El espantajo de la alianza de civilizaciones

Compartir en:

Ha sido la idea-fuerza del zapaterismo en política exterior: la alianza de civilizaciones. ZP pretendía pasar con ella a la Historia. En vez de eso, ha sometido a España a un baile bastante indecente que nos ha dejado mal ante nuestros antiguos aliados sin que nos haya permitido ganar aliados nuevos. Tras cuatro años de “alianza de civilizaciones”, el balance es de vacío: no ha sido en realidad una doctrina para la política exterior, sino un señuelo publicitario que se ha convertido en simple espantajo para eludir los verdaderos retos del poder mundial.
 
La idea de una alianza de civilizaciones tiene un origen intelectualmente claro: frente al motivo del “conflicto de civilizaciones” expuesto por Huntington, que considera inevitable la fricción entre los diferentes ámbitos culturales del planeta (occidente, el islam, China, etc.), se plantearía una alternativa basada en la búsqueda de puentes de entendimiento, de diálogo, de cooperación entre los agentes de este hipotético conflicto, el cual quedaría así neutralizado.
 
Es una tesis respetable, pero que plantea muchas dudas en el terreno inmediato del poder. Para empezar, habría que estar seguros de que el diálogo se establece en términos idénticos por agentes con las mismas aspiraciones. Por otro lado, el propio concepto resulta bastante inaprensible. Es fácil imaginar una alianza entre dos países sobre cuestiones materiales concretas: energía, agricultura, comercio, defensa, etc., pero ¿cómo podrían aliarse dos civilizaciones? Éstas conforman unidades muy heterogéneas conectadas por rasgos muy generales –una religión, un derecho, etc.-, que pueden alentar un conflicto si se definen por relación a un enemigo exterior (por ejemplo, el islamismo se define contra occidente), pero que, justamente por lo etéreo de esos rasgos, mal pueden traducirse en algo tan concreto y material como una alianza. Las civilizaciones no pueden aliarse. Lo que sí pueden hacer es dialogar. Y en esto, por cierto, ha resultado mucho más eficaz el camino trazado desde el Vaticano con el diálogo interreligioso que los happenings publicitarios organizados por Zapatero.
 
Pero quizá no debamos cavar tan hondo para explicar qué ha significado la “alianza de civilizaciones” en la política exterior de Zapatero. Ésta no se ha guiado tanto por la consecución de logros objetivos sobre intereses concretos, como por la proliferación de mensajes ideológicos a una población atemorizada por los atentados del 11-M. Frente a una siniestra derecha de caricatura lanzada a calzón quitado a la guerra y a las bombas, la izquierda se nos ha querido aparecer como una fuerza redentora, risueña y bonancible que apuesta por la paz y el entendimiento. Evidentemente, no es más que una caricatura publicitaria. Al final, la realidad es la que es: los socios europeos nos dan la espalda, los americanos nos miran mal, sólo nos llevamos bien con la Venezuela de Chávez, el Marruecos de Mohamed, el Irán de los ayatolas y la Cuba de Castro; nuestros soldados siguen muriendo igual en guerras nuevas y lo único que sacamos en limpio es el vacío del marketing.
 
La alianza de civilizaciones no ha sido más que un señuelo exhibido ante la opinión pública con fines electorales; la realidad lo ha transformado en un lamentable espantajo. Es una razón de peso (una más) para no volver a votar a Zapatero.
 
P.S.: ¿Hay alternativa? Sí, claro: prácticamente todos los partidos políticos de España, separatistas incluidos, tienen una política exterior mucho más realista. Pero quizás el desafío que ha planteado este tótem de la alianza de civilizaciones no es tanto político como cultural: un país que no acepta los inconvenientes de poseer un lugar relevante en el mundo, que tiene miedo al propio poder, que ante el enemigo elude el combate y busca árnica, es un país que tiene un serio problema de supervivencia. Aquí el problema de fondo no es que busquemos nuevas alianzas, sino que no nos atrevamos a mirar al mundo como es y escondamos la cabeza debajo del ala. Y para resolver eso hace falta un esfuerzo de pedagogía nacional que ningún partido osa proponer.

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar