En noviembre de 2011 la democracia italiana recibió una tremenda bofetada. El técnico Mario Moni fue impuesto, nombrado, encargado de formar gobierno… sin que absolutamente nadie en el país lo hubiera votado. Escándalo que se intentó camuflar con la bendición dada por una clase política obtusa y corrupta (además de inútil frente a la crisis), así como por los elogios que le dispensaron unos obedientes medios de comunicación para quienes los técnicos son una gente tremendamente inteligente.
Y así fue como Monti se hizo con las riendas del poder como si se tratase de un súper héroe americano que iba a resolver con tres cálculos y cuatro ecuaciones años y años de mala gestión de las finanzas públicas, Y desde que tal cosa sucedió…, las consecuencias de la crisis se han hecho aún más dramáticas para el común de los mortales.
En efecto, si bien la inmensa mayoría de los italianos, cuando no aplaudieron, siguieron haciendo tan panchos sus compulsivas compras y tomando sus vacaciones en tour operador, otra franja de la sociedad no sólo no ha aplaudido para nada, sino que algunos de sus miembros hasta se han disparado un tiro a la cabeza. Tal es el caso de los más de dos suicidios semanales que ya se están dando a raíz de la crisis y de sus medidas de austeridad. Suicidios, depresiones, recesión, despidos, cierres de empresas, asfixia fiscal, récord de precio de los carburantes… ¿acaso se habría equivocado con alguna fórmula el gobierno de los súper matemáticos?
¿O lo que ha sucedido es que se “ha llamado al orden” y puesto en su lugar a este pequeño país, muy rico en oro (tercera reserva mundial), repleto de pequeñas empresas independientes del maléfico poder de los grandes accionistas, un país que ostentaba su propia deuda pública y cuyos superávits presupuestarios anuales figuraban entre los más importantes del mundo?
La maniobra de Monti —que no deja de recordar la de un Cavallo antes del desastre argentino, o hace menos tiempo, la de un Papademos— constituye, es cierto, una maniobra de salvación… de los intereses de los bancos de negocios y que va en absoluto detrimento de los pueblos. Hay que recordarlo, en efecto: lo que engendra la enormidad de las deudas públicas no es tanto la mala administración pública cuanto que la usurpación de la soberanía monetaria, la cual ha pasado de las manos de las naciones a las garras de los establecimientos financieros privados gracias al papel jugado por los bancos centrales. Éstos, al imponer, en efecto, sus tipos de interés, engendran la deuda pública, la cual tiene que ser reembolsada por los ciudadanos con el sudor de su frente. ¡Una auténtica extorsión!
La crisis representa, así pues, una extraordinaria fuente de beneficios para quienes son culpables de ella, pues se aprovechan de la misma gracias a las políticas de austeridad, que hacen posibles las últimas privatizaciones y la muerte del Estado Providencia: jubilaciones, sanidad, educación, cultura, patrimonio…: todo lo engullen las fauces de “la cura Monti”, sumándose además una buena dosis de culpabilidad (engañosa) por parte de una población que habría “vivido por encima de sus medios”. Se comprenden mejor entonces las razones por las que se ha suspendido en Italia el proceso democrático: resulta difícil, francamente, encontrar en tales condiciones un electorado dispuesto a apoyar semejante programa.
Da igual que, después del pillaje y de las destrucciones causadas por los planes de rigor aplicados, más generalmente, en todo el sur del continente, los europeos se vuelvan pobres y miserables: siempre se les podrá utilizar como mano de obra barata. ¡He ahí una magnífica forma de resolver los futuros problemas de abastecimiento originados por el aumento drástico del precio del petróleo que deberemos afrontar dentro de pocos años! “De todos modos, como está bloqueado el crecimiento en Europa, ya puestos a hacer…”
La verdad es que se debe reconocer la genialidad de esta nueva forma de deslocalización mediante el empobrecimiento y la precarización de las poblaciones del sur de Europa.
Dejemos, pues, de preguntarnos por qué una clase dirigente deja reventar así a su pueblo. Semejante frase es un oxímoro: estos “dirigentes” no tienen simplemente pueblo. Se acabaron los países: los odian y eliminan las fronteras. Se acabaron las raíces: las arrancan y hacen todo lo posible por llegar a un mundo globalizado, sin vínculos ni raigambre. Dirigen nuestros pasos: sí, pero al precipicio. Salvo si nos despertamos.