Por fin una Derecha alternativa, transversal y antisistema

«Noviembre Nacional». ¿Se abre la esperanza? 

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No hay mal que por bien no venga, dice (aunque a veces se equivoca) el saber popular. ¿Se equivocará o acertará esta vez? No lo sabemos. Aún es demasiado pronto para echar las campanas al vuelo; pero ya está claro que algo bueno, algo fabuloso nos ha aportado, con su traición, el Felón de la Moncloa. Hoy se cumple la decimocuarta noche consecutiva de manifestaciones, enfrentamientos  y provocaciones de la policía en la calle Ferraz, sede del Partido Socialista. (Y habrá que pensar en trasladarlas también a la calle Génova si el Partido denominado Popular sigue empeñado en no impedir la tramitación en el Senado de la Ley de Amnistía.)

Jamás en los 48 años del Régimen se había visto nada parecido. Jamás se habían visto tantos jóvenes, tanto ardor, tanto fervor, tanto patriotismo. Jamás se había visto —y esto es radicalmente nuevo— tanta presencia de una Derecha desacomplejada, clara, rotunda, auténtica. Jamás se había visto  semejante impugnación de la Constitución, parecida ruptura con el Régimen que, con sus sutiles engaños liberalios, nos oprime.

De todo eso, y en particular de su plasmación en lo que ya ha recibido el nombre —y hasta la bandera— de «Noviembre Nacional», nos  habla el siguiente artículo publicado en las páginas de Voz Pópuli.

J. R. P.

 

En las jornadas de Ferraz, así como en las redes sociales, ha llamado la atención una bandera de nuevo cuño con dos enes coronadas por la Cruz cristiana. ¿Qué simboliza este logo que llevan tantos manifestantes?

Muchos han comparado las últimas protestas en Ferraz con el 15-M o con una mera respuesta española al “procés” catalán. En realidad, no son equiparables y conviene dar algunas claves para entender mejor este movimiento espontáneo.

Noviembre Nacional, expresión acuñada por el ingenioso tuitero Españabola, tiene una sonoridad a la altura de los grandes eslóganes de la historia de las revoluciones. Pensemos en la primavera de los pueblos de 1848; el Octubre rojo de 1917; o, en nuestro país, la revolución de Asturias de 1934 y las jornadas de mayo de 1937.[1] ¿Por qué? Porque para que una insurrección triunfe no sólo debe mantener un nivel de movilización permanente o tener efectos políticos perceptibles, sino que debe instalar un nuevo lenguaje, desafiar al orden de cosas existente y crear una mitología revolucionaria. Debe barrer toda lógica pretérita. Debe “septembrizar” —en terminología bakuninista— las instituciones del régimen contra el que se levanta (en este caso “novembrizar”). Porque, como sugiere Enzo Traverso en su libro Melancolía de izquierda (2019), “todos los grandes acontecimientos políticos modifican la percepción del pasado y generan una nueva imaginación histórica”.

Pero ¿en qué consiste esta “nueva imaginación histórica”? Consiste en que el sujeto revolucionario o contestatario esté integrado por cayetanos que van a “putodefender España”, por líderes políticos que acaban siendo gaseados por la Policía Nacional, por trabajadores, por exmilitantes del “partido de la traición” (el PSOE), por jóvenes y ancianos, por hombres y mujeres, por politizados y apolíticos, por el lumpen y por las emperifolladas señoras del barrio de Salamanca, entre otros colectivos.

¿Cuándo hemos asistido en España a una transversalidad tan prístina? Cada noche, las ciudades sublevadas congregan a los grupos más diversos, a los tuiteros más “basados” de la derecha y a la gente corriente. La confluencia de Bastión Frontal, Democracia Nacional, Hacer Nación, Falange, Comunión Tradicionalista Carlista, Revuelta, Solidaridad, Frente Obrero y Vanguardia Española es la muestra viva de que, por encima de las diferencias ideológicas y las batallitas virtuales, está la defensa a ultranza de la continuidad histórica de España como comunidad política.

Además, en clave generacional, los jóvenes que se manifiestan nunca habían corrido frente a la Policía, no vienen del campus de Somosaguas, ni del activismo antifa (a diferencia de sus abuelos y de sus padres, que sí tuvieron que correr frente a los grises o frente a los marrones). Lo cierto es que, entre la derecha conservadora, el desafío al sistema había muerto con Blas Piñar y Fuerza Nueva. Lo que vino después eran tribus urbanas... La frescura en los cánticos y en las consignas son el hálito de una vitalidad desbordante. Por describirlo con Marx: si bien “el Estado español estaba muerto, la sociedad española estaba llena de vida y repleta, en todas sus partes, de fuerza de resistencia”.

