Esta misma semana, el jefe del Estado Mayor del Ejército norteamericano, general Mark Milley, tomaba la palabra en la cumbre Defense One, en Washington, y señalaba a Rusia como “la principal amenaza para los Estados Unidos”. Las acciones de Rusia –dice el general- son agresivas y contrarias a los Estados Unidos. Como es el único país del mundo –argumenta Milley- con capacidad nuclear suficiente para destruir Norteamérica, Rusia representa, a ojos de Washington, una “amenaza existencial”. Hace pocos días, en el contexto de las maniobras “Trident Juncture”, el vicesecretario general de la OTAN, Alexander Vershbow, también apuntaba a Rusia como adversario central de Occidente. Es el mismo discurso que ayer mismo, miércoles, repetía el secretario general de la Alianza,Jens Stoltenberg, señalando específicamente la agresión en Ucrania. Hay demasiadas voces que cantan la melodía de una nueva “guerra fría”.
¿Qué está pasando? Esencialmente, que el mapa del poder mundial ha cambiado de forma sensible en tan sólo dos o tres años. Hasta hace muy poco tiempo, los Estados Unidos creían el camino expedito para realizar su proyecto de un gran espacio trasparente a escala mundial, sustentado sobre relaciones comerciales y financieras globales y con epicentro, naturalmente, en Washington. La OTAN permanecía y aún permanece bajo esa órbita. Pero he aquí que China y Rusia han movido sus piezas, han construido sus propios proyectos y en modo alguno están dispuestas a aceptar la hegemonía mundial norteamericana. ¿Eso era previsible? En realidad, sí. Lo que no resultaba tan predecible era que los europeos descubriéramos súbitamente que, en esta especie de nueva guerra fría, los que perdíamos éramos nosotros. Y que a lo mejor conviene no secundar del todo la política de bloques que Washington insiste en mantener.
El húngaro Orban declara que Rusia está haciendo en Siria lo que tenía que haber hecho Europa. Sarkozy –el mismo que volvió a meter a Francia en la OTAN- viaja a Moscú y elogia el papel de Putin en el orden internacional. Simultáneamente, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, François Hollande, viajan a Pekín y manifiestan sus deseos de estrechar los lazos con China. Hungría, Francia y Alemania forman parte de la Alianza Atlántica. Los dos últimos países han apoyado además la operación de cambio de poder en Ucrania, estimulaºda desde Washington. Pero las exigencias norteamericanas están yendo demasiado lejos. La guerra de Siria ha abierto muchos ojos. A ras de suelo, es un hecho objetivo que quien está defendiendo a los cristianos sirios e iraquíes y quien está atacando a la tiranía rabiosamente antidemocrática del Estado Islámico es precisamente Moscú. Por el contrario, los países de la OTAN y sus aliados han apoyado la creación de milicias islamistas en Oriente Próximo, y esto es también un hecho objetivo. O sea que los occidentales hemos armado en Siria a los mismos que detenemos en Europa, y consideramos enemiga a Rusia porque mata en Siria a los mismos que encarcelamos aquí. Es descabellado, pero esta es la situación. Por toda Europa se extiende la impresión de que estamos en el lado equivocado. Y no es sólo una impresión: es un hecho que la política norteamericana, hoy, resulta más peligrosa para Europa que la política rusa.
Entendámonos: Moscú no nos salvará. Moscú no está defendiendo a “la Cristiandad”. Tampoco “la democracia”. Moscú está defendiendo sus propios intereses geopolíticos, que no son los nuestros. La clave está en que esos intereses rusos, que Washington ve como enemigos, no son necesariamente adversos con ojos europeos.
Lo que quiere Rusia
Con frecuencia se oye decir a los analistas de facción que Putin intenta reconstruir el espacio geopolítico soviético. No: lo que intenta reconstruir es el espacio geopolítico tradicional ruso, que es el mismo desde los tiempos del zar Pedro el Grande. Los regímenes cambian y pasan, pero la geografía siempre es la misma y, por tanto, los intereses geopolíticos de una nación siempre son idénticos. En el caso ruso, se trata de controlar un espacio continental enorme, pero muy difícil y poco habitable, lo cual obliga a buscar permanentemente salidas al sur, a los mares cálidos. Es esto, y no otra cosa. ¿Y no hay diferencias entre el Kremlin de hoy y el de 1960? Sí, sí las hay. La Rusia de hoy, a diferencia de la vieja Unión Soviética, no tiene un proyecto de dominación mundial. Porque tampoco posee los instrumentos para semejante cosa. Algo que hay que tener presente cuando se habla de la “amenaza rusa”.
