El proceso de destrucción de la clase media, que se abrió en el año 2007, aúna a los ya anteriormente desahuciados con varios millones de gente empobrecida a quienes se hace difícil la supervivencia cotidiana. Entre impuestos y rebajas, el ataque al mileurismo ha sido de tal calibre que los avances de la economía en nada mejoran la situación de estos sectores sociales que sobrevivían hasta hace media docena de años con relativa facilidad. De ahí que muchos españoles no puedan hacer cosas que hacían, como por ejemplo:
1. Ir al dentista. Puesto que la Seguridad Social no lo paga, las bocas de los españoles están llenas de puentes rotos y de agujeros en mal estado higiénico. La sensación que produce el mal estado de los dientes hace que la gente no sonría ni ante un chiste de Groucho Marx.
2. Comprarse zapatos nuevos. Hay que volver al zapatero remendón y poner medias suelas porque la penuria no da para más. Las zapaterías tienen unos precios de tal categoría que ni el gato con botas podría sufragarlos.
3. Viajar en su propio coche. Ni hablar de cambiar las ruedas desde hace 10 años, puesto que se llevan la mitad del sueldo mensual. Eso conduce a una inseguridad mayor en las carreteras, que si se reduce la mortalidad es sobre todo por el descenso del uso del parque móvil durante las fiestas.
4. Salir de copas con los amigos. Si hay que pagar una ronda se desequilibra el presupuesto del fin de semana. Nadie quiere quedar como un avaro y la única posibilidad es tomarse la cerveza a solas, que es el estado más triste de la convivencia.
5. Ir al cine o teatro con la pareja. El nivel cultural desciende ¿para qué si ya existe la televisión? El número de anuncios que se traga un español actualmente consigue que las películas duren doscientos minutos en lugar de una hora y media.
6. Hacer regalos en las bodas, bautizos, aniversarios, etc. No existe otro momento que la Navidad. Se queda fatal con la familia y los compañeros y no queda otro recurso que disculparse diciendo que estás de viaje.
7. Acudir al sastre. Como mucho, a algún mercadilllo donde se encuentren gangas de imitación. Los precios bajos de los grandes almacenes resultan ruinosos para quienes quieren llevar ropa distinta en cada estación.
8. Tomar vacaciones en Canarias o Baleares. Se acabó el buen tiempo. Los paraguas sustituyen a los parasoles. Y ni hablar de salir al extranjero donde los precios son prohibitivos.
9. Renovar los libros de sus hijos. Dos y dos siempre serán cuatro. Además ¿a quién le interesa aprenderse la historia de Cataluña, el País Vasco, Galicia o Torremolinos? Con saber que Hitler perdió la II Guerra Mundial es más que suficiente.
10. Comer en un restaurante. Es obvio que en casa se come mucho mejor que en Zacarías. Las recetas de libros de cocina nunca han sido tan visitadas por las señoras que antes tenían cocineras y ahora cocinan para la familia.
Este pequeño decálogo puede completarse a gusto de cualquier español con la gran cantidad de cosas que se podían permitir hasta el año 2006 y de las que lleva retirado durante los 7 años siguientes… y lo que vendrá. Como título de la película podríamos llamarla De aquí a la eternidad.
¿Qué es lo que podemos hacer todavía los españoles que no estamos en la miseria absoluta? En realidad nuestras actividades pecuniarias se limitan a dos: pagar las medicinas para no morir de las dolencias y comer dos veces al día para no morir de hambre que es la dolencia máxima.
A eso ha quedado reducida la doliente clase media que ocupaba ese cómodo colchón de varios millones de habitantes que, si no despilfarraban, al menos podían vivir, gastar e incluso permitirse alguno de esos mandamientos del decálogo que ahora han quedado prohibidos por la autoridad.
Como se ve, el resultado de los Gobiernos de uno y otro signo ha sido empobrecer a muchos millones de españoles. Se dirá que a cambio de eso gozamos de libertades de las que no habíamos disfrutado nunca, pero cabe preguntarse ¿es libre una persona que pone un papelito en una urna?, ¿es libre un español que aplaude el discurso propio y silba el ajeno? Dejémonos de apariencias: donde no hay dinero no hay libertad. Entonces la vida se reduce a una especie de subsistencia biológica sin otra alternativa que la esperanza.
Millones de españoles son hoy prisioneros en su casa. Están retenidos en su domicilio e incapacitados para disfrutar de la calle y de la vida. Este tipo de arresto domiciliario y sin fianza no les permite salir más que al parque a tomar el sol. Y, por cierto, ¿qué harán en este otoño y el invierno cuando no salga el sol y se vean prisioneros del aire, del frío y de la lluvia?
*Pedro J. de la Peña es escritor y profesor titular de la Universidad de Valencia.