Todo parece oponerse a Europa y al Tercer Mundo. Sin embargo, actualmente todavía se les ofrece una oportunidad única. Pertenecen ya a esas áreas geopolíticas del mundo que no se funden con las superpotencias, por lo que ambos podrían ayudarse para inaugurar una tercera vía. El libro Europe, Tiers monde, méme combat, de Alain de Benoist, recuerda primero las vicisitudes de la ideología colonial y el extraño destino del Tercer Mundo desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Se verá cómo las divisiones habituales entre la derecha y la izquierda rara vez han correspondido a la realidad de las fuerzas en los países del Tercer Mundo. Y es, quizá, una coincidencia, que un nuevo Tercer Mundo muy diferente del anterior, está surgiendo hoy. La situación actual del Tercer Mundo muestra la responsabilidad de las ideologías dominantes en el estado de subordinación en que se encuentra. Un nuevo orden económico internacional requiere la creación de grandes áreas de desarrollo autocentrado, el único modelo que puede restaurar en el mundo la diversidad que hace de la riqueza identitaria un patrimonio de los hombres y de los pueblos. ¿La ideología de los derechos humanos o la defensa de los pueblos? ¿Hay que elegir? Entonces, la elección es clara: en el momento de la uniformidad globalizante y mundialista, de la muerte de culturas y estilos de vida diferenciados y arraigados, los pueblos de Europa y del Tercer Mundo deben construir su propio destino lejos de las seducciones de Occidente y de los cantos de sirena de Oriente.
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Primera.- El Tercer Mundo es una expresión equívoca que hay que emplear con precaución. Designa una realidad fundamentalmente heterogénea. La definición que se ha dado más frecuentemente de ella es de orden económico: el Tercer Mundo estaría formado por el conjunto de los países pobres, por oposición al mundo desarrollado. Pero se puede también dar una definición política del Tercer Mundo. Éste reagruparía al conjunto de países potencialmente no alineados con las superpotencias. En este sentido, Europa también formaría parte del Tercer Mundo.
Segunda.- Frente al Tercer Mundo (en el sentido clásico), Europa no es culpable de forma particular. Económicamente, la colonización no ha sido un “buen negocio”. No explica tampoco el desarrollo de los países occidentales, así como tampoco explica el subdesarrollo de los países del Tercer Mundo. La responsabilidad de la “deculturación” producida por la colonización no corresponde a Europa, sino a una ideología universalista que Occidente ha adoptado en un momento dado de su historia y que ha sido la primera en sufrir. La colonización es una página definitivamente liquidada de nuestra historia. No hay razón para tener, respecto a ella, rencor, crispaciones, culpabilidad o nostalgia.
Tercera.- La aproximación puramente economicista de los problemas del Tercer Mundo es errónea. Reduce excesivamente el problema: vinculada con la ideología del “progreso”, enmascara en realidad una nueva forma de colonialismo. Proponer a los países del Tercer Mundo, para compensar su “retraso”, que adopten el modelo occidental de desarrollo, equivale a desposeerlos de su identidad, a transformarlos en occidentales de segunda categoría y, finalmente, a condenarlos a un subdesarrollo real permanente. La ayuda al Tercer Mundo no tiene sentido más que si tiende a crear in situ condiciones de desarrollo, respetando las especificidades colectivas y las culturas diferenciadas. El Tercer Mundo debe ser ayudado a ayudarse a sí mismo, principalmente por la creación de grandes zonas de desarrollo “autocentrado”. La realización de tal objetivo implica el abandono de los esquemas marxistas y liberales dominantes, y la revisión de la dogmática del librecambismo internacional. La producción de los países del Tercer Mundo debe orientarse prioritariamente, no hacia exportaciones destinadas a satisfacer la demanda del “mercado mundial”, sino hacia la satisfacción de la demanda interior.
Cuarta.- La pobreza de los países del Tercer Mundo, presentada actualmente como una situación de excepción, ha sido hasta una época reciente el estado normal de todos los países occidentales. Esta pobreza, si bien constituye la desdicha del Tercer Mundo, constituye también la oportunidad de no incidir en los mismos errores que Europa ha cometido –y continúa cometiendo– bajo la influencia de las ideologías universalistas occidentales. Los países del Tercer Mundo tienen la suerte de poseer, en general, sociedades orgánicas todavía vivas. Sin continuar necesariamente con formas tradicionales de existencia, deben ser incitados a inventar formas propias de acceso a la modernidad. El Tercer Mundo debe rechazar el ideal de desarrollo a la manera occidental e intentar poner en marcha modelos originales de crecimiento y modernización.
Quinta.- La descolonización está aún por hacer. A las formas antiguas de dominio han sucedido otras formas nuevas de colonialismo. La dependencia económica y energética, principalmente, enajena la soberanía política de los países del Tercer Mundo, cuyas estructuras sociales se encuentran igualmente amenazadas por la universalización del modo de vida occidental. Europa, a este respecto, no está en una situación muy diferente. Los equilibrios que la sociedad mercantilista ha destruido en el Tercer Mundo, los ha comenzado primeramente por quebrar en el seno mismo de la cultura europea, donde se ha constituido “sobre” y “mediante” la destrucción de los modos de vida orgánicos enraizados. La descolonización, está aún por hacer en todas partes del mundo, tanto en el Tercer Mundo como en Europa.
Sexta.- El Tercer Mundo es actualmente el único lugar donde se pueden elaborar, realizar y probar nuevas formas políticas, es decir, formas de tercera vía. Thomas Molnar constata con bastante razón: «No hemos considerado hasta ahora al Tercer Mundo por lo que es y será, es decir, otro mundo, que no es ni será el Occidente liberal democrático, ni el Oriente comunista». Únicamente el Tercer Mundo ha dado, desde 1945, el ejemplo de fórmulas políticas, económicas y sociales diferentes. Su debilidad económica contrasta, a este respecto, con su poder político potencial. El Tercer Mundo debe ser incitado a rechazar tanto el socialismo marxista como el liberalismo occidental. Frantz Fanon no estaba equivocado al decir que «el Tercer Mundo aparece actualmente, frente a Europa, como una masa colosal cuyo proyecto debe ser intentar resolver los problemas a los que Europa no ha sabido aportar solución». El Tercer Mundo representa una oportunidad capital de salir del dilema Este-Oeste, Oriente-Occidente, y de preservar así el futuro de la diversidad colectiva humana.
Séptima.- Únicamente Europa tiene interés político en el desarrollo del Tercer Mundo. En las condiciones geopolíticas presentes, todo país “no-alineado” del Tercer Mundo es un aliado potencial de Europa, cuya vocación frente a las superpotencias no pude ser otra que la de constituir una “tercera vía” y ofrecer una alternativa a las ideologías dominantes. El “tercermundismo” debe recibir una nueva definición y un nuevo impulso. Mucho más que un deber moral o un imperativo económico, es para Europa una necesidad política vital. La ayuda europea al Tercer Mundo debe ir prioritariamente a los países que rechazan el alineamiento con los “grandes”. Europa y el Tercer Mundo constituyen, conjuntamente, potencialmente, una tercera fuerza. A la ayuda económica de Europa hacia el Tercer Mundo debe corresponder una ayuda política del Tercer Mundo para Europa. Los intelectuales de izquierda se volvían ayer hacia el Tercer Mundo para acelerar la decadencia de la cultura europea. Nosotros nos volvemos hoy hacia él para que nos ayude a salvarla.