Al leer el acuerdo entre PSOE y Junts recordé, precisamente, una bonita canción de Raimon que en uno de sus versos dice algo así: «Y que no sabes cómo vivir en la ciudad hispanoarabolatinoafricanoeuroasiaticocatalana donde vives». Quienes vivimos en la España no histórica y meridional habitamos una colonia o protectorado como mínimo americanobritánicofrancogermanobruselensevascocatalán, y el último elemento polinómico de ese vasallaje se anunció ayer.
La lectura del acuerdo entre PSOE y ERC ya era indigerible. Reconocía dos legitimidades: la constitucional-institucional y la parlamentaria-popular, así decían, abriéndolas homólogas al diálogo. Es algo peor que un delito, es alta traición.
El pacto con Junts es aun más escandaloso, por inclinarse además ante el terrorífico aunque cómico Puigdemont. En un auténtico estatuto de humillación, se asume el relato, la bilateralidad, la mediación internacional, el privilegio fiscal y un primer paso o, mejor, un paso más hacia la federalización. Se empieza a ensamblar la institucionalidad supremacista y se va desgajando Cataluña de España, que es invotable. ¡España es la invotable! Sin embargo, anuncian una negociación que admite partir del referéndum como posición legítima; se profundiza en una paulatina aproximación semántica y conceptual entre las dos posturas, se embolica la troca, anticipando un paso más entre la reforma estatutaria y la independencia. No debería sorprender en quienes pactaron estrategia con ETA, pero nos obliga a preguntarnos desde cuándo está España sentenciada; cuándo y dónde se decidió este destino para el que nos preparan hace tanto… Podríamos preguntarlo con formas pop: ¿quién maneja nuestra barca? ¿Quién nos pone la pierna o bota encima?
Este acuerdo, que es acuerdo y preparación narrativa para los siguientes, es ya en sus propios términos inaceptable. Es una invitación a la insurrección general. Todos los sectorcillos, gremiecillos y formas corporativas de la más acreditada obediencia ya la estaban impostando ayer en comunicados de varios puntos. Estamos ante una soberana mierda, lo único soberano que tenemos, y lo peor de todo es que los términos de la reacción han de ser, al parecer, los que dicte Moreno Bonilla.
Porque volverán ahora a poner la lupa sobre la reacción popular, y aceptar esa narrativa será ya alterar el tono de la protesta y con el tono, el fondo de la misma. Porque no se puede defender la libertad, la patria, la justicia y la honra de un modo que no sea encendido, vibrante y enérgico. Cuando un régimen es tiránico, su orden es carcelario. Modular el tono condiciona el objeto mismo de la protesta que para ser, para simplemente ser, ha de sonar al menos sublevada. Porque no estamos ante un simple decreto abusivo, ni siquiera sólo ante una amnistía: lo que sentimos son los grilletes de un régimen antinacional que muta en paroxismo bellaco y traidor. Y no se puede luchar contra un régimen así de otra forma que no sea sonora, apasionada y desconcertante. No se puede moderar la necesaria exaltación revolucionaria. Se puede hacer fraterna, extensiva y generosa, pero no sofocarse más.
Cualquier intento de hacerlo o de reducir estos pactos a una forma institucional, de normalizarlos o despacharlos con palabras tranquilizadoras es participar en el propio golpe, que no es golpe sino golpe y además destrucción nacional, el desguace y venta estatal por organizaciones corruptas que parasitan España. ¡Quincalleros de algo sagrado! Trastornados por la probable venalidad de sus mamás, venden la madre del español.
La calma no lo sé. Lo que hay que conservar es la ira.
Intuimos que en el ajo está el gran empresariado mudo que quiere mercado quieto, los medios gubernamentalizados y lobotomizados (¡40 años de Prisa en los cerebros!), mucha población engañada, revanchista y cerril y gran parte del propio Estado, así que la única luz que se vislumbra parece la organización de la resistencia cívica no violenta, de la que ayer ya habló Abascal. Ni la violencia ni la «violencia no» de los cucas y cucos de la muderación: la desobediencia metódica y pacífica, la lucha civil no violenta, que además ha sido ‘amnistiada’ a los separatistas catalanes. De esta forma, nuestros equivocados y locoides compatriotas nos enseñan el camino.
Las reuniones de protesta deberían prolongarse y crecer. Su aumento transformará su naturaleza política. Su extinción rendirá nuestras vidas a la indignidad.
© La Gaceta