Tres son las grandes ficciones sobre sus lenguas del nacionalismo. La primera, ocultar que el castellano se instaló en Cataluña y País Vasco porque a catalanes y vascos les convenía. La segunda, empeñarse en considerar que la lengua propia de Cataluña y del País Vasco es, en contra de la evidencia, el catalán y el eusquera. Y la tercera, condenada al fracaso, inculcar una tergiversación inviable: que toda comunicación puede hacerse en catalán o en vascuence.
Nadie impone las lenguas. No es posible. Se instalan mediante procesos de moda y prestigio para servir de distinción a las clases acomodadas y favorecer la posición social, exactamente igual que el inglés de hoy. La lengua que uno quiere usar no puede impedirse. La aristocracia, la burguesía y el clero optaron por instruirse en castellano, leer en castellano, ir al teatro en castellano y hablar, para ganar posiciones, en castellano. El catalán cayó en el agrafismo en el siglo XVI porque era más útil comunicarse por escrito en castellano. El vasuence abandonó tímidamente el agrafismo en el siglo XVI, pero se siguió escribiendo en castellano. Algo normal en toda la historia de las lenguas. Pasó con el latín y pasa ahora con el inglés. Y en su renacimiento, allá por la segunda mitad del XIX, el catalán coincidió con el proceso más acentuado de castellanización, si bien el abrazo a la lengua de Castilla para los usos cultos y formativos había empezado a generalizarse en el siglo XV, más de doscientos años antes de que el primer soldado borbónico emprendiera el cerco militar a Barcelona.
Hoy se machaca en la escuela y se enseña en las clases de Formación del Espíritu Catalanista, asignatura pegada a la piel de todas las demás, que las fuerzas de ocupación castellanas impusieron la lengua, como si la gente aprendiera lenguas a garrotazos. De nada sirve que solo en Europa tengamos más de cuarenta ejemplos de idiomas que corrieron la misma suerte que el catalán o el vascuence y sus hablantes se sienten felices con su suerte. Los relatos nacionalistas se asientan sobre la mentira, y sobre todo, sobre la ocultación de la verdad.
Lengua impropia
La lengua propia de Cataluña es el español y no hace falta escribir una tesis para demostrarlo. El nacionalismo, apoyado por el progresismo del PSOE, ha puesto freno y marcha atrás a la evolución natural para complacer, contra toda razón y a cambio de mantenerse en el poder, a don Carlos Puigdemont y a don Oriol Junqueras. Oriol, dicho sea de paso, procede del latín ‘aureolus’, aureola.
Ni Carles, ni Oriol, ni Pere saben, o no quieren saber, que la posibilidad de elegir lengua nativa no existe, que las lenguas se instalan como legado. Y la adicional, tampoco. Lo cual impide, con bastante lógica, que quienes heredan el castellano transmitan el catalán a sus hijos. La elección de la segunda lengua tampoco es libre para los nativos de bretón, siciliano o catalán, pues necesitan, de manera natural y no por imposición, el francés, italiano y español respectivamente.
Por tanto, si don Carlos y don Dorado hablan con destreza dos lenguas (si hablan otras seguro que no con la suficiencia de estas dos) no es porque los españoles se las hayan inyectado en vena como ellos suministran el catalán, sino porque han heredado ambas con plenos derechos, la una y la otra, y la personalidad de los independentistas pende de sus dos instrumentos de comunicación. Y si quieren saber lo que vale un peine, que intenten dejar de conocer una de ellas a ver cómo les va… Si dejaran el catalán ¡perdón! no pasaría nada.
Los franceses que hablan occitano, vascuence o catalán tampoco sienten la necesidad de transmitirlo a sus descendientes ni de enseñarlo por narices en la escuela. En unas generaciones habrán desaparecido las tres lenguas y no por ser atacadas por la peste negra, sino porque son abandonadas por sus hablantes a favor del francés, lengua mucho más provechosa.
Sin que nadie lo prohibiera, el catalán entró en decadencia en el siglo XVIII, y sólo el romanticismo del XIX le dio un respiro, que no impidió que el español creciera hasta ser la lengua más importante en la vida social y comercial. Pero eso se silencia. Es la gran mentira que sustenta el discurso de hispanofobia.
Que prueben catalanes y vascos a olvidar el español, a hacer como si no lo conocieran, un solo día. Quedarían semimudos, o semianalfabetos, pues el español les abre una puerta inmensa a la comunicación internacional y a la cultura.
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