La vaca hace mu

¿En qué molondra cabe imponer usos y costumbres urbanitas al mundo rural? Únicamente en molleras carentes de todo juicio y sensatez.

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Pongamos de ejemplo que un sujeto “a”, paisano de una zona deprimida y abandonada durante decenios por el centralismo gubernamental, hombre heterosexual y binario –apelación dada al individuo que, según los actuales modismos, defiende la existencia de dos sexos–, el cual  decide dejar sus hábitos rurales y mudarse a la gran ciudad. En resumidas cuentas,  obligado por unas circunstancias políticas y/o económicas ajenas a su voluntad, cambia el hábitat agreste por otro urbano. ¿Qué pasaría con ese fulano? Una de dos: o se adapta y acaba siendo parte de la masa o ésta acabaría por engullirlo. El resultado, por desgracia, sería el mismo. Adaptado o no, perdería toda noción de identidad en la inmensa jungla que son las ciudades, máxime en los tiempos que corren.

Hago un inciso. Observen que hablo de individuo como persona, prójimo, ser o sujeto sin entrar en detalles sobre lo que esconde bajo su ropa interior, no vayan a sentirse agraviados aquellos de la ofensa fácil. Continuemos dándole la vuelta a la tortilla –sin ánimo de burlarnos, la providencia nos libre, de la comunidad vegana– . Un sujeto “b”, ciudadano de un lugar llamado mundo –hetero-bi-pan-trans-dios sabe qué sexual, no binario, trinario o cuaternario, con el género fluido o solidificado– , deja la urbe, a la que llega a aborrecer, y se muda al campo en busca de una Arcadia tan sólo existente en su imaginación. Cree encontrarla en un bonito pueblo de Asturias,  Extremadura o Castilla la Vieja. ¿Qué sucede con este tipo? Simple y llanamente se manifiestan en su persona los efectos y consecuencias de la gilipollez mayúscula que nos apisona día tras día. Aquella que, derivada de una educación partidista y doctrinaria, con la Agenda 2030 como tabla de la ley, está permitiendo comportamientos que hace unos años consideraríamos propios de mentes vesánicas.

¿En qué molondra cabe imponer usos y costumbres urbanitas al mundo rural? Únicamente en molleras carentes de todo juicio y sensatez. Aquellas que, tirando de actualidad, denuncian, por ejemplo, a un vecino de la parroquia de Vega, en Siero (Asturias), por los mugidos que a intervalos regulares emitía una pobrecita becerra a la que acaban de destetar. O aquellos jubilados alemanes que delataron a su vecino, propietario de un gallo que cantaban ininterrumpidamente desde la aurora hasta el ocaso. ¿Qué me decís de aquel que propone al ayuntamiento de su pueblo parar el reloj de la plaza consistorial para no interrumpir sus siestas? ¿O aquellos que se permiten la licencia de aleccionar  a ganaderos y agricultores sobre la forma de hacer su trabajo?

Una parida más de las tantas que estamos obligados a ver, oír y, por supuesto, callar, porque no se le ocurra a usted tirar de sensatez y sentido común, pues le tildarán de desequilibrado y enemigo del ecologismo y del bienestar animal, aquel que vela por el confort y disfrute de las nuevas alimañas, ahora bípedas, de desarrollo cerebral más bien escaso y con la peligrosa costumbre de tirar por tierra todo aquello que lleva funcionando siglos. Por más que les pese e impongan la paranoia más absurda como precepto, la vaca seguirá mugiendo y peyéndose a su antojo, el gallo cacareando y echando sus polvoretes –con el consentimiento o no de las gallinas –  mientras el tonto del pueblo  –ahora emigrado desde la metrópoli de la necedad – continúa, erre que erre, con su sinsentido. Y es que, cuando un tonto  coge una linde, la linde se acaba, pero el tonto sigue. ¿Hasta cuándo?

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