La cosa está clara : el nombramiento del joven Matteo Renzi no es otra cosa que una operación de marketing que intenta hacer perdurar el sistema limpiándole la cara.
Por lo que a soportar se refiere, los pueblos mediterráneos ya han dado pruebas concluyentes de su capacidad. Si dos veces el rey…, perdón, el presidente de la República italiana Giorgio Napolitano ya había colocado a su gente en el puesto de primer ministro, burlando así la voluntad popular, nada le ha costado hacer lo mismo por tercera vez. Y aún menos si se tiene en cuenta que esta maniobra intenta que la gran espoliación resulte algo más atractiva al dar las riendas del poder a un auténtico “joven”, un tipo notablemente más simpático que sus antecesores, los tecnócratas con pinta de robot Mario Monti y Enrico Letta.
A Matteo Renzi, secretario del Partito Democratico desde diciembre y alcalde de Florencia hasta ayer, nos lo presentan —incansablemente…, con una propaganda rayana en el culto a la personalidad— como un progresista “de buena onda” , un tipo simpático que va en bici y lleva vaqueros. “El liberalismo es un concepto de izquierdas”, dice el de la bici… Con todo lo cual este “hombre de izquierdas” al que le gusta que le llamen “el demoledor” (no es broma), hasta puede tener buenas posibilidades de engatusar a los electores de derechas y de izquierdas, así como a quienes desean que haya algún cambio.
Pero detrás de las pomposas palabras sobre la “demolición” de los poderes establecidos, sobre las reformas que significarán una definitiva revolución del país, detrás de todo ello no hay nada. Sólo viento, sólo vaguedad. Toda la experiencia de este hombre es la de un administrador local, cosa bien insuficiente, como se comprenderá, para intentar resolver los problemas que conoce Italia. No hay, debajo de su sonrisa, el menor proyecto político. Nada nuevo ofrece quien va a sustituir a su predecesor… procedente de su mismo partido.
Para comprender a Matteo Renzi o, mejor dicho, su nombramiento, conviene echar un vistazo a sus consejeros, los cuales —desde el tiburón de las altas finanzas hasta el héroe de la privatización o desregularización— pertenecen al ámbito de las políticas de despedazamiento de Italia emprendidas por sus predecores: una lenta pero incuestionable transferencia de soberanía de la nación a las altas esferas de las finanzas internacionales. Citemos a Itzak Gutgeld, Michael Ledeen, Marco Carrai o Davide Serra, bien conocidos por sus ganas de poner en venta los bienes públicos y las empresas estatales. Una de las primeras medidas tomadas por el alcalde Renzi —la privatización de la empresa de transportes públicos de Florencia— ya permitía augurar lo peor.
Y tan pronto como se anunció su nombramiento, los indicadores económicos (bolsa, Spreads, rating) reaccionaron de inmediato al alza.
Como las decisiones se toman en otras partes (lobby económico y bancario, Unión Europea, troika…), esta última zarabanda organizada por los polichinelas de la política nacional no es otra cosa que el enésimo espectáculo destinado a engañar y distraer a la gente.
Pero no siempre les funciona el espectáculo. Estos últimos meses han estallado diversos conatos de reacción. El pueblo italiano ha bajado a la calle para expresar su ira y demostrar que aún mantiene viva su capacidad de protesta. Pero, al igual que en Francia con “La manifa para todos”, estos movimientos han terminado agotándose por sí mismos, se han quedado bloqueados ante su incapacidad de plantear cuestiones de fondo, ante su carencia de un proyecto fuerte y consistente. Décadas de adoctrinamiento antinacional están impidiendo fundar un proyecto y formular reivindicaciones políticas menos superficiales que las del sempiterno “¡Que se larguen ya!”. Todo lo que se opone a la ideología liberal mundialista recuerda forzosamente “las horas más sombrías de la historia”. Los manifestantes de las horcas que se lanzaron a la calle para obtener más proteccionismo y menos impuestos eran, para la propaganda —pero propaganda que hace mella— unos peligrosos extremistas; y los manifestantes en favor de la familia, unos desquiciados violentos.
Habrá que superar, amigos, la autocensura y el miedo a los insultos. Sólo se podrá transformar el mundo mediante un profundo cuestionamiento de los valores que caracterizan a la sociedad liberal occidental. De lo que aquí se trata no es de cambiar las reglas del juego. De lo que se trata es de cambiar de juego.