¿Qué es el arte? ¿Por qué consideramos algo como tal? Hasta ayer, la respuesta a estas preguntas se antojaba lejana e imprecisa, máxime en la sociedad en que vivimos, donde se nos impone aquello que debemos considerar, o no, artístico. Hasta que apareció un genio, un artista del arte del birlibirloque que, sabedor de que en todo arte siempre se obra un milagro, y que este milagro cumple una ley divina, ésta se manifestó cuando Morante, el hombre, lo puso todo, y Dios dispuso de ello.
Con mayúsculas, Morante es sinónimo de arte, además de toreo añejo, dentro y fuera del ruedo. Un romántico en una sociedad desconocedora de cualquier tipo de estética. Ayer, 26 de abril de 2023, en la Real Maestranza de Sevilla se abrió el tarro de las esencias. Un tarro destapado ya en el paseíllo, que olía y sabía al rey de los toreros. Y es que Morante tiene mucho de Joselito. Y de Belmonte. Apolo y Dionisio, aunque sabedores de sus diferencias, se unen cada cierto tiempo para dotar de luz y esperanza a un mundo que camina hacia el abismo.
Desde la Prehistoria, el ser humano, a través del arte, manifiesta sus creencias, valores o inquietudes. Más allá de las concepciones simbólicas, y en palabras de Rafael Gallo, “el toreo consiste en tener un misterio que decir, y decirlo”. ¡Y vaya si ayer se dijeron cosas! De frente, por derecho, con sinceridad y transparencia, bailando con la muerte, representando la naturaleza misma.
“Morarte” moldeó la materia a su antojo, dotándola, junto al espíritu, de formas al alcance de pocos. Variedad añeja la de sus suertes, originadas en una tauromaquia de otro tiempo, aquella de las competencias entre contrarios, las del siglo de oro, décadas en las que los toreros se jugaban la vida por un ideal y algunos, dotados del misterioso duende, conseguían plasmarlo de manera única e irrepetible. Bajo la mirada de Curro y Rafael, en un homenaje a Joselito el Gallo, Morante hizo historia.
Comenzando la faena por faroles, suerte atribuida a Manuel Domínguez, Desperdicios, a mediados del siglo XIX, continuó el tercio capotero por verónicas, inventadas por Costillares a finales del XVIII y perfeccionadas por Belmonte, Curro Puya, Cagancho o los presentes, en La Maestranza, Curro y Rafael. ¿Qué decir de las gaoneras, símbolo de Hispanidad y hermanamiento entre culturas? ¿O de las templadas tafalleras que conducían al burel hacia el infinito? Sea como fuere, los ayer presentes fueron testigos de doscientos años de tauromaquia.
Sin lugar a dudas, la suerte de muleta, empezada en tablas con ayudados por alto y templada con unos monumentales naturales fue lo que dotó de armonía y perfección a toda la obra de arte. Me vienen a la mente las palabras de José María Pemán que ayer se plasmaron en las manos del genio:
Natural, escultural.
El brazo tenso, una cuerda de violín,
haciendo de la mano izquierda un jazmín,
lentamente su camino,
entre el cuerno y el destino,
lento, breve, quieto, fino,
con elegante alegría.
Eso es toda Andalucía.
Entre la vida y la muerte, la suerte,
ligera como una flor o un cristal.
Y el peligro y el valor y la trampa:
¡Natural!
Mención aparte merece el bravo toro, sin cuyo protagonismo no hubiera sido posible asistir al delirio extasiado que ayer invadió la plaza al observar semejante arrebato de genio. Un toro bravo que, ya muerto, embistió hasta tres veces antes de caer a los pies del matador. Fulgor de luz. Temor. Nobleza y arte. Como decía Juncal, la muerte del toro bravo es solemne.
Morante expresó con su arte una serie de sentimientos y emociones con los que el mortal público se sintió identificado. Tenía un misterio que decir, y lo dijo. Transformó en arte la rudeza y primitivismo de la embestida para lograr una obra de arte plástica, bella y, sobre todo, eterna.
Resumen de la faena de Morante de la Puebla
(Video reproducido a través de Facebook)
Y el delirio del triunfo por las calles de Sevilla
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