Triunfalismo y derrotismo

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Por haber pronunciado el pregón de la Feria del Libro Viejo y de Ocasión en Sevilla, los libreros locales tuvieron el detalle de concederme un premio consistente en un crédito de 300 euros en libros. Con los libros pasa como con la sabiduría, que mientras más se tienen, aun más son los que se echan de menos, pero como el tiempo apremia y ya se acerca la segunda niñez, se me ocurrió pedirles el facsímil, que había visto en una finca de Segovia, de mi primer periódico infantil, que fue Flechas y Pelayos.
 
Ese periódico puede decirse que fue mi cartilla de primeras letras en esa legendaria asignatura de “formación del espíritu nacional” que hoy intenta equipararse con la llamada “educación para la ciudadanía”. No voy a reducir a Flechas y Pelayos esa “formación”, en la que tuvieron su parte los mayores que me compraban la revista. Esa revista fueron dos hasta 1938, a saber Pelayos y Flechas, y la que me compraban a mí era Pelayos. Aclaro que al estallar el Movimiento me pusieron una boina roja y más adelante, el segundo verano, un mono azul. Pero la guerra acabó y mis lecturas tomaron otro rumbo menos beligerante: Chicos como periódico infantil, Novelas y cuentos según me hacía mayor. Creo que Flechas y Pelayos prolongó su existencia hasta 1949, pero de la mía desapareció diez años antes, al acabar la guerra, que es justo donde termina la edición facsímil.
 
Misión cumplida, y en mi caso con éxito, y ello he de agradecérselo al alma de las publicaciones aquellas, Fray Justo Pérez de Urbel. La idea fuerza de Fray Justo era la de mostrarnos a los niños de la zona nacional la Historia de una España de la que nos sintiéramos orgullosos, es decir, una Historia “triunfalista”, como hoy dirían con desdén los partidarios de una Historia “derrotista”, que me figuro es la que debió de enseñarse a los pobres niños de la otra zona. Nada de particular tiene que la guerra acabara como acabó. El triunfo de los unos y la derrota de los otros estaban cantados de antemano.
 
El discurso que le escribieron a María Zambrano cuando se le concedió el premio Cervantes era una especie de canto a “la España del fracaso”. Es muy posible que el negro de turno escribiera por él más que por la abajo firmante, que no estaba ya la pobre para muchos tafetanes. Yo contesté por elevación al Ministro del ramo diciéndole que le acompañaba en el sentimiento.

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