Las cosas del espíritu

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Las cosas del espíritu son a veces insondables. Y aunque un hombre busque en la soledad un camino espiritual, siempre el medio y el tiempo en que ha nacido influyen en él, lo condicionan en diversa medida. Lo que recibe y lo que da, está en relación con el mundo que lo rodea. Su conducta es un espejo de sus dioses y de su comunidad. No puede ser de otro modo, porque por más independiente que sea una persona, lo que encuentra en su búsqueda lo ha aprehendido del mundo que lo rodea.

Por eso la búsqueda de una persona con inquietudes, se hace tan difícil hoy en día, en especial en eso que llamamos Occidente: una tierra que se niega a dar más al espíritu. La reconstrucción espiritual es mucho más difícil que la material y lleva más tiempo. Cuando la continuidad de una tradición se corta, los espíritus inquietos buscan en todas direcciones, anárquicamente una salida. Y digo anárquica porque lo que mantenía el orden era justamente la continuidad que se ha perdido, y al perderse los caminos se bifurcan, se alejan a veces para siempre el uno del otro.
 
Y en esas distintas direcciones por las que van esos caminos, suele estar el odio, el dogmatismo, la exclusión, la violencia contenida. Cada uno niega lo que quiere negar, descalificando por lo demás a quien considera su enemigo, aunque en realidad no lo sea, si profundizara un poco su punto de vista.
 
Es común ver cómo todos son considerados enemigos espirituales del otro en el actual Occidente, que no acierta a darle una forma a su espiritualidad.
No se puede culpar a quien en una sincera búsqueda, abraza una religión que nosotros no profesamos. Con ese criterio sólo tendremos cada vez más enemigos.
 
Hemos visto cómo Hölderlin enaltecía el panteón griego con sus versos. Hemos observado el resurgimiento de los dioses germanos durante el romanticismo alemán. Y hasta hemos visto cómo hombres valiosos de Occidente abrazaban el Islam, como es el caso de Renè Gènon. La Edad Media ya había pasado hacía mucho, si es que podemos acordar de algún modo amplio que ella fue un eje en la forma espiritual de Occidente, aunque Grecia y Roma también lo fueron indiscutiblemente.
 
Pero hasta aquí hablamos de gente seria.
 
Luego vino lo otro: hinduismo mal aprehendido, budismo Zen o del otro, pero con una base tan superficial como la mayoría de sus cultores occidentales. Y cada cosa se fue alejando de su centro, porque un tipo de hombre descentrado del espíritu sólo sabe comerciar con él, o hundirse en un éxtasis histérico.
 
Ahora estamos solos, enfrentándonos entre nosotros como siempre ocurre en los pueblos crepusculares de la historia. Heidegger que era un gran sabio percibió muy bien lo que pasaba. No es la famosa frase: “Sólo un dios puede salvarnos” lo que lo hace grande, sino su llamado a pensar y a poetizar mientras esperamos la venida del dios. Actividades ambas para unos pocos, aquellos que están fuera de las guerras de los espíritus muertos, y ávidos de los dioses por venir.

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