El virus del Apocalipsis

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Vaya por delante que a este escéptico juntaletras nunca le ha dado por las teorías conspirativas, sobre todo porque siempre ha estado convencido de que en las cosas humanas pesa mucho más la estupidez que la maldad. Por eso, en lo que concierne a la actual crisis sanitaria mundial, se inclina a suponer que se ha debido a un hecho natural, quizá facilitado por el ser humano por el inadecuado consumo de animales, o a una fuga de ese laboratorio virológico de Wuhan en el que se supone que trabajan con fines terapéuticos. Pero por una vez, y aunque sólo fuera por jugar un poco a los detectives, no queda más remedio que prestar atención a una serie de datos sorprendentes.

Por orden cronológico, en mayo de 2010 la Rockefeller Foundation y el Global Business Network organizaron unas jornadas de reflexión sobre posibles desafíos con los que quizá tuviera que enfrentarse la Humanidad en el futuro. Bajo el título Hipótesis sobre el futuro de la tecnología y el desarrollo internacional, intentaron imaginar los problemas a los que se enfrentarían los Gobiernos y otras instituciones ante terremotos, hambrunas y otras catástrofes naturales imprevisibles. Una de las hipótesis consistía en una pandemia planetaria provocada por un nuevo virus gripal que, transmitido a los humanos por gansos salvajes, contagiaría al 20% de la población mundial, dejando tras de sí ocho millones de muertos en siete meses. Para tal situación, se preveía confinar a la gente en sus casas e interrumpir el tráfico de personas y mercancías. El país que más eficazmente se enfrentaría a la crisis sanitaria sería China debido a su férrea cuarentena interior y a su aislamiento del exterior, lo que también le permitiría ser el primer país en recuperarse. Un hecho positivo, según los participantes, es que todo el mundo aceptaría ser controlado y vigilado por sus respectivos Gobiernos para evitar el contagio, pues antepondrían la seguridad a su libertad y sus derechos.

Cinco años más tarde, en 2015, el celebérrimo magnate Bill Gates explicó en varias conferencias y entrevistas su temor de que el principal problema con el que la Humanidad tendría que enfrentarse en el futuro no sería una guerra atómica, ni terremotos ni meteoritos, sino una pandemia provocada por algún virus parecido al de la gripe. Ni fue el primero ni el último en explicar su preocupación por esta posibilidad. Los hechos le han dado la razón.

Cuatro años después, el 18 de octubre de 2019, tuvo lugar en Nueva York el denominado Event 201, organizado por el Johns Hopkins Center for Health Security, la Bill & Melinda Gates Foundation y el World Economic Forum. Se trató de una reunión en la que se hizo un simulacro de lo que sucedería si un virus desconocido hasta el momento, en concreto un coronavirus transmitido por animales, en este caso cerdos brasileños, provocara una pandemia de alcance planetario. ¡Dos meses antes de que el Gobierno chino diera noticia del primer contagiado por coronavirus conocido en Wuhan! ¡Menuda casualidad! Tanto como sentarse en el pajar y pincharse con la aguja.

Según explicaron los expertos allí reunidos, su misión era dar recomendaciones para combatir la pandemia en todos los frentes, no sólo el sanitario. Y para ello proponían una estrecha colaboración entre Gobiernos y compañías privadas para garantizar el suministro de medicamentos y mercancías, suspender internet con el fin de evitar informaciones falsas e inundar los medios con información emitida por los organismos adecuados. Concluyeron también que, siguiendo la estela de la ONU, el mundo debería dirigirse hacia una centralización en la toma de decisiones, por encima de los Gobiernos nacionales.

La idea no es precisamente nueva, ya que desde hace bastantes años se multiplican las voces que reclaman una disminución de la soberanía de los Estados para ponerla paulatinamente en manos de un Gobierno mundial. Ejemplos recientes los han dado el exprimer ministro británico Gordon Brown durante la reunión del G-20 el 26 de marzo pasado y el incombustible Henry Kissinger, que escribió en el Wall Street Journal el 3 de abril que "la pandemia del coronavirus alterará el orden mundial para siempre" porque cuando acabe "se percibirá que las instituciones de muchos países han fallado".

