El pensamiento de Alain de Benoist, y el de la Nueva Derecha (ND) en general, ha sido objeto de diversas críticas; pero uno de sus flancos más débiles lo encontramos quizás en el ámbito económico. No en lo que critica, sino en lo que opone a lo criticado.
El pensamiento de Alain de Benoist, y el de la Nueva Derecha (ND) en general, ha sido objeto de diversas críticas; pero uno de sus flancos más débiles lo encontramos quizás en el ámbito económico. No en lo que critica, sino en lo que opone a lo criticado. Su posición fundamental se limita a un anti-economicismo derivado de su concepción nuclear contra el liberalismo y su forma económica, el capitalismo. El economicismo (o economismo, según una traducción literal del francés) implica la reducción a una única dimensión económica de las finalidades sociales y políticas, característica de las ideologías occidentales y consecuencia de las doctrinas liberales clásicas que se extendió a todas las corrientes socialistas de inspiración marxista. El economicismo se asigna como objetivo central la política del "desarrollo económico" y la felicidad por el aumento del “nivel de vida”., la producción cuantitativa, sin tener en cuenta los factores culturales, ecológicos, demográficos, étnicos, etc. Desde este punto de vista, el economismo perjudica a la potencia económica, puesto que no tiene en cuenta estos factores exógenos que, en última instancia, determinan la independencia política, en cuanto a la autonomía de los recursos y suministros.
Para la ND, siguiendo la argumentación de Rodrigo Agulló (en Disidencia perfecta. La Nueva derecha y la batalla de las ideas, Áltera, 2011), «el Mercado no es algo “natural”, en el sentido de algo que haya existido siempre y en todo momento, sino que se trata de una institución histórica ligada a prácticas sociales bien precisas. Históricamente se han dado otras formas de circulación de bienes –tales como la reciprocidad (don-contra don) y la redistribución- que, o bien han existido sin un Mercado, o bien han coexistido con el mismo». La economía nunca ha formado “la infraestructura” de la sociedad, como proclaman tanto el liberalismo como el marxismo, antes al contrario, «la sobredeterminación económica (“economicismo”) es la excepción, y no la regla. Los numerosos mitos asociados a la maldición del trabajo, del dinero, de la abundancia, revelan que la economía, desde edades muy tempranas, era percibida como “la parte maldita” de toda sociedad, la actividad que amenaza con romper la armonía. La economía era desvalorizada no porque no fuera útil … sino porque no era más que eso. La función productiva, al representar la esfera de la necesidad, ocupaba el escalón más bajo en el antiguo sistema trifuncional indoeuropeo. El “fetichismo de la mercancía”, característico del capitalismo moderno, era claramente reconocido como intrínsecamente peligroso».
Con todo, estamos de acuerdo con Tomislav Sunic en que la ND todavía no ha desarrollado una doctrina económica alternativa al sistema liberal-capitalista, salvo los originales pero e inacabados intentos del díscolo Guillaume Faye: Contre l´economisme: príncipes d´économie politique y L´économie organique, no traducidos al castellano, excepto los ensayos Por la independencia económica de Europa y La economía no es el destino. Aunque podemos intuir que la ND, en una primera fase, siente simpatía por las teorías económicas de carácter orgánico y corporativo, como las propuestas de Adam Müller (escuela histórico-romántica), Othmar Spann (escuela holista y organicista) y Léon Walras (escuela marginalista), pero muy alejadas de un neokeynesianismo –opuesto al neoliberalismo de Hayek– que algunos han querido ver en la ND: un Estado soberano con un aparato tecno-burocrático subordinado a la superior función política, pero sin intervenir en la económica, salvo para dirigirla en un sentido u otro con respecto a la orientación de aquella primera función.
En una fase más avanzada del pensamiento benoistiano, ya desligado del inmovilismo neoderechista de la época de transición, Alain de Benoist realiza una original síntesis de toda una serie de escuelas y de autores considerados como “heterodoxos” dentro del ámbito de la economía política clásica heredada por el neoliberalismo: Fiedrich List y las teorías del proteccionismo, la crítica de la mercantilización del mundo y del homo oeconomicus de Karl Polanyi, la obra de los autores del movimiento anti-utilitarista como Serge Latouche y Alain Caillé, el ecologismo conservador de Edward Godsmith, la socioeconomía (Amitai Etzioni), los teóricos del desarrollo cualitativo (Amartya Sen) y el decrecimiento (Nicolas Georgescu-Roegen), así como las teorías de la re-localización y del biorregionalismo.
