La ex izquierda francesa vira a la derecha

Vuelven los «nuevos reaccionarios». Siguen los viejos comisarios políticos

El artículo que les presentamos seguidamente es una muestra inequívoca de que los viejos dogmas de la religión izquierdista –secular e intolerante– están más vivos que nunca entre la vieja guardia de la intelligentisia europea.

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El artículo que les presentamos seguidamente es una muestra inequívoca de que los viejos dogmas de la religión izquierdista –secular e intolerante– están más vivos que nunca entre la vieja guardia de la intelligentisia europea. Esta nueva inquisición, denunciada ya por Alain de Benoist y expuesta en su día por nuestro colaborador Rodrigo Agulló (Los nuevos reaccionarios, El Manifiesto, revista de pensamiento crítico, n.º 8, 2007), condena cualquier evolución ideológica que se salga de las consagradas líneas oficiales del progresismo, el igualitarismo, el antirracismo, el ateísmo, el derechomanismo (permítannos el palabro), el feminismo, el tercermundismo, el islamismo, etc.

Como escribe el autor del artículo, siguiendo la estela del panfleto escrito por Daniel Lindenberg (Le Rappel à l´ordre. Enquête sur les noveaux réactionnaires), no está permitida –dentro del marxismo paleo-revolucionario y neo-burgués- ninguna evolución ideológica que implique la reflexión sobre nuevos campos antes reservados a la nueva derecha: la lucha contra el liberalismo, el mercantilismo cultural y el materialismo capitalista o comunista, la defensa de la diversidad, el anti-igualitarismo, el europeísmo, la condición femenina, el multiculturalismo, el federalismo, o la denuncia –en partes proporcionales– de los fundamentalismos islámico o sionista. 

Como señalaba el panfletario Daniel Lindenberg, “esos buenos espíritus pasaron del marxismo a la cruzada contra la modernidad”. Pues nosotros les damos la bienvenida a esa “reacción contra la modernidad”, que es el origen nietzscheano de nuestra “escuela de pensamiento”. Si los pensadores de la “nueva derecha” han debatido –y en ocasiones, adoptado– los grandes relatos antropológicos de una parte de la “nueva izquierda”, ¿por qué no habrían de efectuar el itinerario opuesto los viejos camaradas neomarxistas? Las fructíferas colaboraciones entre las revistas Krisis (Alain de Benoist-Nueva Derecha europea) y Telos (Paul Piccone-Nueva Izquierda norteamericana), fueron un ilustrativo ejemplo de que –citado a nuestro amigo Agulló– “más allá de la vieja división entre la izquierda y la derecha, se dibujan nuevas convergencias que apuntan al futuro; cuando la reacción se hace más subversiva que conservadora, de la reacción a la revolución no hay más que un paso”. Lo que parece irreversible e imparable, por más que se resistan y griten airadamente los “viejos comisarios”, es que, frente al retroceso de la nueva izquierda y la invasión neoliberal, se está formando una corriente de pensamiento que trasciende el caduco ámbito izquierda-derecha, con un “tejido ideológico transversal” que defiende ciertas “síntesis políticas” entre los arsenales ideológicos de los nuevos revolucionario-conservadores o de los nuevos conservador-revolucionarios. Nos encontramos en pleno proceso de formación de un “nuevo paradigma político”, como vaticinó el malogrado Paul Piccone, o de una “síntesis posmoderna”, según el criticado Pierre-André Taguieff.

 


 

Alguna vez fueron conocidos en el mundo entero por sus ideas progresistas y el combate a favor de la libertad y de causas ante las cuales el poder cerraba los ojos y la opinión pública ignoraba su magnitud. Varias generaciones de intelectuales franceses asumieron a lo largo de la historia el papel de “conciencia” y denuncia de las situaciones más descabelladas que aplastaban la libertad humana. Si bien algunos quisieron no ver el horror del gulag y el congelamiento de las libertades en los países del antiguo bloque del Este, muchos, en cambio, ocuparon la escena denunciando a las dictaduras, los atropellos contra los derechos humanos, las desapariciones forzadas de personas, la situación de los palestinos, el racismo, el antisemitismo, el hambre, la opresión de las minorías y cuanta privación de las libertades y los derechos fundamentales afectaban a las sociedades humanas. Aquellos intelectuales eran progresistas. Los nuevos son distintos de una manera paradójica: son, con nombre y apellido y algunos años más, los mismos de antes pero sus ideas han cambiado a tal punto que Francia les ha puesto un apodo que agrupa a todos aquellos que cambiaron de “objetivo ideológico”: los nuevos reaccionarios. Alain Finkielkraut, Phillippe Sollers, Jacques Julliard, André Glucksman, Luc Ferry, Pascal Bruckner, Régis Debray y hasta el mismo Michel Houellebecq son algunos de los intelectuales franceses que integran el club de los “nuevos reaccionarios”. El cambio es trascendente: su pensamiento cierra filas detrás de las tesis más conservadoras y dominantes.

