En estos mismos días del mes de agosto de 1965 (días igual de calurosos que ahora, pero sin ‘cambio climático’) Franco se encontraba pasando sus vacaciones, no precisamente en Marruecos, sino en el Pazo de Meirás. Desde allí contestó a la carta que le había enviado el presidente de EE. UU., Lyndon B. Johnson, y en la que le reprochaba el insuficiente apoyo que España daba a los Estados Unidos en su guerra de Vietnam.
En su respuesta, Franco empieza reconociendo las dificultades que plantea la guerra de guerrillas desarrollada por el Vietcong (“Con las armas convencionales se hace muy difícil acabar con la subversión; la guerra en la jungla constituye una aventura sin límites”, escribe). Pero no por ello se pliega a las exigencias estadounidenses, sino que les planta cara en términos hoy absolutamente inimaginables (exceptuando probablemente a Viktor Orbán) en boca de cualquier dirigente europeo. Pensemos, por ejemplo, en lo que podrían decir y hacer, y ninguno dice ni hace sobre la guerra de Estados Unidos contra Rusia.
Veamos lo que le decía a Johnson —helado debió de quedarse— ese 'rojipardo' de Franco:
Aun reconociendo la insoslayable cuestión de prestigio que el empeño pueda presentar para vuestro país, no se puede prescindir de pensar las consecuencias inmediatas al conflicto. Cuanto más se prolongue la guerra, más empuja al Vietnam a ser fácil presa del imperialismo chino, y aun suponiendo que pueda llegar a quebrantarse la fortaleza del Vietcong, subsistirá por mucho tiempo la acción larvada de las guerrillas, que impondrá l
La ocupación prolongada del país en que siempre seréis extranjeros
a ocupación prolongada del país en que siempre seréis extranjeros. Los resultados, como veis, no parecen estar en relación con los sacrificios.
La subversión en el Vietnam, aunque a primera vista se presente como un problema militar, constituye, a mi juicio, un hondo problema político; está incluido en el destino de los pueblos nuevos. No es muy fácil al Occidente comprender la entraña y la raíz de sus cuestiones. Su lucha por la independencia ha estimulado sus sentimientos nacionalistas;
El social-comunismo ofrece estos países mayores posibilidades y esperanzas que el sistema liberal
la falta de intereses que conservar y su estado de pobreza les empuja hacia el social-comunismo, que les ofrece mayores posibilidades y esperanzas que el sistema liberal patrocinado por el Occidente, que les recuerda la gran humillación del colonialismo.
Los países se inclinan en general al comunismo porque, aparte de su poder de captación, es el único camino eficaz que se les deja. El juego de las ayudas comunistas rusa y china viene siendo para ellos una cuestión de oportunidad y de provecho.
Es preciso no perder de vista estos hechos. Las cosas son como son y no como nosotros quisiéramos que fueran. Se necesita trabajar con las realidades del mundo nuevo y no con quimeras. ¿No es Rusia una realidad con la que ha habido que contar? ¿No estaremos en esta hora sacrificando el futuro a aparentes imperativos del presente? A mi juicio, hay que ayudar a estos pueblos a encontrar su camino político, lo mismo que nosotros hemos encontrado el nuestro.
Ante los hechos nuevos, no es posible sostener la rigidez de las viejas posiciones. Una cosa es lo que puedan acordar las grandes naciones en Ginebra y otra es el que tales decisiones agraden a los pueblos. Es difícil de defender en el futuro y ante los ojos del mundo esa división artificial de los países, que si fue conveniencia de momento dejará siempre abierta una aspiración a la unidad.
Comprendo que el problema es muy complejo y que está presidido por el interés americano de defender a las naciones del sudeste asiático de la amenaza comunista; pero siendo ésta de carácter eminentemente político, no es sólo por la fuerza de las armas como esta amenaza puede desaparecer.
Al observar, como hacemos, los sucesos desde esta área europea, cabe que nos equivoquemos. Guardamos, sin embargo, la esperanza de que todo pueda solucionarse, ya que, en el fondo, los principales actores aspiran a lo mismo: los Estados Unidos, a que el comunismo chino no invada los territorios del sudeste asiático; los Estados del sudeste asiático, a mantener a China lo más alejada de sus fronteras; Rusia, a su vez, a que su futura rival, China, no se extienda y crezca, y Ho Chi Minh, por su parte, a unir al Vietnam en un Estado fuerte y a que China no lo absorba.
No conozco a Ho Chi Minh, pero por su historia y sus empeños hemos de conferirle un crédito de patriota
No conozco a Ho Chi Minh, pero por su historia y sus empeños en expulsar a los japoneses, primero, a los chinos después y a los franceses más tarde, hemos de conferirle un crédito de patriota, al que no puede dejar indiferente el aniquilamiento de su país. Y dejando a un lado su reconocido carácter de duro adversario, podría sin duda ser el hombre de esta hora, el que el Vietnam necesita.