Dentro de unos diez días saldrá a la calle el N.º 1 de nuestra revista de pensamiento e impresa en papel. Su acceso es de pago (15 € / número, más gastos de envío; o 90 € por una suscripción anual de seis números, gastos de envío incluidos).
Nos complace, sin embargo, ofrecerles un pequeño adelanto de la misma en forma del editorial que abre el número. El resto de artículos queda a su disposición. AQUÍ.
¿Por qué luchamos por lo Bello?
Por una sencilla razón. Porque Simonetta Vespucci —que abre aquí nuestra portada— es bella (la más bella, decían en aquel emporio de la belleza que era la Florencia del Renacimiento). Es esplendorosamente bella, Simonetta Vespucci; pero nadie se lo reconoce hoy. Ni a ella ni a todos los demás.
¿Nadie se lo reconoce?… Por supuesto que se reconoce su belleza: hasta se nos cae la baba viéndola en cualquier museo. Pero lo que se reconoce es precisamente la belleza de ayer: la belleza como cosa pasada, pretérita, ida.
No se conoce hoy —no existe— ninguna belleza viva, en acto, presente. Búsquese cuanto se quiera, remuévanse cielos y tierra: no se encontrará ni un solo cuadro de una sola Simonetta Vespucci de nuestro tiempo, ni una sola estatua de un solo David o de un solo Laocoonte y sus hijos, ni un solo palacio o templo, ni un solo Partenón, ni una sola catedral. Nada de ello se hallará. O lo que se encontrará en su lugar... Mejor no mentar siquiera el “arte” contemporáneo, esa expresión de nuestra nada existencial.
No existen entre nosotros ni belleza, ni monumentos, ni arte de hoy. Sólo artefactos. No existen obras en las que dejar inscrita nuestra marca, impreso nuestro sello. No existen obras que, mantenidas y reconocidas a lo largo de los siglos, nos permitan seguir existiendo como un eslabón de la circular —pero hoy rota— cadena del tiempo.
Es por eso por lo que, desde siempre, hemos luchado aquí por lo bello. No para gozar con deleites estéticos (basta, para eso, ir a un museo). Si luchamos por lo bello, es para sobrevivir. Para existir. Para que quede claro lo que podríamos y deberíamos ser. Pero no somos.
Semejante combate lo llevamos emprendiendo desde hace ya más de veinte años, tantos como existe el Manifiesto contra la muerte del espíritu y de la tierra .
Muerte del espíritu: sometimiento al imperio de lo útil y material, de lo prosaico y banal; desvanecimiento de lo bello y de lo bueno, de esa unidad que los griegos denominaban kalós kágathós.
No por ello lo bello-bueno ha dejado de recibir en todas las épocas los zarpazos que lo feo y lo vil tratan siempre de propinarle.
Sucedió hasta en la mismísima Florencia, donde sólo dieciocho años después de haber fallecido Simonetta Vespucci tomaba el poder aquel monstruo siniestro: el dominico Girolamo Savonarola, en cuya “hoguera de las vanidades” ardían joyas, perfumes, vestidos, libros, manuscritos, cuadros..., incluidos los del Botticelli que había sido el gran retratista de Simonetta. Pero aquella desgracia fue de corta duración. Al cabo de cuatro años era el propio Savonarola el que, gracias a Alejandro VI, el valenciano papa Borgia, ardía en la misma hoguera donde había intentado que perecieran la vida y el arte.
Siempre presentes, siempre activos, la fealdad y la vileza no dejan nunca de pegar sus zarpazos. Pero una cosa es eso, y otra muy distinta es que lo feo y lo vil —así sea mediante la vileza de las comodidades y la blandenguería— se enseñoreen del mundo.
Combatir su señorío —y antes de combatir lo que sea: pensarlo, reflexionarlo—, tal es nuestro empeño.
Con la ilusión y las ganas de siempre lo vamos a proseguir con la publicación de la revista EL MANIFIESTO en papel: seis números anuales que contarán con destacadas firmas nacionales e internacionales y constituirán un importante complemento de nuestro periódico digital.
Les damos, amigos, nuestra más calurosa bienvenida.
JAVIER RUIZ PORTELLA