Jalogüín

Esto se cae. Y no por la economía.

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Calabazas de Halloween acechan entre las verduras. ¡El Imperio ha llegado a la frutería!

Es una constante histórica que a las potencias políticas en sus épocas de grandeza les salgan imitadores. Además del caso más evidente, Roma, si España exportó su lengua, cultura y modas en el siglo XVI, Francia e Inglaterra recogieron el testigo en siglos posteriores. Pero lo que exporta la primera potencia de nuestros días no es precisamente lo elevado: la comida basura, las acrobacias de Michael Jackson y la idiotez de Halloween. Interesante síntoma.

Todas las calabazas son idénticas, perfectas, esféricas, del mismo tamaño y color. Parecen de plástico, pero son de verdad. Lo artificial es el aparatoso envoltorio negro, lleno de brujas y espectros, más propio de un juguete que de una hortaliza. Al fin y al cabo se supone que no es para comer, sino para jugar.

Y que nadie eche la culpa a los yanquis: nunca ha existido nada parecido a una Halloween Exportation Agency. Si se ha imitado la cosa en otros países es porque les ha dado la gana. Si el vacío espiritual de Europa se llena con cualquier tontería llegada de la otra orilla del Atlántico o de cualquier otro lugar, no es culpa de los norteamericanos.

Lo más divertido es que estas calabazas tan monas, tan perfectas, tan clónicas que daría grima comérselas, llegadas desde la metrópoli hasta los supermercados más alejados del Imperio, nacieron en Los Alcázares, Murcia, Spain.

Del mismo modo que la Semana Santa no tardará en ser confundida con las fiestas de moros y cristianos, la tomatina de Buñol o la defenestración de la cabra de no sé dónde –para lamentar lo cual no hace falta ni siquiera ser creyente–, las iglesias no tardarán en ser nada más que testigos mudos de un culto extinguido, como los templos paganos y las pirámides. Ya hoy casi sólo cumplen la función de museos para masas ajenas e irrespetuosas con el culto que allí sigue celebrándose marginalmente. Y es la propia Iglesia la que se esfuerza en vulgarizar, en profanar el carácter sacro de sus edificios, rebajando sus ceremonias en persecución de un contraproducente populismo mediante decoraciones degradantes y musiquillas tontas que a veces incluso sirven de soporte para letras disolventes. Por ejemplo, el Imagine de John Lennon durante la consagración. Debe de ser que los curas no saben inglés.

Y en cuanto a la fiesta ésta de las calabazas, no sólo ha barrido con la costumbre bisecular de representar el Tenorio de Zorrilla (¿Tenorio? ¿Zorrilla? No me suenan. ¿En qué equipo juegan?), sino que incluso ha conseguido que mientras los que peinan canas van al cementerio a depositar unas flores y dedicar una oración a sus seres queridos, la juventud más preparada de la historia de Expaña se va de fiesta disfrazada de zombi.

Si en la tradición grecolatina los muertos representaban una presencia benefactora que, generalmente a través de los sueños, aconsejaban y acompañaban a los vivos, los románticos anglosajones consiguieron hacer de ellos unas criaturas espeluznantes; y del Más allá, el reino de la oscuridad. Hasta los niños de corta edad han aprendido que eso de la muerte del cuerpo y la inmortalidad del alma consiste en un pasatiempo dedicado a asustar, perseguir, matar y comerse a la gente. De ello se han encargado hasta los colegios de monjas, donde se anima a la chavalería a celebrar el día de Todos los Santos bailando Thriller.

Esto se cae. Y no por la economía.

© El Mundo (Cantabria), 2011

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