Como decía, ésta es la primera vez en nuestra historia reciente en que las fuerzas vivas osan impugnar el credo ‘liberalio’. La derecha española ha dado un giro de 180 grados y está en las calles gritando contra el Rey, la Constitución, la Monarquía, el laicismo afrancesado, la Policía e incluso contra la Unión Europea. Y, claro está, todos estos elementos son los que constituían los cerrojos que durante más de 40 años han protegido el corazón del sistema demoliberal.

Veamos algunos ejemplos: contra el Rey los manifestantes profieren: “Felipe, masón, defiende tu nación”; contra la Constitución del 78: La constitución destruye la Nación”; contra la Monarquía: “Los Borbones a los tiburones”; contra la neutralidad religiosa: “España cristiana y no musulmana”; contra la Policía: “Esas lecheras a la frontera”; contra la UE: vimos imágenes en que algunos, en el fragor de la protesta, alzaban las banderas de la Unión Europea y acto seguido otros manifestantes se las arrebataban de las manos.

¿Dónde ha quedado, pues, la “derechona cipaya y vendepatrias”? Viendo las dos semanas de protestas cuesta creer que Elizabeth Duval acertase en su novela Madrid será la tumba (2021). Le hubiera encantado que la derecha alternativa, la derecha social callara, quedara muda frente a las tropelías de sus camaradas progresistas. Pero, Madrid (como foco central de la sublevación) ha resultado ser el desfibrilador de una España que estaba en coma.

El Noviembre Nacional es un movimiento nacional-popular que nace en las calles y se propaga en las redes, de abajo a arriba

Ni que decir tiene el hecho de que se hayan propagado banderas ad hoc como la bandera oficial con el escudo del 81 recortado o la bandera del Noviembre Nacional (con estética de runa nórdica y la Cruz cristiana que preside las siglas NN). ¿Acaso se abre un horizonte de posibilidad de una derecha republicana en nuestro país? Esto excede nuestro artículo, pero sí me gustaría acabar con algunas reflexiones.

En primer lugar, creo que se trata de un auténtico despertar nacional. El inicio de la reconciliación de las Dos Españas por la vía de los hechos. Dos Españas que no son, como suele decirse, la izquierdista (roja) y la derechista (azul), sino la que estaba dormida y la que, aun despierta, se encontraba narcotizada.

En segundo lugar, por mucho que se empeñen en hacer creer que el tumulto está teledirigido por los partidos políticos, éste es un movimiento espontáneo que escapa por completo al control del politburó de turno. El Noviembre Nacional es un movimiento nacional-popular que nace en las calles y se propaga en las redes, de abajo a arriba. En cambio, tanto el movimiento 15-M como el “procés” son estrategias elitistas. La una de “cierre” y la otra de “reemplazo”. Si lo vemos con perspectiva, el 15-M resultó ser más bien una estrategia de las élites europeas de domesticación del descontento ocasionado por la crisis financiera de 2008. Tanto es así que uno de los artífices e ideólogos de tal oleada de protestas (cuyo germen fue Occupy Wall Street), Yanis Varoufakis, pasó de osar “retar” a los ‘hombres de negro’ de la Troika a impulsar el DiEM25, un movimiento político paneuropeísta y tecnocrático. Aquel “momento populista” resultó ser un bluf y tras el estallido de las llamadas “revoluciones de colores” por todo el globo, aparecieron como setas partidos homólogos a Podemos.

Por otro lado, el Procés catalán de Artur Mas en adelante es claramente un intento de cambiar una élite central por una élite periférica. Y el reemplazo de las élites no impugna el statu quo realmente existente, sino que prefiere los apellidos Cambó, Saramanch, Pujol y Grifols a los García o Rodríguez. Por tanto, la pretensión última del independentismo catalán es “asemejarse a Europa” y convertirse en un Estado perfectamente equiparable a los de su entorno con su constitución, su judicatura y su hacienda. El mandato del pueblo de Cataluña no es otro que lo más “normie”. Sea como fuere, el NN no es ni el revival facha del 15-M, ni un mero reflujo contra el independentismo; va más allá.

Por último, cabría preguntarse si estamos frente a un momento populista que, a diferencia de anteriores simulacros, puede desbordar el paradigma liberal. Y, en consecuencia, si estamos frente al último gran acontecimiento (por cuanto de ruptura tiene) de la larga historia insurreccional de la España Moderna. Por ahora, podemos sospechar que las protestas de noviembre de 2023 son los prolegómenos de un despertar patriótico.

[1] Y puestos a incluir horrores, añadamos también Mayo del 68. [N. de la Red.]

 

Para leer y reflexionar
al volver de la manifa

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