Junto a la centralización de funciones en un megagobierno, el otro elemento clave será el mayor control de las personas, tanto sus movimientos con la excusa de proteger su salud como sus compras con la doble excusa de evitar el fraude y, de nuevo, de proteger su salud evitando el contagio a través de monedas y billetes. Y todo ello a pesar de que parece demostrado que los billetes no retienen más el virus que las tarjetas de plástico y que no hay vínculo alguno entre los niveles de empleo de efectivo y los de economía sumergida. Más bien al contrario, pues el blanqueo de capitales es el terreno de las criptomonedas, los paraísos fiscales, las sociedades pantalla y las transacciones bancarias, no el del dinero en metálico.

Un ejemplo local de esta tendencia ha sido la presentación por parte del Banco Sabadell de un sistema de pago consistente en un chip implantado bajo la piel mediante una inyección entre el pulgar y el índice, que permitiría pagar con la mano e incluso convertirse en la llave de casa. Y, por supuesto, la proposición del PSOE, ese incansable enemigo de la libertad, para "eliminar gradualmente el pago en efectivo, con el horizonte de su desaparición definitiva".

Pero lo que se está desarrollando a nivel mundial es de bastante mayor alcance. Porque uno de los objetivos de la Agenda 2030 de la ONU es proveer de identidad legal a todos los habitantes del planeta, medida especialmente urgente para los mil millones de personas que carecen de ella por vivir en países caóticos, haber tenido que buscar refugio precipitadamente o ser exciudadanos de países desaparecidos, como Yugoslavia. Para ello se ha puesto en marcha el proyecto denominado ID2020 (Identidad Digital 2020), presentado en la ONU en 2017 y en el World Economic Forum de Davos en 2019. Creado por la Rockefeller Foundation, Microsoft y Gavi-The Vaccine Alliance, su objetivo es identificar a todos los seres humanos por encima de los registros de cada Estado y concentrando todos los datos personales: carné de identidad, de conducir, pasaporte, currículo laboral, tarjetas de crédito, cuentas bancarias, historias médicas y de vacunación, etc. Y para garantizar que sea personal, intransferible y permanente, se emplearán las huellas dactilares, el iris de los ojos y otros datos biométricos.

Con todos estos datos y algunos otros inventados o salidos de madre, en los últimos meses se han multiplicado las acusaciones a magnates como Bill Gates de ser los dirigentes de una conspiración maquiavélica para instaurar en el mundo algo parecido a un Gobierno en la sombra. Pero, al margen de obsesiones conspirativas, a algunos malpensados nos da por imaginar que la combinación entre un Gobierno planetario y la tecnología moderna conseguirá una pesadilla totalitaria que ni en sus más húmedos sueños pudo imaginar ni el más dictatorial de los dictadores ni el más absoluto de los reyes absolutos. ¿Tan extravagante es sospechar que se podría llegar a penalizar a quien se negara a llevar consigo aparatos que permitan su rastreo y control? ¿Tan difícil es suponer que las represalias podrían ser económicas (impedir comprar), penales (tipificación de un nuevo delito de desobediencia) o políticas (ser señalado como opositor al régimen)? Y esto no es imaginación calenturienta: China acaba de implantar el llamado ’sistema de crédito social’, consistente en la vigilancia del comportamiento de los ciudadanos mediante cámaras de reconocimiento facial para que, según su puntuación, puedan obtener, por ejemplo, préstamos o permisos para viajar.

Finalmente, el pasado 26 de marzo, en plena pandemia, la Microsoft de Bill Gates registró en la World International Property Organization la patente de un sistema de criptomoneda que utiliza datos de actividad corporal, signifique eso lo que signifique. Y aquí viene el dato que aproxima toda esta confusión al argumento de una novela de suspense, porque el número de dicha patente es el 2020/060606. ¿Casualidad? ¿Dato irrelevante? ¿Humor negro?

Porque a este racional y escéptico juntaletras le ha dado por recordar, a pesar de sus escasas lecturas bíblicas, aquello que san Juan escribió hace dos milenios:

Fuele dado infundir espíritu en la imagen de la bestia para que hablase la imagen e hiciese morir a cuantos no se postrasen ante la imagen de la bestia, e hizo que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se les imprimiese una marca en la mano derecha y en la frente, y que nadie pudiese comprar o vender sino el que tuviera la marca, el nombre de la bestia o el número de su nombre. Aquí está la sabiduría. El que tenga inteligencia calcule el número de la bestia, porque es número de hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis.

(Apocalipsis 13, 15-18).

© Libertad Digital

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