Enemigo Público: yo te defiendo

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Me destetaron con calostro de hiena y los piojos fueron mis primeros compañeros de juego. Nunca, en mi infancia, pudieron ponerme la tuberculina porque, con la prueba, se me hinchaba el antebrazo como si me hubiera picado un tábano nutrido de carne de borrego del zoco de los lunes. Mi padre, que estudió el bachillerato a ratos, mientras ejercía de cabrero o de guarrero, no pudo educarme, ya que carecía de educación, pero sí enseñarme que un apretón de manos tiene siempre que valer más que una firma y que, para crecer, el arbolito tiene que tener un palo a la vera, y las hijas, una estaca pendiendo sobre sus cabezas cual espada de Damocles. Eso sí, aquel calé rifeño trató de imbuirme, sin saberlo, de una moral luterana, de trabajo, esfuerzo y sacrificio, con la promesa de un Paraíso maravilloso en el más allá, a cambio de una vida de mierda en el más acá. Con esto he querido decir que, nacida y crecida tipo Esparta, ahorrándome la anécdota de que me sumergieran de bebé en las heladas aguas de un río, porque en mi pueblo no había ríos y el agua era un bien precioso; criada y recriada en la infinita dureza del ex Protectorado, las tonterías no van conmigo y el mamoneo menos aún.

Y como esto, todo esto, se está saliendo de madre y es un cachondeo, siempre bajo los auspicios de la moral grimosa de la pamplina y de tocarle los huevos al personal, yo, rifeña y española, de la leche de Agustina y los ardiles de las malvadas féminas de Mekinés; yo, la nieta del tío José, abogada por más señas, me ofrezco voluntariamente desde este espacio para defender “de gratis”, como dirían los asilvestrados habitantes de mi Nador, a ese pobre chorizo, hoy convertido en Enemigo Público número uno, que pateó en el tren a la joven ecuatoriana. Y aconsejo al chusmoncete que acepte mi ofrecimiento, porque, como católica, mis palabras están inspiradas por el Espíritu Santo y como rifeña tengo una labia de mercader fenicio y de tratante de camellas moruno, y no digo que los cojones de los Novios de la Muerte porque no me atrevo a tanto, y mil veces me habría de reencarnar para llegarle a la suela de su apestosa bota a un Caballero Legionario.

¿Qué dicen? ¿Qué el energúmeno pateó y majó a la pobre chica propinándole una notable capujana? Muy bien. Se le imputa por lesiones, la muchacha aporta el parte médico del dispensario y, según la gravedad de las lesiones, así se le castigará y así tendrá derecho la víctima a ser indemnizada, como cualquier hija de vecina. Pero de ahí a “ataque racista” hay un inmenso trecho, a la par que un interesante coladero. Para todos. Porque existe el Principio de igualdad del art. 14 de la Constitución: “Ante hechos análogos, idéntico tratamiento jurídico”. Si el que un borrachuzo zalee a una ecuatoriana es delito racista y como tal perseguido, por encima de las lesiones, cuando un cogotero colombiano reviente al ciudadano que acaba de sacar los dineros del banco para robarle, es también delito racista. Y el navajero magrebí que te coloca la cacharra al cuello para atracarte, está incurriendo en racismo. A no ser que especifiquen claramente en la legislación, señalando que los españoles en particular y los europeos en general “no tienen derecho” a ser calificados como víctimas de un ataque racista si son agredidos, robados, atracados, muertos o destripados por tipos de otras etnias. Y eso constituiría un malvado agravio comparativo.

No puede darse la rocambolesca coyuntura de que si un blanco pega a un negro es “racismo”, pero si un negro pega a un blanco no lo es. Porque sería una discriminación, sencillamente malvada, donde unas etnias tendrían más derechos que otras. Un auténtico apartheid. Y la ciudadanía, ante la preponderancia y superioridad de derechos de unas etnias sobre otras, evidente, sangrante, comenzará a murmurar con indignación y surgirán los agravios: “Claro, el policía se atreve conmigo porque soy español, ¡anda que se iba a atrever si fuera un moro!”. De hecho, si el manguncio del tren hubiera pateado a una chica española, sería definido como “golfo, sinverguenza, gentuza y maltratador”. Le meterían un paquete. Le aplicarían la Ley y les garantizo que la jovencita en cuestión no recibiría la visita de ningún Ministro del Gobierno para solidarizarse con ella y pagarle abogados. Ni un mezquino telegrama. Ni una puta llamada de solidaridad. Tal vez unos segundos en algún programa, de trascender la grabación. Nada más, sino, ante las protestas por la inseguridad ciudadana, un “te jodes, como lo dijo Herodes”.

Quiero defender al golferas. Porque sí. Porque había más pasajeros en el vagón y ni uno hizo un cochino gesto para defender a la muchacha, ni se levantaron para retener al atacante, ni para detenerle, ni para enfrentarse a él. ¿Ven? Ese detalle se les ha escapado a los amantes de la solidaridad y de los Derechos Humanos, porque, puestos a imputar, hay que empapelar a todos los pasajeros del tren, por omisión del deber de socorro y por no haber impedido la comisión del delito. Y como aquí de lo que se trata, como siempre, es de los dineros y las indemnizaciones, que paguen a escote, el uno por matón y los otros por cagones.

Soy Nuria, la Rifeña, y comulgo con pan de ángel de la factoría de las monjitas, que no con boñigas de buitres carroñeros. ¿Qué dicen? ¿Que “a río revuelto” ha llegado hasta una Ministra de Ecuador para aprovecharse de la coyuntura? Mejor. Así se le puede preguntar el por qué, en lugar de acudir cuando dan de sopapos a una ecuatoriana, no acude antes de que los ecuatorianos tengan que salir por pies de su país para huir del hambre y de la miseria. No creo yo que ningún Ministro o politicastro de ningún país de pacotilla, del que los ciudadanos tengan que huir para poder comer por estar pésimamente gestionado por gobernantuelos ignorantes, tenga autoridad moral para venir a dar lecciones al país que recoge a los suyos y les llena el estómago. Soy del Rif y la poca vergüenza, el oportunismo, la hipocresía de la acomplejada sociedad occidental frente a la prepotencia de los que tienen la suerte de poderse autodenominar “víctimas del racismo” en cuanto se les tose, me repatea los cojones. Y lo digo yo, que despierto sospechas en cuanto se constata en mi DNI mi lugar de nacimiento. Y más aún cuando mi tez cetrina proclama mis inciertos orígenes étnicos. Pero si un depravado me atraca a la salida del cajero de Unicaja, no se me ocurre subirme al carro del victimismo nauseabundo: el tipo es un cabrón, pero no un racista; me consta que, de haber nacido en Cuenca, de recia raigambre hispana, me hubiera sirlado igual para comprarse la paquetilla. Yo quiero defender al pateador, porque odio los linchamientos públicos y los Autos de Fe oportunistas con tufillo de buenas indemnizaciones, aborrezco los juicios paralelos y la casquería morbosa en los telediarios. Quiero defender al tiparraco, al manguncio convertido en Enemigo Público numero uno, porque el Rif y yo somos así.

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