La modernidad, según Charles Champetier (en su Homo consumans), ha estado fundamentalmente dominada por una concepción utilitarista del hombre, que ve a los seres humanos como seres necesitados y enfrentados a un mundo como fuente inagotable de recursos para dar satisfacción únicamente a sus intereses. Interés y utilidad son los paradigmas dominantes en un universo sometido a las leyes fundantes de la razón económica por excelencia. La economía es el destino prefigurado por la modernidad ilustrada y sólo luchando en el terreno económico será posible debelar al economicismo y clausurar una época que ha entrado en decadencia. No se puede huir de la economía, ni se trata tampoco de negar los factores económicos, sino más bien de subvertirlos. Las nociones del “don” (reciprocidad e intercambio), presentes en todas las comunidades tradicionales, tanto en sus relaciones sociales como en los flujos de distribución de los recursos (ya sean propiamente económicos, simbólicos o de poder), podrían desempeñar esa función subversiva y favorecer el cortocircuito de los mecanismos discursivos de la razón moderna desde sus propios presupuestos de funcionamiento y en el interior de sus mismas estructuras.
Aparte de estas declaraciones de intenciones, la teoría económica neoderechista se limita a la reivindicación de la teoría de los “grandes espacios autocentrados” (André Grjebine, François Perroux, Jorge Verstrynge), la “esencia de lo económico” como espacio subordinado a la primacía de “lo político” (Julien Freund) y la crítica del neoliberalismo económico, con difusas y genéricas contribuciones del decrecentismo y el distributismo (el don, reciprocidad e intercambio). Dice Agulló que «el desafío esencial consiste, para la ND, en acabar con la hipertrofia de lo económico, en “desmercantilizar” el mundo, en “re-incrustar” la economía en la totalidad de las relaciones sociales, en la política y en la ética. En pasar de la sociedad de Mercado a la economía con un Mercado. Algo que necesariamente implicaría el abandono de la primacía de los valores mercantiles y la ruptura con la “religión” del progreso».
Por su parte, Pedro Carlos González Cuevas (en Las otras derechas en España) destaca la reivindicación keynesiana, por parte de la ND española, del economista Manuel Funes Robert (véanse en El Manifiesto artículos como Lección magistral sobre la escuela austríaca y otros). Funes, partiendo de su crítica del neoliberalismo económico, especialmente de Hayek, su figura más emblemática (también objeto de la aguda crítica de Alain de Benoist, que arranca de la controversia de Louis Rougier con Hayek), recogió, perfeccionó y amplió el keynesianismo y efectuó una reflexión sobre la integración de las tres grandes escuelas ‒liberal, marxista y keynesiana‒ he realizado la más importante, sino la única aportación española al pensamiento económico de todos los tiempos.
La ND, en sus orígenes, postulaba su preferencia por una “economía orgánica”, modelo económico de "tercera vía" que obvia al capitalismo liberal y al socialismo estatal. La “economía orgánica” parte del principio de que la economía debe funcionar como un organismo vivo, jerarquizado y armonioso, sujeto a la política, y no como un mecanismo frío animado por dogmas socialistas o por la lógica capitalista del beneficio a corto plazo. La economía orgánica pone las finanzas al servicio de la producción y la producción al servicio del pueblo y el equilibrio social. Tiene por objetivo reconciliar lo mejor del liberalismo ‒la libertad de empresa‒ y lo mejor del intervencionismo ‒la protección del Estado‒ consustancial a la economía planificada.
Según Guillaume Faye, antes de su lamentable deriva ideológica, los paradigmas principales de la “economía orgánica” serían los siguientes: 1) La oposición al librecambismo mundial y la elección de la autarquía de los grandes espacios, es decir, de la economía autocentrada sobre superficies de civilización, sin, por tanto, suprimir el concepto de intercambios mundiales y flujos financieros internacionales, estos últimos viéndose simplemente normalizados, limitados, contingentados; 2) la oposición a la socialización oficial, del fiscalismo paralizador, de la obesidad administrativa y la aceptación del libre mercado competitivo dentro de la zona autocentrada protegida y contingentada; 3) la regionalización de las producciones e intercambios dentro de la zona europea; 4) el respeto de los imperativos ecológicos bien comprendidos, superiores a los criterios de beneficio inmediatos; 5) la elección de grandes programas públicos de inversiones; 6) la coordinación entre la planificación y el mercado; 7) el Estado no puede implicarse en la economía sino de manera política, fijando grandes normas e indicando una política global, pero absteniéndose de intervenciones administrativas de detalle; 8) el abandono de la progresividad en los impuestos directos en beneficio de un escaso porcentaje tomado sobre cada renta, cualquiera que sea (principio del diezmo), lo que reduciría la carga del impuesto para las fuerzas vivas de la sociedad y mejoraría su rendimiento global; 9) la política monetaria vuelve de nuevo al Estado y no a los riesgos del Mercado, contrariamente a los principios actualmente adoptados para el euro; 10) el subsidio de desempleo supone una contrapartida: trabajo a media jornada al servicio de la colectividad e imposibilidad de rechazar los empleos propuestos; 11) la limitación del derecho en el trabajo para todo extranjero y la supresión para esta categoría de toda asignación social o desempleo; 12) generalmente, la indigencia y la miseria deben erradicarse sin el recurso a las medidas socialistas de burocracia centralizada que fracasaron completamente; la política de asistencia social a los ciudadanos necesitados se asume a nivel local y regional.
