Se veía venir. Me refiero a la retirada fulminante del Tomate de Telecinco. De hecho, con la sequía de noticias sobre la Operación Malaya, en virtud del talante como Dios manda de Oscar el Juez, que es un tipo legal y legalista, con la hambruna de escándalos televisados como la detención de la Pantoja, ¿qué razón tenía de seguir existiendo? Eso sí: mientras duró, al menos en la época anterior a Oscar, prestó grandes servicios a intereses bastardos; de hecho, me consta que el criterio de la Malaya era intelectualmente dictado por los tomateros, más que por los rencorosos individuos del Grupo de Blanqueo de la policía madrileña. ¡Snif! ¿Qué razón nos queda ahora para bufar contra la justicia, con minúsculas?
¡Ay de los tiempos pasados!, como diría el poeta francés François Villon. Les aseguro que, pese a la repugnancia crónica que hemos padecido durante un largo periodo, puede que, un día, recordemos con cierta nostalgia los telefonazos a los periodistas para que, a las puertas del chalet, asistieran a la imagen de una Isabel Pantoja desencajada, porque acaba de ser detenida delante de sus hijos y ¡que vivan los derechos humanos!, esta vez escritos con inframinúscula. ¡Qué tiempos aquellos! Julián Muñoz exangüe y en camilla en dirección al hospital desde la horrorosa cárcel de Jaén, la detención en el colegio de la niña de Roca, y los más golfos y depravados, vendiendo a Interviú las fotos de las fichas policiales de las víctimas del más vil ataque a las garantías constitucionales que se ha vivido en la moderna historia de España.
¿A que resultó todo macabramente asqueroso? Pero consiguieron algo inaudito: que, a mogollón, receláramos y desconfiáramos de todas las instituciones. Y que, encima, nos dieran miedo. Mala cosa. Porque el talante del pueblo español no es el de esas razas de cuyas caricaturas étnicas dicen que “o te temen o te desprecian”. Es decir que, si te respetan, es por miedo. Pura subcultura genética. Los celtíberos aunamos el temor al aborrecimiento: si tememos a alguien, al tiempo le detestamos, porque no acostumbramos, por raza, a movernos a los embates del Síndrome de Estocolmo y no veneramos a quienes son susceptibles de putearnos. Y, encima, aborrecemos que nos puteen, mirar a la televisión y decir “lo que le montan a este, se lo pueden montar a cualquiera de nosotros”.
Hay que replantearse entonces si merece la pena el placer infinito de marujear en la cola del Supersol comentando los detalles decorativos de la casa de Roca, cuyo acceso a las cámaras fue amablemente cedido por la policía y el juez Torres, a cambio de la inseguridad jurídica horrorosa de que alguno de nosotros cometa una fechoría y que, para machacarnos, el juez mande detener a nuestros hijos adolescentes. Ni queremos eso, ni queremos a esos jueces ni a esa policía. Ni queremos a un Gobierno que permite el “todo vale” y que asiste con pasotismo canalla al espectáculo dantesco de que, en las tertulias de la casquería rosa, aparezcan los tertulianos con los folios de los sumarios, reciclados en fiscales a mogollón, vomitando iniquidades y sorbiendo como si de néctar se tratara las paridas de cualquier periodistilla local, ducho en chismes recitados con terminología pseudojurídica y salpicando mierda y simplezas. Que no toda la opinión zarrapastrosa se publicitó en el Tomate. Que allí fueron cientos a sacar cacho, tajada y jornal de las desgracias ajenas.
Servidora, que es bastante conspiranoica y más desde que añado al consumo de antidepresivos y ansiolíticos las arkocápsulas de eleuterococo, el gingseng siberiano que energiza y fortalece, servidora, que pasa de contraindicaciones y experimenta remedios mágicos, opina que todo esto es fruto de una conspiración. ¡Qué digo! De una macroconspiración. Se empieza chafardeando jurídicamente con los del Tomate, metidos a leguleyos improvisados, capaces de seguir y enjaretar operaciones policiales y judiciales; nos curan de espantos con la injusta putada infligida a la familia Román, se ironiza con notarias detenidas de mala manera delante de sus niños, en plena calle; se sabe que cualquier denuncia contra los jueces va a rebotar en el TSJA, con lo que se desconfía amargamente del TSJA; tratan de maltratarnos espiritual y moralmente hasta los límites. Llega un momento en que no creemos en nada ni en nadie y nos sentimos asustados e indefensos. Y se sacan de la manga la Educación para la Ciudadanía, como panacea deformadora de los ciudadanos del mañana. ¿Si los españoles lo tragamos todo, por qué no vamos a tragar que secuestren intelectualmente a nuestros hijos? Pues porque hasta las conspiraciones tienen un tope y porque no nos sale de los cojones a los padres el que nos adoctrinen a los niños.
Y mientras, el Tomate se crece y arremete contra la irreal realeza y las diecisiete pulseras con piedras preciosas que lleva el Marichalar en la muñeca, entre las que, por cierto, le jode la de diamantes negros, porque se le ha roto varias veces. ¡Anatema! Sequía en las informaciones malayas que han dejado el mercado de compraventa y dardos en nobilísimas posaderas. ¡A tomar por culo el Tomate! De la noche a la mañana, ¡snif! Y si montan otra Malaya, esta vez en las Diputaciones y Ayuntamientos nacionalistas vascos, ¿quién nos va a informar? ¿Qué dicen? ¿Que los de los madriles tienen cojones para detener a las niñas de Roca y de Román, pero que ahí se les acaban? Ya lo sé. Es muy triste decirlo, pero ya lo sé.