Estos intelectuales asumen posiciones en total oposición con sus ideas del pasado. Con toda seguridad, si Jean Paul Sartre, Albert Camus o Michel Foucault estuviesen vivos serían sus peores enemigos. El término de “nuevos reaccionarios” les cayó encima en un ensayo escrito por el sociólogo Daniel Lindenberg, Llamada de atención, investigación sobre los nuevos reaccionarios. El panfleto, de apenas 100 páginas, provocó un terremoto en el mundo intelectual francés. La tesis central enunciaba que estos “viejos progresistas y nuevos reaccionarios” se oponen a la cultura de masa, a la democracia, al feminismo, al antirracismo, a las sociedades mestizas, al Islam, a la igualdad, a las reivindicaciones de las minorías y la aplicación estricta del derecho. Años después de la publicación del ensayo, el calificativo de Daniel Lindenberg dejó de ser una provocación para convertirse en una realidad cuya solidez quedó demostrada en las posiciones defendidas por esos “reacs” durante la sublevación de los suburbios franceses. Los antiguos marxistas, leninistas y maoístas son los lobos pensantes que defienden el jardín de las políticas obsesivas de seguridad, la cruzada anti-terrorista de los presidentes norteamericanos, la cultura de la empresa, la desculpabilización del “hombre blanco” frente a los estragos de la colonización y la idea según la cual sólo un poder fuerte, es decir, los Estados Unidos, puede resistir a la radicalización y el avance del Islam. Su ideología se articula en torno a cuatro principios:

1) La guerra total comenzó el 11 de septiembre de 2001 y fue declarada por el Islam. No se trata de un operativo “accidental” o producto de un demente sino de una empresa lanzada por los “nuevos bárbaros cuyo único objetivo es la agresión de Occidente y sus valores”.

2) En ese contexto de conflicto general el mundo asiste a la aparición de “alianzas tácitas”. Para estos “nuevos reaccionarios”, una de esas alianzas es la llamada “quinta columna” integrada por la extrema izquierda aliada al islamismo pero también reconocible en el seno del movimiento contra la globalización, los llamados “altermundialistas”. Esa alianza es, por naturaleza, falsamente progresista y judeofóbica.

3) Dentro de ese movimiento están los “idiotas útiles”, un grupo de militantes y pensadores que siguen fieles a los valores del humanismo, que sufren de una ceguera crónica que les nubla la vista y hace de ellos tontos incapaces de ver el mal y el proyecto destructor que amenaza a Occidente. Esos “idiotas útiles”, eternos defensores de los derechos humanos, del multilateralismo y del derecho como instrumento para la solución de los conflictos son el principal obstáculo con que se enfrenta la “resistencia norteamericana”. Peor aún, esta categoría no se da cuenta del ataque que sufren los valores judeocristianos y continúa defendiendo el respeto del prójimo, de las otras culturas y, sobre todo, el derecho a la diferencia. Según los “reacs” de última hora, esa filosofía no hace sino debilitar a Occidente bajo el peso de reivindicaciones de las minorías. Ese postulado lleva a una alarmante conclusión. Las minorías que reclaman sus derechos, entiéndase, en el caso de los países occidentales, los individuos oriundos de las antiguas colonias, se convierten en subversivos que destruyen las ciudades, mutilan los valores y son, por consiguiente, no víctimas sino enemigos.

4) Los valores esenciales y el progreso se han diluido, la libertad de las democracias occidentales es excesiva, ya que corroe los valores. Así desaparece la fe, la solidez de las instituciones. En su lugar se instala una anarquía marcada por el consumo y la cultura de masa, la cual conduce a la decadencia. La democracia es un lugar vacío, sin leyes ni reglas, sin meta ni contenido.

La aplicación formal de esa interpretación del mundo apareció durante las casi tres semanas en que los suburbios franceses se levantaron en una ola de violencia sin igual. Uno de los más insignes representantes de la corriente de los nuevos reaccionarios, el filósofo Alain Finkielkraut, interpretó así el episodio que sacudió al país entre finales de octubre y mediados de noviembre: “En Francia se quiere reducir la revuelta a su nivel social, se quiere ver en ella la revuelta de los jóvenes de los suburbios contra su situación, la discriminación que sufren y contra el desempleo. El problema radica en que la mayoría de esos jóvenes son negros o árabes y se identifican con el Islam. En consecuencia, es obvio que se trata de una revuelta de carácter étnico religioso”. Finkielkraut mencionó también que Europa “se burla” de Francia porque los jugadores de la selección francesa de fútbol son negros. En suma, como las identidades particulares no se integran, para Finkielkraut y sus adeptos los problemas nacen porque una minoría étnica incapaz de integrarse desató su ira contra la República. La explicación que ellos dan es siempre la misma, sea en el caso de los suburbios o del terrorismo: la culpa la tiene “el nihilismo” y el “odio a Occidente” (André Glucksman). La debilidad argumental de la izquierda ayuda a que este tipo de discurso prospere. Glucksman lideró el grupo de intelectuales franceses (Oratoire) que apoyó la guerra de Irak, mientras que Finkielkraut se animó a decir que “la colonización tenía aspectos positivos”. Muchos analistas reconocen que la izquierda se ha encerrado en una suerte de esquema fácil dentro del cual repite sus mismos cantos sin tener realmente en cuenta que en el mundo han ocurrido cosas –el 11 de septiembre– frente a las cuales la sola promoción del igualitarismo, el diálogo entre las culturas, el derecho, el multilateralismo, el antiliberalismo y los derechos humanos aparecen como respuestas simplistas y por demás repetitivas. En cambio, los lobos modernos se han deslizado entre los miedos de las sociedades amparándose políticamente en los sectores que promueven la seguridad mundial y la ley del más fuerte como principio. La izquierda parece sufrir de la fiebre del consenso, o mejor aún, de lo que en Francia se llama “el éxtasis antifascista”. No basta estar contra los totalitarismos y extasiarse con los principios que sustentan ese “contra”.

