Los ingleses tienen sus manías, ya se sabe, algunas tan pintorescas como cuidar sus fronteras y regular la situación administrativa de quienes habitan en aquellas remotas islas.
Ahora está en marcha otro proceso de destrucción de la identidad en todo el mundo. Han aprendido algo de la lección rusa: para matar a una nación no hay que destruir a su pueblo, sino extinguirlo, desnaturalizarlo, adulterarlo.