La “economía orgánica” sólo es posible en el marco de un gran conjunto europeo protegido, conforme a las reglas de los “grandes espacios económicos autocentrados”. Según Faye, desafía al mismo tiempo tanto la universalización salvaje como el socialismo fiscal, aceptando el mercado si éste se encuentra normalizado y fiscalizado por una autoridad soberana. Somete las finanzas a la producción y la producción a la política, allí donde, hoy, conocemos lo contrario. Supedita la moneda a una política voluntarista y no a los riesgos del mercado especulativo. Para la “economía orgánica”, la economía no es sino la "tercera función", supeditada a la primera función, la política, pero no oprimida por el estatismo, ni sometida a la anarquía del mercado global.
Si el objetivo de un Estado es asegurar el dinamismo histórico y el equilibrio político de un pueblo, hay que volver a poner la economía en su sitio, considerarla como una estrategia secundaria, y no como el medio privilegiado del desarrollo humano. Esta concepción de la economía describe las relaciones económicas como lugares de conflictos/cooperaciones por los recursos escasos y como sistema viviente de interacciones energéticas. Supone igualmente el principio de toda economía equilibrada: la compatibilidad entre el Estado y la función económica. La síntesis de un Estado fuerte y una economía potente no es imposible. La economía es un subsistema del sistema general de la sociedad, la cual funciona según sus reglas propias: búsqueda de la rentabilidad y de la racionalización financiera y productiva, pero la economía queda subordinada a la función soberana, y su finalidad es determinada por un cerebro, que es el Estado político. En definitiva, la ND se pronuncia a favor de un Estado ligero pero fuerte, que no interviene en la economía, pero sí que la dirige, que no sustituye a la sociedad civil, sino que la gobierna. Una economía basada en empresas desfiscalizadas y desocializadas, un sistema económico flexible compuesto de unidades de todos los tamaños, organizadas en torno a áreas nacionales con la suficiente elasticidad para escapar de la fragilidad de toda economía-mundo. Tiende a la desaparición progresiva de las producciones masivas de bienes individuales, para poner fin al estado de bienestar. Esto no significa caer en una economía de precariedad, sino diversificar la producción, sin concentrarse única y exclusivamente en los bienes de consumo.
José Andrés Fernández Leost (en Nueva Derecha ¿extrema derecha o derecha extravagante?) disecciona algunos puntos conflictivos de la reflexión económica de la ND. Partiendo de una crítica de la “ideología del trabajo” que, en la práctica, supone una desvalorización del concepto mismo de trabajo, nos encontramos con un alegato contra la economía capitalista, toda vez que ha tomado forma en un economicismo compartido tanto por la derecha como por la izquierda. En rigor, la premisa anti-economicista de evitar hacer depender nuestra vida social del trabajo asalariado resulta coherente en términos de salvaguarda de nuestras potencialidades antropológicas, así como de medida epistemológica para la reincorporación de los elementos pluridisciplinares insertos en el concepto de producción. Se trataría, en definitiva, de huir del repliegue formal que supone buscar fórmulas alternativas a la lógica productiva del presente desde el interior del campo económico (a expensas del resto de categorías que la actividad económica remueve), método moderno en el que reinciden tanto los liberales como los marxistas. Ello exigiría conectar los aspectos intra-económicos (organizados según las reglas formales que rigen la economía de mercado, determinadas por las leyes del intercambio que operan entre la oferta y la demanda), con los aspectos antropológicos. Y ello con el objetivo de reintroducir en la dimensión de la economía aplicada, los factores psicológicos, históricos, culturales o incluso ontológicos, aparentemente neutrales. Desde un punto de vista práctico, sin embargo, nos encontramos que, en lugar de medidas alternativas originales, las propuestas programáticas de la ND coinciden, básicamente, con una serie de medidas publicitadas por la izquierda post-comunista, tales como la instauración de una tasa sobre los movimientos del capital; la disminución del tiempo de trabajo o implantación de una renta mínima universal. Medidas populistas, sin duda, que nos recuerdan a las planteadas por las nuevas formaciones política de la izquierda radical europea.
Con independencia de estos análisis, seguimos constatando la ausencia de una doctrina económica alternativa, seguramente no por desconocimiento de la disciplina por parte de Alain de Benoist, sino por desinterés o, incluso cierto desdén, por todo “lo económico” que, desde el principio, ha presidido el pensamiento de la llamada Nueva Derecha. O quizás sea porque De Benoist no rechaza el capitalismo como sistema económico, cuyos numerosos méritos ‒y también escandalosos deméritos‒ están a la vista de todos, sino desde su dimensión como forma-capital adoptada por el liberalismo. Como escribe Javier Ruiz Portella «no se trata en absoluto de acabar con el mercado, el dinero y el bienestar: se trata de quitarles las mayúsculas de su divinización; se trata de dejar de considerarlos el centro, el eje del mundo.»