La contradicción fundamental del anarquismo

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Al morir la poetisa uruguaya Idea Vilariño, se dijo (y se dice) que su peculiar nombre fue idea (nunca mejor dicho…) de su padre: era anarquista. Proudhon, uno de los teóricos que influyó en gran medida al movimiento anarquista, dictaminó que los ideales son solamente la flor de las profundas raíces de la existencia material. Bakunin aceptó la premisa proudhoniana. Por lo tanto, asociar al anarquismo con un movimiento que hace prevalecer los ideales por sobre la materia no es otra cosa que tener una visión snob y romántica del anarquismo.

 

El ya mencionado Bakunin, principal promotor de la ideología anarquista, sostiene que:
 
Si no hubiera sido inventada la sociedad, el hombre hubiera seguido siendo una bestia salvaje, o, lo que viene a ser lo mismo, un santo.”
 
Con esta frase, se declaró descendiente directo del francés Jean Jacques Rousseau, compartiendo la raíz filosófica del comunismo, que con la idea de la existencia de un “comunismo primitivo”, donde nada era de nadie y todos tomaban según sus necesidades, da la razón a la concepción del “buen salvaje” de Rousseau.
 
Siguiendo con los parentescos, deberíamos analizar esta frase de Bakunin, en la cual se emparenta con el “vecino de en frente”: el capitalismo:
 
“El Estado es un inmenso cementerio al que van enterrarse todas las manifestaciones de la vida individual.”
 
¿No es a esto a lo que Milton Friedman y su política del mercado libre aspiran?
La libertad tan ansiada por los anarquistas se resume en una libertad material; una libertad con la finalidad de que todas las cosas que existen en la tierra sean de todos y de nadie, que ningún estado ponga límites ni aranceles, trayendo así felicidad y bienaventuranza para la humanidad.
 
Todo este “ideal” sería muy hermoso si la premisa filosófica de la que parte el anarquismo fuera cierta. Pero no lo es. Como dijo el viejo Hobbes: “homo homini lupus” (el hombre es el lobo del hombre).
 
Tal es así que los males que vemos en el mundo hoy día se deben a esa concepción de la falta de límites y de concepción de naciones, patrias o culturas diferentes, que implanta la globalización. El hambre en África, del que tanto protestan los pseudoanarquistas anti G8, es producto de esa concepción libertaria que propugna el anarquismo. Por lo tanto, EE UU puede, sin ningún tipo de pudor, extraer petróleo de Oriente Medio y forzar un capitalismo inviable en África o en China (que “funciona” gracias a la explotación y la esclavitud), puesto que los recursos del mundo son de todos y de nadie.
 
Cuando Bakunin dice que la uniformidad es la muerte y la diversidad es la vida está yendo en contra de la realidad. Yendo en contra de la naturaleza egoísta del hombre. Está planteando que es posible el “dejar hacer”, puesto que todos son buenos por naturaleza y, por lo tanto, nadie se aprovechará de nadie. Pero los hechos nos dicen que no es así, que hay débiles y fuertes. Que la globalización no es sinónimo de libertad, sino de esclavitud.

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