Rebelión en las aulas. A propósito del pin parental

El pin parental no es sino una solicitud y autorización previa a los padres para que decidan si estiman o no oportuno que sus hijos reciban o participen en determinada charla, taller o actividad.

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¡Qué revuelo se está armando a propósito del pin parental! Bien es cierto que la denominación no es muy acertada. Pero también muestra la cada vez mayor necesidad que tenemos los representantes públicos de rebatir y combatir aquello que consideramos erróneo y perjudicial para quienes nos han otorgado su confianza. Sobre todo si tales premisas carecen de veracidad.

Mucho se está hablando del pacto oculto entre PP y VOX en Extremadura, de la libertad de los menores a recibir cualquier contenido extracurricular que ellos —PSOE y Podemos— estimen oportuno. Para quien no esté en las trincheras educativas, el currículo oficial de educación es suficientemente amplio para abarcar contenidos de todas las asignaturas que podemos considerar elementales para al desarrollo personal y social de los estudiantes. Extracurricularmente nos referimos a cualquier formación que puedan recibir los alumnos y que no se encuentre en el currículo oficial. Esa información, exclusivamente la extracurricular, es a la que alude el pin parental, el cual no es sino una solicitud y autorización previa a los padres a decidir si estiman o no oportuno que sus hijos reciban o participen en determinada charla, taller o actividad. Libertad sobre los hijos, a fin de cuentas, que para algo son suyos.

Se pueden ustedes imaginar el contenido de cualquiera de esas actividades. A grandes rasgos, me atrevería a englobarlas casi en su totalidad en dos grandes bloques: ideología de género y Agenda 2030. Libertad, lo que se dice libertad, cuando se les impone la obligación de acudir a las mismas, no es tal. Figúrense si un docente propone una charla para alumnos de secundaria sobre los valores morales y su respeto en la Tauromaquia. ¡Sacrilegio! O unas jornadas sobre el aniversario de la conquista de México. ¡Genocida! ¿Qué me dicen de celebrar los cien años de la Legión? ¡Fascista! ¿O me equivoco?

Explíquenme una cosa. Una mujer es libre para hacer lo que le venga en gana con la criatura que se gesta en su vientre, bien darle la vida, bien quitársela de en medio; pero, en el momento del parto, milagrosamente, esta vida pasa a pertenecer al Estado, que se erige en protector frente a unos progenitores que no pretenden otra cosa que inculcar ideas bárbaras e ignominiosas a esa pobre criaturita que han traído al mundo.

¿Queremos libertad? Dejemos a los padres elegir la mejor educación para sus hijos. Porque la educación, no lo olvidemos, se da en casa. En las aulas, formación.

Cierro estas líneas recordando, o reivindicando, la importancia de la lectura, en concreto la de una novelita que ya vaticinó lo que pasó en las historias de Rusia y Alemania y que, si no lo evitamos, va camino de repetirse en España. En Rebelión en la granja, Orwell nos describe al caudillo de la explotación, el cerdo Napoleón, como un ser totalitario que, en su afán de control de la granja, secuestra y educa directamente a la nueva generación de perros para convertirlos en su guardia personal y verdugos de su régimen. Setenta y cinco años después, la historia se repite a través de partidos políticos y de leyes educativas e imposiciones ideológicas que intentan secuestrar a los hijos de sus padres para adoctrinarlos en los que ellos consideran la verdadera cultura. Que cada cual saque sus propias conclusiones.

Álvaro Sánchez-Ocaña Vara es profesor de Geografía e Historia
y diputado de VOX en la Asamblea de Extremadura

 

 

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