¿Que cómo soy capaz de insultar con semejante abominación a una virtud? Porque sí. Porque lo siento y porque hay libertades constitucionales de opinión y de expresión y además, servidora, como ustedes mismos, piensa lo que le sale de las pelotas y lo dice, por derecho. ¿No dicen que estamos en un Estado de Derecho? Pues por eso lo digo. Y porque hay historias que me escuecen los sentires y me arrugan el alma hasta dejármela como un pimentillo frito. Son historias donde tiene mucho que ver lo caritativo, pero no me conmuevo, sino que me enfurezco, por todo, por lo injusto, por lo vil, por lo amargo, por la indiferencia feroz de quienes gestionan nuestras vidas.
Sí. A eso me refiero. Al último chiquitín, este de dos años, que salió en televisión, con su ataúd blanco acharolado y a la historia terrible de cómo unos padres lucharon contra el cáncer del pequeño. Los padres y todo el pueblo para pagarle un carísimo tratamiento en el Hospital de la Universidad de Navarra. Cuestaciones públicas, rifas, festivales, recaudar centimito a centimito para pagar un tratamiento que el puto sistema, asqueroso, no costea. ¿Y eso como se puede consentir? A ver, ¿qué político ha escrito en su mentiroso programa que la Seguridad Social española se compromete a curar a todo quisque y, caso de no haber tratamiento en España para la enfermedad, costear, por ley, cualquier cura en cualquier hospital del planeta? Ninguno.
Tampoco es un tema que sensibilice a los líderes ni a sus palmeros y agitadores del botafumeiro. A ver: ¿Cuántas criaturas mueren por no poder costear Houston, el instituto Pasteur, la clínica de Navarra o cualquier otro hospital importante y especializado? Nada, un puñaíllo, y los familiares, con el luto y con la amargura, lo mismo ni van a votar, total, tampoco vale la pena estirarse por unos cuantos desdichados. Así dicen y cuentan de familias que se arruinan y se empeñan por enfermedades, por buscar un soplo de esperanza. La gente de clase media tiene más aguante, vende el piso, hipoteca lo que sea, se empobrece terriblemente. La gente sencilla es más “verdad” y no le duelen prendas ni se les caen los anillos a la hora de suplicar y mendigar caridades, saliendo por televisión con el enfermo que, ¡malaya sea!, suele ser niño o muy joven; hacen pasquines y los pegan en las farolas con el número de cuenta, suplican ayuda a los vecinos, organizan rifas, lloran los pasillos de los despachos y las consultas. Que cuando unos padres van luchando por un hijo, no recorren pasillos ni salas de espera, sino que las empapan de llanto. ¡Puta caridad la que se ruega de rodillas! Que la caridad es natural, cualidad del alma, que se da porque sí, porque sale de las tripas del personal.
Pero de las tripas de los gobernantes no salen más que eructos tras las comilonas oficiales, o suenan los retortijones a la hora de atender, expectantes, angustiados, el puesto en las listas o que le señalen con el dedo mágico para el “cargo de confianza”. Por mí el dedo mágico se lo pueden meter directamente por el culo. Aunque la culpa in extremis de todo la tiene esa Constitución empalagosa, buenista y no buena, que votamos cuando, por la época, estábamos aún entre cerriles y asilvestrados y pensábamos que los derechos que nos daban eran regalados y, encima, no pedían pan. Lo que sucede es que lo excelso hace lustros, es insuficiente hoy, porque hemos evolucionado y crecido, nos hemos culturizado, vemos el Tomate y el España Directo, nos enteramos de dramones, crímenes, secuestros, violencias y ñoñerías del corazón. Y ya no es bastante. Ni creo, ni creeré jamás en la “magnitud” de una supuesta Carta Magna que no reconoce el derecho primordial e inalienable de los españoles a la felicidad. Y como, por Ley, nadie obliga a que los mandaninis del invento se partan los huevos y se dejen las asaduras por lograr que nos sintamos bien y felices, pasan de nosotros. Y si nos sentimos asustados, desdichados, agotados y desmotivados, que nos jodan, que para eso está Salud mental, vas todo hecho polvo porque no puedes tirar más y te mandan antidepresivos y ansiolíticos, porque tienes trastorno de ansiedad generalizado, estrés y depresión reactiva. “Pero, mire: ¿Hay algo contra la desesperación y contra la pena?”. “Nada. Tiene usted una vida de mierda. Si un caso, mastica diazepán y se lo pone debajo de la lengua cuando le de el telele, y los antidepresivos, en fin… ¿Esto se le quitaría a usted si le tocara la Primitiva?”. Y el que tiene pena dice que a lo mejor, pero que no es sólo la Primitiva, aunque la pena con pelas es menos pena, son muchas cosas, es tener el corazón cansado y esa empatía mierdosa que te hace reflejar sufrires y pesares ajenos y ver, cómo, en lugar de derechos inalienables, se mendigan caridades. ¡Mierda para esa caridad, puerca caridad!