Este miércoles 28 de septiembre, tendrá lugar en Valencia un coloquio-debate en torno a libro de Javier Ruiz Portella "Los esclavos felices de la libertad" (Museo de la Ciudad, Plaza del Arzobispo, 3 – 19.00 h). Al mismo tiempo que invitamos a los amigos y lectores de "El Manifiesto" a participar en tal acto, nos complace aprovechar tal ocasión para reproducir las palabras con las que Jesús Laínz presentó recientemente el libro en el Ateneo Jovellanos de Gijón.
Difícil es la tarea de quien tiene que convencer a sus oyentes sobre la conveniencia de leer un libro. Los motivos fundamentales para hacer tal cosa son, en mi opinión, estos dos: o se trata de un libro ameno o de uno formativo. Y este Esclavos felices de la libertad de Javier Ruiz Portella es ambas cosas en grado sumo.
Se trata nada menos que de un libro de y sobre filosofía; de y sobre arte; de y sobre política; de y sobre metafísica…
Cuando caí sobre él pensé, por su osado título y borreguil portada, que se centraría sobre todo en las sucias cosas de la política, pero afortunadamente se trata de un libro demasiado inteligente y profundo como para quedarse ahí.
En sus breves pero intensísimas páginas, osa Javier Ruiz Portella hablar de arte. Pero no de cualquier modo, sino para denunciar la ininteligibilidad que lo voló desde dentro hace ya un siglo largo. Y ridiculiza, arremete y condena ese insulto a la inteligencia consistente en elevar el no-arte a la categoría de arte.
Pero el fracaso de la empresa es palpable. En las salas de concierto, para evitar que se queden vacías, las obras antimusicales han de ir siempre acompañadas de una sinfonía de Beethoven o un concierto de Brahms que justifique a los aficionados el pago de la entrada. Y en lo relativo a la arquitectura, ese arte cuya belleza ha sido sacrificada a la funcionalidad, hasta las manadas de turistas enlatados saben que lo digno de ser visitado son los no en vano llamados “cascos históricos” de las ciudades, hermosa aunque involuntaria confesión de que, sensu contrario, lo demás habrá de merecer el sambenito de “ahistórico”.
También se ríe el autor de la llamada cultura, sobre todo del denominado “acceso a la cultura” ese mito igualitario que no ha conseguido ocultar que, a pesar de la facilidad de la que hoy dispone todo el mundo para tan alto empeño, casi nadie accede a ella salvo, por regla general, para consumir basura ya caducada antes de salir.
La política, esa fea señora, también recibe los acertados plumazos de Ruiz Portella, rara avis que se atreve a mencionar palabras tan malsonantes como patria, linaje, tradición, espíritu. No se olvida tampoco de la libertad, pero con la mala idea de reírse de ella. Porque en la época en que la libertad aparentemente lo preside todo, en la envidiable era de las urnas… nunca antes se había programado el pensamiento de las masas como se hace hoy gracias a los medios de comunicación; nunca los Estados habían asfixiado a impuestos a los ciudadanos como hoy; nunca, ni el soberano más absoluto de tiempos pasados, pudo soñar con el control informático, técnico, audiovisual y electrónico que hoy permite a los gobiernos democráticos incluso tener cámaras de televisión en cada esquina —¡y con la excusa de garantizar la seguridad de los ciudadanos honrados!-— nunca se adoctrinó tanto y tan impunemente en las escuelas; nunca nadie pudo imaginar que el Estado iba a meterse hasta en cómo deben jugar los niños en el patio de recreo; nunca se legisló tanto hasta sobre cómo se ha de escribir para ser todos y todas el colmo y la colma de la corrección política.
También cuestiona el autor la igualdad, ese gran pecado del mundo moderno que se encuentra en el origen de la mayoría de los males morales y políticos que se padecen sobre todo en Occidente; y el progreso, esa utopía que ha situado a la Humanidad, por primera vez en su historia, al filo de la destrucción por sus propios méritos. ¿Por qué, en estruendosa contradicción con nuestros padres y abuelos, las actuales generaciones no pueden dejar de mirar hacia el futuro con pavor? ¿Será que al Hombre le sienta mal la civilización?
No podía dejar el autor de saltar desde aquí hasta la metafísica. Porque, ¿tendrá algo que ver en todo ello la muerte de Dios? Sin Dios, ¿cómo tirar del Hombre hacia arriba?
De todo y de bastante más trata Javier Ruiz Portella en este libro singular, escrito con extraordinaria agilidad y claridad. Porque además de un sugestivo pensador, nos hallamos ante un gran escritor, capaz de elegir la palabra a la vez exacta y poética, descriptiva y sugerente, meditada y fogosa, expositiva y provocadora.
Por todo ello me atrevo a augurarle a este libro muy escasa venta. No están nuestros luminosos tiempos de panem et futbolenses para estas cosas. Ésta es la prueba definitiva de su gran valor.
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