Con semejante título, el de una pretendida “obra teatral” y que ya encierra en sí mismo toda una degradación, pueden los lectores adivinar el motivo de las siguientes líneas. Y no es precisamente mi intención denunciar el uso del lenguaje de una víctima más de nuestras leyes educativas al denominar así una obra de teatro – ahora, a cualquier cosa llaman arte–, aunque pudiera, ya que el iluminado que ideó dicha cabecera a buen seguro tituló con la materia de Lengua y Sintaxis suspensa. Trata del contenido de una propuesta de pronunciamiento del PSOE de Extremadura, ni más ni menos que ante el órgano legislativo, poniendo el grito en el cielo por la cancelación de una obra de teatro que iba a celebrarse en la localidad de Talayuela, provincia de Cáceres. Hago un inciso. Municipio gobernado por una triple coalición de PP-VOX-Extremeñistas, es decir, la derecha y un atisbo de partido regionalista. La propuesta
insta, a través de la Asamblea de Extremadura, al Ayuntamiento de Talayuela a:
- Restituir la programación prevista para la representación de la obra de teatro.
- Disculparse oficialmente ante el autor y la productora de dicha obra por su intento de censurar y moldear esta expresión cultural, pudiendo haberles causado un desprestigio incalculable.
- Que la Corporación Municipal liderada por PP y VOX se comprometa firmemente a promover la cultura libre y la lucha contra la violencia de género a través de la sensibilización.
Por desgracia, como estamos habituados, su declaración de intenciones es un despropósito de principio a fin. ¿No tendrán sus señorías cuestiones más acuciantes para llevar a los plenos y que beneficien a aquellos de quienes son deudores, los extremeños? Parece ser que no.
Ellos, socialistas y comunistas, se atreven a hablar de censura cultural... Ellos que, en los años en que han gobernado la nación, han criticado públicamente a aquellos individuos o grupos contrarios a sus ideas, haciendo con ellos escarnio público y negándoles la oportunidad de expresarse. Todo ello tiene un nombre: cultura de cancelación. Seña de identidad histórica del socialismo, hasta ahora hemos asistido a una auténtica damnatio memoriæ efectuada con el único objetivo de enterrar por siempre aquello que incomoda, molesta o increpa al gobierno de turno. O, si lo prefieren, el uso de la censura como mecanismo social de la opinión pública.
En cuanto a la obra en cuestión, El señor puta o la degradación del ser , “se trata”, en palabras del propio autor, “de un texto muy duro que se desarrolla en la mente de un violador en serie y asesino de mujeres” ,caracterizado “por su lenguaje directo, crudo y sin filtros”. Curiosamente, si ustedes con sus teléfonos móviles indagan en la página de la productora, D´liria Producciones, en el apartado referente a la obra a la que nos referimos aparece un video que no puede visualizarse ya que “tiene restricción de edad y solo se puede ver en YouTube”.
Motivo más que justificado para evitar celebrar una obra ante un público mayoritariamente compuesto de abuelos y niños. Sabiendo esto, ¿llevarían a sus hijos o nietos a presenciar una obra de tal calibre? Por supuesto que no. Es deber de los representantes políticos proteger a nuestros infantes, futuro de nuestra sociedad –y no futuros e ignorantes votantes, tal y como los trata la izquierda –, a los que hemos de educar ajenos a rencillas tan estúpidas como obsoletas cargadas de resentimiento y banalidades ideológicas. ¿Que se les acaba el chollo a aquellos “artistas” deseosos de llenarse los bolsillos a través de chiringuitos, amiguismos y una cultura al servicio del poder? ¡Que se adapten al mercado! El buen arte, independientemente de su autoría o creador, triunfa.
Si la izquierda habla de censura, nosotros lo haremos de sentido común. También de estética y de belleza. De esencia y decencia. Es curioso que aquellos que ponen el grito en el cielo ante actividades culturales como la tauromaquia, prácticas necesarias como la caza y la pesca, un perrito abandonado, un piropo o un piquito, censuran novelas o reescriben películas al más puro estilo orwelliano, exhibiendo ante el público actos de explotación sexual o violencia extrema para conseguir un éxito fácil. En definitiva, un ejemplo más de la cultura o doctrina woke que viene imponiendo un nuevo tipo de pensamiento único en el que se normaliza la descontextualización para reescribir la historia y la actualidad mediante un lenguaje que lleva la fealdad por bandera y donde la estética brilla por su ausencia.