El pueblo ha ejercido su derecho a la aclamación de los candidatos propuestos por quienes de verdad son soberanos: los partidos. Y ha votado más de lo mismo. No puede ser de otra manera: hagan lo que hagan y voten lo que voten, los súbditos de la España de las agendas se quedan siempre enredados en el tinglado partitocrático, en la telaraña política de la oligarquía. Café con leche o leche con café.
Desde 1982 en España gobierna un partido único con sus dos facciones rivales. Una de ellas lleva la agenda ideológica y reparte fondos entre los afines, entre la enorme clientela que vive y prospera gracias a los aguinaldos del erario. La otra, la conservadora, se dedica a consolidar los “avances” que imponen sus rivales y a arreglar las cuentas que éstos descabalan. Cuando los números cuadran, les echan a patadas en medio del alborozo solanesco del paisanaje.
La actual campaña electoral nos demuestra la naturaleza exclusivamente personal, caciquil, de la lucha por el electorado. Ni una sola idea, porque todos dicen lo mismo. Todo se ha fijado en Sánchez; la persona (para nada interesante) del presidente del Gobierno es central en una campaña en la que, sin embargo, en todo lo demás están de acuerdo las familias del Régimen. No hay diferencias prácticamente en nada, sólo en el reparto de los fondos públicos. Para el votante todo se resume en Sánchez sí o Sánchez no. En ninguna otra cosa difieren los contendientes por un escaño y un sueldo público.
Sólo Vox da la nota discordante y sólo Vox es radicalmente estigmatizado
Sólo Vox da la nota discordante y sólo Vox es radicalmente estigmatizado por el unánime consenso de los beneficiarios del discurso único.
¿Va a cambiar algo un gobierno diferente, si es que lo hay? Las cuentas. La derecha española limita su inconformismo al arqueo de los haberes públicos, nada más. Aprieta el puño y corta el gasto. Esto le pone en una situación de inferioridad frente a un aventurero que reparte alegremente lo que tiene y lo que no tiene y que pacta con cualquiera con tal de mantenerse. Por eso gana, por eso manda.
La absoluta falta de principios es todo lo que este solemne hortera necesita
La absoluta falta de principios es todo lo que este solemne hortera necesita. La razón de Estado sobra en un proyecto estrictamente personal.
Como siempre (gracias a la Constitución del 78, no lo olvidemos) las regiones privilegiadas seguirán chuleando a “Madrid” y las minorías consolidarán su dictadura. La mayoría, a tributar, que es lo suyo. Con Sánchez o sin Sánchez, con el gallego o con el andaluz. Cambia el muñeco, pero no cambia la música. Y ya ni el monigote muda, cuatro años más bajo el mismo mastuerzo. A la nación le va la marcha. Cuanto más chulo, mejor. La masa siempre es hembra.
¿Y España? Pues lo que dijo el poeta: un nombre, España ha muerto. Hace tiempo que finó. Ahora sólo queda amortajarla. Con corona y todo. Queda por ver la fecha del entierro.