Lo notable no radica tanto en las ideas que están en juego como en quienes las difunden. Cabe preguntarse si estos “nuevos reaccionarios” son en realidad unos oportunistas que han sabido ubicar su discurso allí donde hacía falta y según la época. En los años ‘60, ‘70 y ‘80 ser de izquierda era estar en el círculo. Hoy, el círculo cambió de mano y ellos de amo. En este sentido, el sociólogo Emmanuel Todd, autor del ya famoso concepto de “fractura social”, se burla de esa “corriente reaccionaria” diciendo que “nuestros intelectuales tienen 20 años de atraso con respecto a los medios populares franceses. Recién ahora están descubriendo a la extrema derecha”. Es lícito reconocer que la “reconversión” de algunos intelectuales ha sido... aplastante. Por ejemplo, el sociólogo e historiador Pierre-André Taguieff, brillante referencia de historiografía del racismo que, hace poco menos de 10 años, denunciaba con fervor la “demonización” de los musulmanes en el seno de la sociedad post-colonial francesa, ahora lo que denuncia es el “complot islamo-izquierdista”. El mismo Taguieff, en un ensayo tan polémico como brillante, denuncia igualmente una suerte de “multinacional” obsesionada por el complot y en la cual convergen... los izquierdistas de todo el mundo.

El pensamiento reaccionario no es en Francia un asunto de grupitos cerrados o de un hombre político solitario, sino un enérgico movimiento que odia todo lo que se parece a la adquisición de “derechos” y el respeto de los “otros”. En un ensayo del economista conservador Alain Minc, Carta a los nuevos amos, el autor retrata así a las minorías marginales que luchan por sus “derechos”: con el fin de asentar su reino, el arma secreta de las minorías que actúan (negros, árabes, homosexuales, feministas, Greenpeace, Attac, sindicatos, etc., etc.) consiste precisamente en hacerse pasar por oprimidas cuando en realidad son ellas quienes marcan el compás de la sociedad. Los nuevos reaccionarios se deleitan con los ataques a todo cuanto desciende del espíritu de mayo del ‘68. Pero al formular esa crítica atraviesan la frontera y extienden su fobia a la modernidad, al Islam y a lo que llaman “el mestizaje como religión”. Como señala Daniel Lindenberg, “esos buenos espíritus pasaron del marxismo a la cruzada contra la modernidad”.

Todo cuanto se aleja del Occidente ordenado les da náuseas. Por ello presentan un mundo “atacado” por los prójimos diferentes –los árabes– y a las sociedades corroídas por los derechos conquistados por las minorías. Ellos, que promovieron la libertad sexual y la fiesta, parecen sonar con una sexualidad de sotana y un inquebrantable silencio. Son, en Francia, el espejo del moralismo exacerbado. Los ayer ultrarrevolucionarios, autores de libros que llamaban a la violencia guerrillera (Régis Debray) se volvieron reformistas, socialdemócratas y hasta con simpatías hacia el Vaticano. Esos mismos “nuevos reaccionarios” han sabido guardar ciertas costumbres heredadas de sus años de militancia a la izquierda: el comentario, la industria de la opinión generalizada, la escritura de columnas y libros sobre grandes temas internacionales, pero carentes de todo trabajo de terreno, documental, periodístico. Algunos (Pascal Bruckner) llegan a escribir que “lo inquietante no es el liderazgo norteamericano sino su discreción”. Abonados a las cámaras de televisión y a las columnas de los semanarios, a las mesas de los poderosos y a los premios oficiales, los nuevos reaccionarios ocupan el horizonte de una época donde la opinión gratuita se confunde con el pensamiento, donde el inmovilismo se hace pasar por acción hasta adquirir el falso rostro del compromiso. Todo se termina mezclando en la gran industria de diabolización de la diversidad del Tercer Mundo. Los nuevos reaccionarios están convencidos de que las víctimas, los que verdaderamente sufren, los que soportan el peso del infortunio, son las sociedades blancas prisioneras de la “estrategia de la culpa” orquestada por el Tercer Mundo.

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