La globalización y el neoliberalismo parecen ser lo mismo. Sin embargo, un análisis exhaustivo permitiría, incluso, reconocerlos como fenómenos esencialmente distintos, pero paralelos. La globalización resulta ser un fenómeno histórico consustancial al capitalismo; mientras que el neoliberal es un proyecto político impulsado por agentes sociales, ideólogos, intelectuales y dirigentes políticos con una identidad muy concreta, pertenecientes –o al servicio– de las clases propietarias del capital en sus diversas formas. La convergencia de ambos procesos constituye la modalidad bajo la que se desarrolla el capitalismo en su fase actual.
Sin embargo, no pueden presentarse los fenómenos del capitalismo, el imperialismo, la globalización y el neoliberalismo como fenómenos independientes. Estas cuatro formas socioeconómicas no existen independientemente la una de la otra. El primero es un régimen económico, el segundo es la actitud y doctrina de dominio del primero, el tercero es la tendencia de los mercados en aplicación del régimen económico capitalista y de la apropiación del planeta por las multinacionales y corporaciones imperiales. Finalmente, el neoliberalismo es un proyecto de renovación del capitalismo que postula la reducción del Estado, en lo social y económico, a su mínima expresión.
Entre otros, los factores que caracterizan a la globalización, son: la expansión del sistema económico capitalista; la nueva forma de organización territorial y política del sistema mundial como proceso permanente (donde el Estado-nación es desplazado); el proceso de expansión de las empresas multinacionales y su peso específico en la producción mundial; el desarrollo de las comunicaciones y la rapidez con que transcurre la innovación tecnológica.
Si bien el proceso de globalización parece irreversible y, en muchos aspectos, independiente de lo que hagan los gobiernos, otra cosa es la ideología basada en la globalización, la ideología del free market, el neoliberalismo, eso que se ha llamado también “fundamentalismo del libre mercado”. El carácter neoliberal de la globalización, es decir, el sometimiento del proceso de producción, distribución circulación y consumo, al “fundamentalismo del libre mercado”, así como de la vida social a los valores del individualismo, se impone mediante un proceso político dirigido por la nueva clase dominante
Sin embargo, uno de los aspectos que los defensores neoliberales de la globalización utilizan con mayor frecuencia, de manera apologética y sin ofrecer confirmación alguna, es que la globalización, en su modalidad neoliberal, trae consigo toda una serie de oportunidades igualitarias. Los hechos, sin embargo, indican todo lo contrario pues, hasta el momento, el proceso globalizador neoliberal en ninguna parte ha acarreado beneficios compartidos; en todo caso, ha mantenido y reforzado los aspectos esenciales del capitalismo –la relación de producción, por ejemplo, basada en la explotación del trabajo por el capital–, cuyo desarrollo desigual significa mantener y profundizar las diferencias sociales y regionales que él mismo crea.
En este sentido, Samir Amin advierte que: «La expansión capitalista no implica ningún resultado que pueda identificarse en términos de desarrollo. Por ejemplo, en modo alguno implica pleno empleo, o un grado predeterminado de igualdad en la distribución de la renta». El propio Amin, encuentra la razón de la desigualdad en el hecho de que la expansión del capitalismo se guía por la búsqueda de la máxima ganancia para las empresas, esto es, sin mayor preocupación por las cuestiones relacionadas con la distribución de la riqueza, o la de ofrecer empleo en mayor cantidad y calidad.
Por su parte, Alain Touraine, apelando a la historia del desarrollo capitalista es, aún, más contundente: «La afirmación de que el progreso es la marcha hacia la abundancia, la libertad y la felicidad, y de que estos tres objetivos están fuertemente ligados entre sí, no es más que una ideología constantemente desmentida por la historia […] Más aún, lo que se llama el reinado de la razón, ¿no es acaso la creciente dominación del sistema, no son la normalización y la estandarización, las que, después de haber destruido la economía de los trabajadores, se extiende al mundo del consumo y la comunicación? […] ¿Y no es acaso en nombre de la razón y de su universalismo como se extendió la dominación del hombre occidental?».
El neoliberalismo comenzó a imponerse en el mundo a partir de una avasalladora crítica a la intervención del Estado en la economía. Asimismo, el brutal ataque contra el Estado de bienestar (ahora ya lo llaman “Estado de bienestaba”), emprendido por los ideólogos neoliberales en las décadas de los 70-80’ del siglo pasado, tuvo que ver con la conversión de los derechos sociales en servicios mercantiles que sólo pueden ser adquiridos en el mercado a los precios fijados por la ley de la oferta y la demanda. A tal efecto, se fortaleció la idea de que el Estado resulta ineficiente para producir bienes y servicios; por tanto, se defendió la idea de que únicamente los dueños del capital son capaces de reconocer correctamente las señales que envía el mercado y responder a ellas de manera eficiente, lo que garantiza, no sólo el uso más productivo de los factores de la producción, sino también la producción de los bienes y servicios socialmente necesarios, en la cantidad y calidad con que los consumidores los demandan.
De esta manera, se concluía: si el mercado todo lo resuelve y, además, lo hace de manera eficiente, el Estado nada tiene que hacer en la actividad económica, cuya forma natural de desarrollo se encuentra en el mercado, donde el equilibrio económico se alcanza sin necesidad de la intervención estatal. El desplazamiento del equilibrio entre Estado y Mercado en favor de este último, se ha reforzado con una pertinaz ofensiva en el terreno ideológico que, por un lado, “sataniza al Estado” y, por el otro, “exalta las supuestas virtudes del mercado” y su libre funcionamiento. Incluso, el sentido común neoliberal sostiene que siempre será preferible sacrificar la democracia al bienestar de la población (“el pueblo quiere comer y luego ser libre”), haciéndolas excluyentes y negando la posibilidad de alcanzar ambas, aunque nunca se expongan las razones de tal negación.
Finalmente, la imposición del neoliberalismo como la modalidad actual de la expansión del capitalismo requiere, también, la homogeneización cultural, es decir, para que la modalidad neoliberal avance es necesario eliminar las diferencias culturales y reconocerla como la única opción. En otras palabras, las costumbres, los hábitos y, aún, las representaciones simbólicas de cada cultura diferencial deben desaparecer para asumir las únicas posibles, aquellas que nos permiten una actitud de pasiva aceptación de la globalización neoliberal: si la economía es global, también la cultura debe ser global.
Pero, ¿cuál es la clave de la nueva cultura única globalizada? Para empezar, el concepto de ciudadanía con el que la propia burguesía había igualado a todos (un ciudadano, un voto), ha perdido importancia frente a la noción de consumidor universal: en todos los continentes se consumen los mismos bienes y servicios ofertados y suministrados por empresas transnacionales. En otras palabras, se propone una nueva categoría socioeconómica, la de “consumidor global”. Al mismo tiempo, de grado o por la fuerza, los países empiezan a formar un conglomerado regional donde se diluyen las identidades colectivas, nacionales y étnicas, lo que provoca el júbilo de los defensores de una cultura universal y cosmopolita, que denigran las culturas locales y tradicionales como una mera expresión limitada y provinciana. De esta manera, no se produce el necesario reconocimiento de “otras culturas diferentes”, incluso negándolas como expresiones atrasadas y marginales de la “cultura global”, hegemónica y moderna. ¿Qué será lo siguiente?