¿Comeremos mierda?

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La culpa la tienen los pedos de las vacas porque calientan el planeta. Y añadiendo a sus pedos el terreno que ocupan y el agua que consumen, las pobres rumiantes se convierten en agentes de la extinción de la Humanidad mediante el cambio climático. Perdón, retiro lo de "cambio climático" porque santa Greta virgen y mártir ya estableció hace un par de años que debemos abandonar esa expresión para pasar a llamar las cosas por su verdadero nombre, o más bien sus verdaderos nombres, en plural, todos ellos bendecidos por los sacerdotes de la nueva religión: colapso climático, crisis climática, emergencia climática, colapso ecológico, crisis ecológica y emergencia ecológica.

De estos horrores, tan efectivos para aterrorizar a los fieles, ya se hablaba hace muchas décadas, aunque con divergencias tan notables que a más de un talibán climático de nuestros días le deberían mover a la reflexión. Por ejemplo, según los políticos y expertos científicos de los años setenta la amenaza climática que pendía sobre la Humanidad era la inminente llegada de una nueva glaciación. Glaciación provocada, naturalmente, por el hombre. Y, más concretamente, por la quema de combustibles fósiles, ¡esos que ahora provocan el calentamiento! Porque, según decían, dicha quema impide la llegada de los rayos solares a la superficie terrestre. Un ejemplo entre mil: el Washington Post del 9 de julio de 1971 recogió las opiniones de varios eminentes científicos de aquellos días, alguno de ellos con altos cargos en el Gobierno de Nixon, sobre la caída de seis grados en la temperatura media del planeta, lo que provocaría una glaciación que podría poner fin a la existencia humana. Según la moda de entonces, faltaba poco para que cientos de millones de personas murieran de hambre y frío, para que los habitantes de las ciudades tuvieran que usar máscaras de gas para poder respirar y mil espantos más.

Con el paso del tiempo fueron llegando nuevos agoreros y nuevos augurios. El más influyente de todos fue Al Gore, que tantos éxitos y honores, empezando por el Nobel de la Paz, consiguiera con su documental Una verdad incómoda. Sin embargo, el paso de los años ha demostrado una vez más la poca puntería de los catastrofistas climáticos. No se ha cumplido ninguna de las previsiones de Gore: las islas y ciudades costeras que ya tendrían que llevar años sumergidas bajo las aguas siguen intactas; el hielo del Polo Norte, cuya desaparición anunció Gore para 2013, sigue en su sitio, etc.

Por todas partes aparecieron pitonisos climáticos anunciando el sofocante futuro que nos esperaba. Un ejemplo entre mil de la prensa española: El Mundo del 25 de febrero de 2001 previó para 2020 un Mediterráneo sin playas por el aumento del nivel del mar; una cornisa cantábrica cubierta de palmeras; frecuentes y violentos huracanes; ciudades como Venecia y Amsterdam, así como cientos de islas del Pacífico, sumergidas bajo las aguas; neblinas tóxicas envenenado a la gente; la malaria y el cólera causando estragos en Europa; 1.600 millones de personas pasando hambre…

Pero nada de esto ha sucedido, lo que no ha impedido ni seguirá impidiendo que Al Gore, Greenpeace y numerosas personas e instituciones de todo el mundo (políticos, escritores, periodistas, activistas, industrias de las energías llamadas renovables, organismos gubernamentales, etc.) sigan haciendo caja con los impuestos obligatorios y las donaciones voluntarias de millones de personas aterrorizadas.

Y tampoco ha impedido que sigan extendiendo las medidas de todo tipo para evitar la catástrofe cuyo advenimiento anuncian erróneamente una y otra vez sin que se les caiga la cara de vergüenza. Las ponen nombres rimbombantes para dar apariencia de respetabilidad, como esa Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible que aprobaron en la ONU en 2015 o el Plan 2050 que nuestros máximos pitonisos nacionales, Pedro Sánchez y demás analfabetos monclovitas, pretenden imponer a los españoles del presente y de los próximos treinta años siguiendo las órdenes de los que mandan.

Una de las medidas estrella es la progresiva eliminación del consumo de carne mediante su sustitución por vegetales, productos de laboratorio y animalitos cuyas ventosidades habrá que suponer menos nocivas que las de vacas, cerdos y ovejas. Entre ellos sobresalen los gusanos, insectos y otras mierdas, cuya aptitud para el consumo, virtudes nutritivas y delicioso sabor han comenzado a ser difundidos por los medios de comunicación a las órdenes de los que mandan.

Así que vayamos acostumbrándonos a estos nuevos alimentos tan sostenibles y progresistas, puesto que ya ha comenzado la campaña mundial para

Intentan convencernos de que los placeres de la carne son propios de fascistas

convencernos de que los placeres de la carne son propios de fascistas. Además, no olvidemos el dato añadido de que el jamón, el chorizo y los torreznos no tardarán en ser prohibidos en un país que, según también acaban de declarar nuestros gobernantes, recibirá en los próximos años siete millones de inmigrantes, provenientes la gran mayoría de ellos de la demográficamente explosiva África, a los que habrá que añadir los que sigan entrando ilegalmente y los muchos que ya están entre nosotros. Y del mismo modo que ya llevamos varios años de problemas con el consumo de cerdo en los comedores escolares debido a las protestas de los musulmanes, cuando en el Parlamento y el Gobierno se siente el suficiente número de ellos será inevitable que acaben imponiéndonos a todos la desaparición de su odiado jalufo de nuestros platos.

Así que ya saben, progresistas de España y del mundo entero: empiecen a dar ejemplo comiendo mierda, que es lo sano y progresista. Porque algunos incorregibles reaccionarios, egoístas e insolidarios por naturaleza, seguiremos cayendo rendidos ante los encantos de una buena pierna de cordero. Y de doncella, por supuesto.

© Libertad Digital

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