Alain de Benoist subraya en esta entrevista los principales retos a los que se enfrenta el Front National francés, al tiempo que expresa su admiración por los alardes que Marine Le Pen despliega en el arte de la política.
En el reciente Congreso del Front National se han puesto de manifiesto diversas tendencias, algunas de las cuales han salido fortalecidas y otras… todo lo contrario. ¿Qué enseñanzas se pueden sacar de todo ello?
No me interesan las cuestiones personales: tan sólo las relacionadas con programas y orientaciones. Es evidente que en el Front National hay diversas sensibilidades, las cuales me parecen, sin embargo, muy sobrevaloradas por los medios de comunicación, que saben lo mucho que a la gente le gusta el chismorreo. Estas tendencias son, de momento, tanto menos importantes cuanto que Marine Le Pen agrupa sin dificultad a las diversas corrientes. Por lo demás, si se quiere descubrir absolutamente una división, diría que la misma no hay que buscarla entre los “nacional-republicanos” y los “identitarios” (Marion Maréchal Le Pen no es menos antiliberal que Florian Philippot),
[1] sino entre quienes todavía creen en la división derecha-izquierda (y apuestan por el inagotable mito de la “unión de las derechas”) y quienes han comprendido que la única gran separación es hoy la que enfrenta al pueblo con las élites mundializadas.
Marine Le Pen, gran vencedora del Congreso, no deja de ser criticada, en los márgenes de su movimiento, por quienes le reprochan las excesivas concesiones que, a su juicio, estaría efectuando. ¿Se justifican tales críticas?
Adopte el FN la postura que adopte, siempre habrá maximalistas que le reprocharán no ser bastante “duro” o no ir lo bastante lejos. La crítica siempre resulta fácil cuando uno se encuentra al otro lado de la barrera. Pero la política tiene su esencia propia. La política es asunto de correlación de fuerzas y de prioridades. Y es, sobre todo, el arte de lo posible. Quienes se empeñan en ignorarlo se condenan al buenismo (sueñan con una “política ideal”, es decir, con una política imaginaria), con el activismo estéril o con el extremismo puro y simple. No me cabe duda de que los hay (aquellos a quienes les dan espasmos cuando Marine Le Pen habla de “nuestros compatriotas musulmanes”) que adorarían que el FN se pusiera complacidamente el traje de extrema derecha que le tienden sus adversarios. Son por lo general gente que cree que basta con querer (“la fe mueve montañas”), sin darse cuenta de que el voluntarismo al que adhieren es como una máquina de reciclar fantasmas. […]
También hay los tontos útiles que sueñan con que el FN se convierta al liberalismo, a fin, sin duda, de que resulte compatible con un UMP [el equivalente del PP español.
N. del Trad.] actualmente dividido entre liberales conservadores, liberales centristas y liberales pijohorteras. Es cierto que, en frente, otros caen en el exceso inverso, viendo en Marine Le Pen la última y más reciente encarnación del mito del “salvador providencial”. Ahora bien, Marine no es Jeanne d’Arc: ¡ella no oye voces, sino que busca votos!
[2]
En lo inmediato, el Front tiene mejores cosas que hacer que responder a tales chiquilladas. Le aguardan tres enormes tareas, pues contrariamente a lo que muchos se imaginan, nada está jugado para 2017 [año de la próxima elección presidencial. N. del Trad.]. En primer lugar, debe poner orden en un partido cuya organización no constituye su principal virtud. También debe desarrollar profundamente su implantación local a fin de abordar en las mejores condiciones posibles las próximas elecciones regionales. Por último, le queda por atraer a sus filas a dirigentes dotados de una auténtica cultura de gobierno, a futuros estadistas que hayan comprendido que una cosa es la lógica del partido, y otra la de un movimiento. En sí misma ya es una tarea difícil, pero aún lo es más para un partido que debe resolver un manifiesto problema de credibilidad sin aparecer por ello como un nuevo nido de tecnócratas y altos funcionarios.
Respecto a la inmigración, Marine Le Pen, en cualquier caso, se niega absolutamente a usar el término “reemigración” [retorno a los inmigrantes a sus países]. ¿Qué piensa de ello?
No pienso nada, pues aún estoy esperando que alguien me explique en qué podría consistir. En ciertos medios, el término “reemigración” ha sustituido visiblemente al de Reconquista. “Reconquista” es un poco brutal, un poco anticuado también (como decía Ortega y Gasset, “una reconquista de ocho siglos no es una reconquista, es otra cosa”). La “reemigración” queda más chic. Bien, pero ¿qué quiere decir? He leído detenidamente todas las medidas propuestas por los defensores de la “reemigración”. Son medidas que, si se aplicaran, tendrían indudablemente el efecto de disminuir los flujos migratorios, cortando ciertas bombas aspirantes, desalentando a eventuales candidatos a la inmigración. Lo que ya es mucho. En cambio, no he visto una sola medida susceptible de que —junto con sus parientes “de pura cepa”, se supone— vuelven “a casa” los millones de franceses de origen extranjero instalados en Francia desde hace varias generaciones y que no tienen la menor intención de hacerlo. Dicho lo cual, no todo el mundo está obligado a ser exigente con el sentido de las palabras. Y tampoco está prohibido soñar…
© Boulevard Voltaire
[1] Marion Maréchal Le Pen, sobrina de Marine y la única alta dirigente del FN presente en las “Manifas para todos” en contra del “matrimonio gay”. Florian Philippot: gay y mano derecha de Marine Le Pen. (N. del Trad.)
[2] Hay aquí un juego de palabras intraducible. Las voces (voix) que, según la leyenda, la divinidad le hacía oír a Juana de Arco, no tienen nada que ver con los votos (voix,igualmente en francés) que busca Marine Le Pen. (N. del Trad.)