Coplas a la muerte de mi fe en la Justicia

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¿Qué mascullan sus bocas libidinosas? ¿Que si voy a plagiar las “Coplas a la muerte de mi padre” de Jorge Manrique? No. Será Insha´Alláh pero no. Aunque el sentimiento de orfandad y de desolación que experimento es, sin lugar a dudas, similar al del poeta “Contemplando, como se pasa la vida, como se viene la muerte, tan callando…”. ¿Qué musitan? ¿Que mejor será que les cuente algún chisme o chascarrillo y no me ponga trascendente porque les voy a amargar? Tienen razón. Pero nunca he sido relativista y menos aún nihilista, mayormente porque no va con el talante hispanorrifeño, que es muy bruto, pero también muy “de verdad”, que es ser muy “como Dios manda” y el Creador manda en todo lo bueno y lo bello del Universo. Y Su Justicia, a la postre, es la única legítima y fiable. Porque la de los hombres, y a la vista está, no consiste más que en una serie de normas que se adecuan a la realidad, según les sale de las pelotas a los Poderosos y a veces ni eso. Peor que eso. Un horror. Una pesadilla. Un esperpento de Torrente. Una auténtica mierda.
 
¿Que desvarío y elucubro muy confusamente? Lógico. “Estoy de los nervios”. Todo por culpa del Sistema, y soy incapaz de expresar con una mínima coherencia la frustración que experimento ante evidencias palpables y notables. ¿Que si me estoy refiriendo a los jueces-fantoches que permitieron y propiciaron que el pederasta asesino de la pequeña Mari Luz estuviera en la calle cometiendo crímenes? Eso también. Pero no es todo. Ni me encuentro influenciada “precisamente ahora” por las críticas lacrimosas al establishment de lo judicial, las tertulias y los comentarios me resbalan y nadie va a descubrirme que todo el montaje falla desde los cimientos.
 
Falla desde el momento en que un jovenzuelo o una jovenzuela salen de la Universidad y se ponen a preparar el temario de juez o de fiscal, se aprenden los temas de memorieta, se examinan y si tienen buena suerte o buena memoria, aprueban la oposición y se les regala una pluma para que firmen y dispongan sobre la vida, la libertad, la honra y el patrimonio de las criaturas. Por un vulgar acto administrativo se les otorga el poder supremo. Y no me sirve, porque, para muchos ciudadanos, el único poder legítimo emana del pueblo soberano, que no de un tribunal examinador que tan solo exige que se repitan los temarios en plan papagayo, de corrido y sin respirar.
 
Y resulta asqueroso e indignante, profundamente injusto, antidemocrático y muy malvado, el que a esos aspirantes a jueces no se les someta, antes de las correndijas de memorieta, a rigurosísimos exámenes psiquiátricos y psicológicos. Porque cualquier memorión, si sirve, ni merece impartir Justicia. ¿De qué y de dónde? El aspirante ha de ser ante todo una persona absolutamente madura, experimentada, vivida y equilibrada, sin neuras, traumas ni malos rollos. Con una inteligencia emocional sublime, una persona con valores y principios, un ser humano esencialmente bueno, sensible, generoso, inteligente, justo y capaz. Primero los test y las pruebas psiquiátricas, para evitar que se agarren a la pluma letal tarados, envidiosos, débiles, traumatizados, amargados, inmaduros, soplagaitas, desequilibrados o simples hijos de puta. Una criba y que se queden los buenos. Las buenas personas que jamás caerán en la tentación de confundir el “ser justo” con el “ser justiciero”. Los equilibrados incapaces de volverse altivos y displicentes, soberbios y distantes, miembros de una casta privilegiada a la que no se puede denunciar en un juzgado de guardia, por muy mal que lo hagan. Por muy mierdas que sean. Les pregunto: ¿Existe democracia en un país donde se institucionalizan las castas? No. No existe. Me hagan caso. Es todo mentira.
 
¿Que cuando opino que España será una democracia? Opino lo mismo que ustedes. ¿De qué y de dónde la celebrada “independencia” del Poder Judicial? Oír a un politicastro, elegido a fin de cuentas por el pueblo soberano, lo que le legitima de raíz, escuchar como el nota, ante cualquier estupidez judicial suspira (y todos suspiramos) y dice “No comparto la decisión del juez menganito, pero respeto su independencia”. ¿Quéeee…? Pero colegas, me digan, porque yo soy una calorra-rifeña y mi chusmoso ADN no entiende de matices tan selectos, me expliquen: ¿Quién otorga poderes a los jueces para que sean todopoderosos? ¿Por un casual los nombra directamente el Sumo Hacedor? ¿Tienen carácter divino? ¿Imprime carácter la judicatura como el sacerdocio? ¿Me pueden explicar el por qué de sus gemidos de plañideras? ¿Que las cosas son así, espantosamente así y que no hay cojones para cambiarlas? Bueno, eso es un decir y se dice porque estamos en un sistema muy represivo, donde el miedo, el terror a las represalias y a que nos hagan daño, es el sentimiento más auténtico. ¿Por qué se santiguan y murmuran la jaculatoria “Señor, que no me empitone ningún mal juez, ni ningún mal policía, ni caiga en las garras de un mal fiscal”? ¿Porque el peligro es evidente y está latente?
 
No dramaticen. El hecho de que servidora no crea en la Justicia no significa que no existan buenísimas personas que, encima, sean jueces o fiscales. Esos siempre destacan, tienen una “cosa”, un carisma que hace que la gente se apoye en ellos, que se sientan protegidos y felices. Que nos sintamos bien y amparados. Luego están “los otros”. Y el sistema que ampara a esos otros. Y los privilegios, normas y dengues por los que hay que pasar para que un justiciero se convierta en justiciable. ¿Que como recuperaría mi fe en la Justicia y retiraría las sentidas coplas? La recuperaría cuando se erradicaran castas y aforados y la igualdad fuera real. Y cuando, como todo quisque, un juez, un fiscal o un aforado pudiera ser denunciado en el juzgado de guardia de incidencias. Cuando el retortijón del “líbranos Señor” alcanzara a todos los españoles por igual.
 
Y cuando esto se pueda pedir sin miedo.
 
Dedico este artículo a todos los buenos jueces. A los malos que les jodan. Y unos y otros sabrán por quiénes va.

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