Un siglo después, la agitación del odio sigue siendo la herramienta central del socialismo –y de los separatismos, por supuesto– para construir su hegemonía política.
Y así lo reflejaban las banderas que, como avanzadillas de un nuevo despertar de España, ondeaban con un ostentoso agujero ahí donde debiera señorear el escudo del Régimen.
Sin los colaboracionistas, sin esa gente —tanto los del Partido como los de los medios— sería incomprensible tanto el mantenimiento del Régimen durante cincuenta años como el olor apestoso que...