analiza la degradación de la vida de las sociedades, desprovistas de toda orientación metafísica en su política, dirigidas por un “realismo” miope y utilitario, que provoca su conversión en una masa de individuos “igualados”, sin lazos orgánicos entre ellos ni con el que fuera su país: chusma estéril, senil y embrutecida sobre la que reina una Internacional capitalista. Semejante régimen, basado en la demagogia y el gregarismo, en el igualitarismo, en una anomia que permite todos los excesos del populacho, porque ellos facilitan la servidumbre voluntaria, ya estaba perfectamente vislumbrado por Jung en 1930. Y eso es lo que, sin duda, padecemos en España: el imperio de los mequetrefes.
Todos somos conscientes de que nos manda gente que vale muy poco, de que en la vida profesional hay personas que podrían gobernar la nave del Estado muchísimo mejor que
Los zotes, gigolós, gaznápiros, ventajistas, falsarios, mangantes, títeres, descuideros y bobos de Coria...
los zotes, gigolós, gaznápiros, ventajistas, falsarios, mangantes, títeres, descuideros y bobos de Coria que ahora le abren una vía de agua tras otra. Y no hablamos de los abogados del Estado o los empollones que han sacado una notaría (los hemos tenido gobernando durante siete años y han sido una calamidad, aparte de unos colosales cobardes), sino de agricultores, dueños de un taller, médicos, profesores, arquitectos, incluso hasta funcionarios, que sabrían gestionar con la responsabilidad de un buen padre de familia la cosa pública. Una nota característica de este régimen es la selección inversa, es decir, que su dinámica social ahuyenta a los mejores y deja el campo libre a lo peor del rebaño, a los modorros, correveidiles y pelotas que no valen para otra cosa que para medrar en un partido, estructura que favorece a los que no tienen opiniones propias y que sólo promociona a los que son buenos para aplaudir las decisiones de la directiva de turno, sea la que sea y diga hoy blanco y mañana negro. En ese ambiente, un hombre con algo de decencia, respeto por sí mismo y un mínimo de brillantez intelectual no puede durar mucho. Un partido no es lugar para una persona de bien, que tiene un trabajo, una vocación profesional y pocas y estrechas tragaderas y ninguna afición por la demagogia ni por el pan y el circo. Por eso Kichi gobierna en Cádiz. Por eso Sánchez está en la Moncloa y Casado puede ser su sucesor.
A Pemán, sin querer, estos animales de bellota, o más bien de cebo, le han hecho un hermoso homenaje. Hay honores que deshonran. Y nada peor que te homenajeen el Kichi y su gentuza, toda la escoria que se nutre de las mamandurrias de la ideología de género o de la memoria bolchevique, todo el tropel de bergantes que sacan del sudor de los españoles sus paguitas. ¿Cabe mayor insulto que recibir un premio de las manos del “doctor” Sánchez? Cuando Plácido Domingo recibió el merecidísimo homenaje del público madrileño por toda una carrera de arte de primer nivel, no tardó en salir la de siempre, la ministro Montero (cada vez que habla van mil votos para Vox), a reprochar al público de Madrid su buen gusto: no cabía mejor remate para la gloria de Plácido que contrastar la belleza de su voz con los rebuznos de las mequetrefes de género. Resulta inútil explicarle nada a estas malas bestias. Para ellas, Plácido es un señor que le toca el culo a las mujeres y Picasso, el maltratador de Dora Maar. No ven más allá. No comprenden ni entra en sus cerebros endurecidos de catequistas rojas que los homenajes a Pemán, a Domingo o a Picasso se rinden a su arte y que su conducta política o personal es completamente secundaria. ¡Y pensar que todo este puritanismo imbécil de comadre analfabeta nos viene de las universidades de la élite yanqui!
Pues éstos son los que nos mandan: los Garzón, Montero, Calvo y Echenique. Con estos mimbres muy mal cesto vamos a tejer. Ésta es la España del Ministerio de Igualdad y las agendas vegetarianas, feministas, resilientes (otro barbarismo cursi importado de Anglosajonia), igualitarias e... insoportables. ¡Ojalá hubiera dos Españas, así nos podríamos marchar todos a la otra!
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