Nietzsche y nosotros

"La lenta aparición en el horizonte de una especie esencialmente supranacional y nómada de ser humano."

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Entre las infinitas consecuencias y derivadas del conflicto entre Palestina e Israel está la nueva demostración de la tiranía que de manera silenciosa se forma en el mundo, particularmente en Europa. El Reino Unido, ayer ideal (si bien algo ingenuo) de libertades, avisa hoy de que ondear la bandera palestina puede ser considerado delito de orden público, y en lo continental y bruselense leemos ante el asombro de pocos la advertencia epistolar del comisario Thierry Breton a Elon Musk, a propósito de la libertad de expresión en X, antaño Twitter. Agita el comisario la Digital Services Act, una normativa europea destinada a controlar la información, a verificarla y moderarla. Así, un comisario presume públicamente de un sistema legalizado de censura oficial para todo el continente a través de las nuevas tecnologías, que someterían sus inmensas capacidades al poder político, juntándose así dos potencialidades desconocidas: las nuevas tecnologías de la información y el subimperio benevolente europeo que, como representante no electo del último o quizás ya ultimísimo hombre de Nietzsche, solo puede repetir por boca comisarial aquello de «Nosotros hemos inventado la felicidad».

A finales del siglo XIX, el dueño del gran mostacho profético escribió lo siguiente en Más allá del bien y del mal, avanzando el terrible siglo posterior y quizás aún más el siglo XXI de «lo europeo»:

Bien se denomine «civilización» o «humanización» o «progreso» a aquello en lo que ahora se busca el rasgo que distingue a los europeos; o bien se lo denomine sencillamente, sin alabar ni censurar, con una fórmula política, el movimiento democrático de Europa: detrás de todas las fachadas morales y políticas a que con tales fórmulas se hace referencia está realizándose un ingente proceso fisiológico, que fluye cada vez más: el proceso de un asemejamiento de los europeos, su creciente desvinculación de las condiciones en que se generan razas ligadas a un clima y a un estamento, su progresiva independencia de todo milieu [medio] determinado, que a lo largo de siglos se inscribiría seguramente en el alma y en el cuerpo con exigencias idénticas, es decir, la lenta aparición en el horizonte de una especie esencialmente supranacional y nómada de ser humano, la cual, hablando fisiológicamente, posee como típico rasgo distintivo suyo un máximo de arte y de fuerza de adaptación. Este proceso del europeo que está deviniendo, proceso que puede ser retardado en su tempo [ritmo] por grandes recaídas, pero que tal vez justo por ello gane y crezca en vehemencia y profundidad […]. ese proceso está abocado probablemente a resultados con los cuales acaso sea con los que menos cuenten sus ingenuos promotores y panegiristas, los apóstoles de las «ideas modernas». Las mismas condiciones nuevas bajo las cuales surgirán, hablando en términos generales, una nivelación y una mediocrización del hombre —un hombre animal de rebaño útil, laborioso, utilizable y diestro en muchas cosas—, son idóneas en grado sumo para dar origen a hombres-excepción de una cualidad peligrosísima y muy atrayente (…) la impresión global producida por tales europeos futuros será probablemente la de trabajadores aptos para muchas tareas, charlatanes, pobres de voluntad y extraordinariamente adaptables, que necesitan del señor, del que manda, como del pan de cada día; mientras que la democratización de Europa está abocada, por lo tanto, a engendrar un tipo preparado para la esclavitud en el sentido más sutil: en el caso singular y excepcional el hombre fuerte tendrá que resultar más fuerte y más rico que acaso nunca hasta ahora, gracias a la falta de prejuicios de su educación, gracias a la ingente multiplicidad de su ejercitación, su arte y su máscara. He querido decir: la democratización de Europa es a la vez un organismo involuntario para criar tiranos, entendida esta palabra en todos los sentidos, también en el más espiritual.

© La Gaceta de la Iberosfera

 

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