Por así decirlo, Rusia es como un tipo demasiado grande con energías limitadas y ostensibles dificultades para sostener un cuerpo descomunal. En 2014 el PIB de Rusia fue de 1,4 billones de euros.¿Es mucho o poco? En el mismo año, el de Francia superó los 2 billones y el de España fue un billón, así que calcule usted. El PIB conjunto de la zona euro supera los 10 billones. Si Rusia entrara en la zona euro, su aportación apenas superaría el 10%. ¿Y su gasto en Defensa? En 2014 fue de 63,7 millones de euros. Una vez más, ¿mucho o poco? Compare: Francia gastó 47,2 millones, el Reino Unido 45,6, Alemania casi 35, Italia gastó 23,3 millones de euros, España –oh, sí- sólo 9 millones. Es decir que sólo la suma de los principales países de la Unión Europa supera con creces el gasto militar ruso. Incluso en el caso de que Rusia estuviera mintiendo sobre su gasto en defensa –cosa que insinúan algunos observadores atlantistas- y en realidad fuera mucho mayor, seguiría por debajo del gasto militar de la UE. Saquemos de la comparación a los Estados Unidos, cuyo gasto en defensa en 2014 superó el medio billón de euros, y a China, que invirtió 162,7 millones. El gasto militar norteamericano sigue representando aproximadamente la mitad del gasto mundial en esta materia y multiplica por ocho la cifra declarada por Rusia. Son cosas que hay que saber antes de hablar de “amenazas expansionistas”.
¿Qué más tiene Rusia? ¿Petróleo? Sí: siempre figura entre los tres o cuatro máximos productores mundiales. Pero los otros dos primeros son Estados Unidos y Arabia Saudí, de manera que no es un dato determinante. ¿Gas? También, y con mayor ventaja que en el caso del crudo, pero el otro gran productor mundial son los Emiratos, que políticamente están en el otro lado. ¿Armas nucleares? Por supuesto, Rusia las tiene y las exhibe sin embozo. Pero también las tienen China, Francia, el Reino Unido, Pakistán, la India, probablemente Israel y, por supuesto, los Estados Unidos. Y como la nuclear es un arma que, por definición, sólo puede usarse una vez –porque la segunda sería el apocalipsis mundial-, tampoco el dato es determinante.
La imagen del mundo
Y bien: si la potencia rusa no es determinante en PIB, ni en gasto militar, ni en petróleo, ni en gas ni en armas nucleares, ¿entonces qué tiene Rusia para ser una superpotencia? Espacio. Porque Rusia tiene todo eso –que no es moco de pavo- pero, sobre todo, tiene otro elemento que hace determinante al conjunto: espacio, territorio. Hoy como en tiempos de los zares. Y desde que gobierna Putin tiene, además, la clara decisión de tomar pie en ese espacio para reafirmar la soberanía nacional rusa en el tablero mundial. Cuando se dice que Putin es el único “hombre de Estado” que queda en Europa se quiere decir precisamente eso: mientras todos los demás jefes de estado o de gobierno europeos se ven a sí mismos como gestores temporales de un negocio cuyo origen y destino ya no depende de ellos, Putin sí se ve como protagonista de la soberanía de su nación.
¿Cómo proyecta Rusia esa afirmación de su soberanía? Ante todo, en los términos clásicos de un estado-nación, por más que se trate de un estado-continente. Es decir que Moscú no concibe el mundo como un escenario llamado a constituir un único espacio comercial e institucional bajo los criterios de la “gobernanza global” –que esa es la visión predominante en Occidente-, sino que permanece en la visión clásica de la política internacional protagonizada por agentes que pueden ser ora amigos, ora enemigos, pero siempre cada cual con su propio objetivo singular. Ahora los agentes no son sólo nacionales, sino transnacionales, pero las reglas del juego, a ojos de Moscú, son las mismas. Donde Washington –y Bruselas- ven un mundo unipolar, Moscú lo ve multipolar. En la última fiesta nacional rusa se comentó mucho la ausencia de líderes occidentales en los festejos. “Putin está aislado”, dijeron aquí nuestros medios de comunicación. Pero quienes estaban al lado de Putin en la tribuna eran los chinos y los indios: 2.500 millones de personas tirando por lo bajo. Curioso “aislamiento”.
¿Y Europa? ¿Qué dice Europa? Nada, que se sepa. Lo cual nos coloca a todos en una situación francamente enojosa, porque Europa, quiera o no, está obligada a entenderse con Rusia, mal que les pese a los americanos y a los eurócratas de Bruselas. Primero, por inevitable contigüidad geográfica: basta mirar el mapa para entender que Europa sólo es el apéndice de la masa euroasiática; estamos donde estamos y nunca tendremos por medio un mar que nos separe de Moscú. Además, por evidente vecindad cultural, ¿o no son europeos Tolstoi y Tchaikovski, Dostoievski y Rachmaninoff? Y de manera muy particular, por complementariedad económica. ¿Qué tiene Rusia que nosotros no tenemos? Materias primas. ¿Qué tenemos nosotros que no tiene Rusia? Elevadísima capacidad tecnológica e industria de transformación de alta calidad. No es que estemos hechos el uno para el otro, pero la complementariedad es evidente. Tanto Europa como Rusia lo sabían perfectamente hace diez años. También Washington, y por eso ha pasado lo que ha pasado en el mundo.
¿Rusia es nuestro enemigo? Visto el caso desde Washington, sí: Rusia y también China. Pero los europeos deberíamos acostumbrarnos a mirar con ojos europeos. Todo descansa en qué entendemos por “nuestro”. Es hora de que ese “nuestro” vuelva a corresponder a un “nosotros”. Nosotros, europeos.