Esos Borbones sin corona…

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La de los Capetos es actualmente la dinastía más antigua de Europa. Establecida en Francia en 987 tras la elección de Hugo Capeto al trono de Francia, subsiste a través de la Casa de Borbón, actualmente reinante en dos países (España y Luxemburgo) y la Casa de Orleáns, rama de esta última. Pero cada una de estas casas cuenta también con sus coronas sin reino: la primera, con la real de Borbón-Dos Sicilias y la ducal de Borbón-Parma; la segunda, con la real de los Franceses (usurpadora) y la imperial del Brasil (Orleáns-Braganza). Vamos a ocuparnos brevemente de cada una de ellas.
 
El Reino de las Dos Sicilias fue creado en 1816 por Fernando IV de Nápoles y III de Sicilia mediante la fusión de estas dos antiguas coronas. El monarca pasó a llamarse desde entonces Fernando I de las Dos Sicilias (o sea, pues, de la Sicilia Citerior o citra Pharum, que es Nápoles,y de la Sicilia Ulterior o ultra Pharum, que es la isla), retomando así el título que ya había ostentado (aunque sin continuidad) Alfonso V de Aragón: Rex utriusque Siciliæ. Entretanto ya había gobernado la friolera de 57 años y aún le quedarían 8 más de reinado. Era hijo de nuestro Carlos III, que lo había dejado sobre el trono partenopeo en 1759, al partir para ocupar el de Madrid, vacante por la muerte de su medio hermano Fernando VI. Carlos, por así decirlo, concedió la independencia a las antiguas posesiones españolas del sur de Italia, dándoselas en herencia a su hijo juntamente con su hombre de confianza Bernardo Tanucci.
 
Sicilia española
 
Pero, ¿cómo habían llegado a ser españoles esos territorios? Sicilia fue conquistada por los aragoneses en 1282 como consecuencia de las llamadas “Vísperas Sicilianas”, cuando los palermitanos, hartos del dominio de los Anjou, pasaron a cuchillo a los franceses al toque de vísperas del lunes de Pascua de aquel año y ofrecieron la corona a don Pedro III el Grande, que no se hizo de rogar y aceptó el espléndido regalo. Los Anjou se replegaron a Nápoles y allí reinaron hasta 1442, en que Alfonso V el Magnánimo arrebató el trono al rey Renato, añadiéndolo a la Corona de Aragón. Más tarde, en 1504, Fernando el Católico hizo pasar a Nápoles y Sicilia a su patrimonio, quedando así incorporados a la monarquía hispánica, que estableció en dichos reinos sendos virreinatos.
 
La Guerra de Sucesión Española, que trastornó el orden europeo, hizo perder a España sus posesiones itálicas. El Tratado de Utrecht asignó Nápoles a los Habsburgo (que ya ocupaban el reino desde 1707) y Sicilia a los Saboya (que con esto fueron promovidos de duques a reyes). En 1720, sin embargo, Víctor Amadeo II cambió Sicilia (que pasó también a Austria) por Cerdeña, creándose así el Reino Sardo-Piamontés. Pero estalló otra guerra de sucesión –la Polaca- y Carlos de Borbón, hijo de Felipe V y de Isabel de Farnesio (por la cual era ya duque de Parma), aprovechando la Guerra de Sucesión de Polonia, emprendió la reconquista de las Dos Sicilias, recuperando ambas coronas en 1734 y 1735 sucesivamente. Ya hemos visto cómo Carlos marchó a Madrid a reinar y dejó a su hijo los dos reinos que formaron a partir de 1816 el conocido popularmente como il Reame.
 
De Fernando I, tercer hijo de Carlos III (el primero, Felipe, era imbécil y fue excluido de toda sucesión; el segundo se convirtió en Carlos IV de España y de las Indias) arranca, pues, la Casa de Borbón-Dos Sicilias, que hubo de pasar por no pocas vicisitudes: la oleada revolucionaria de la campaña de Italia, la República Partenopea, la usurpación napoleónica, las intrigas del carbonarismo, el Risorgimento, la Expedición de los Mil y la usurpación piamontesa. En 1861, el Reino fue anexionado al Piamonte después de una heroica cuanto inútil resistencia en Gaeta y Civitella del Tronto (último baluarte de los Borbones que se rindió al usurpador saboyano). El expolio fue consagrado por un plebiscito que hoy no resistiría un mínimo análisis democrático. A partir de entonces, lo que había sido un estado próspero y adelantado (cuyo progreso documentado desmiente al mito liberal del retraso meridional) fue postergado por los intereses políticos y económicos de aquellos “chacales que sucedieron a los guepardos” (para emplear el lenguaje del príncipe de Lampedusa).
 
El actual jefe de la Casa Real de las Dos-Sicilias es Su Alteza Real don Carlos de Borbón-Dos Sicilias y Borbón-Parma, duque de Calabria e Infante de España, gran maestre de la Sagrada Orden Militar Constantiniana de San Jorge. Su especial estatuto dentro de la Casa Real Española le viene del hecho de ser nieto de doña María de las Mercedes, hermana mayor de Alfonso XIII, que fue princesa de Asturias hasta su muerte de sobreparto en 1904. Ésta se había casado con el conde de Caserta, Carlos Tancredo, nieto del rey Fernando II de las Dos Sicilias. La pareja tuvo tres hijos, siendo el mayor Alfonso, también conde de Caserta, que fue heredero aparente de la corona española hasta el nacimiento del primogénito de Alfonso XIII en 1907. Casado con la princesa Alicia de Borbón-Parma (una de las actuales abuelas de la realeza europea a sus 90 años y, dato curioso, reconocida como legítima heredera al trono del Reino Unido por un sector del Jacobitismo), fue el padre del actual duque de Calabria.
 
Los derechos de don Carlos son contestados por su primo Fernando, duque de Castro, sobre la base del Acta de Cannes de 1900, por la que el príncipe Carlos Tancredo había renunciado a la eventual sucesión de las Dos Sicilias al casarse con la Princesa de Asturias y entrar así en la sucesión española. En España, sin embargo, en base a un informe del Instituto Salazar y Castro y los dictámenes del Consejo de Estado y la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación –según los cuales tal renuncia ha de considerarse hoy inválida o, por lo menos, que quedó sin efecto–, se reconoce la jefatura dinástica del duque de Calabria, que la ostenta con gran dignidad. Está casado con la princesa Ana de Orleáns, hija del difunto conde de París, con la que tuvo cinco hijos: las princesas Cristina, María, Inés y Victoria y el príncipe Pedro, duque de Noto. De estos cinco vástagos la única que ha contraído matrimonio dentro de su rango es la princesa María, archiduquesa Simeón de Austria.
 
¿Sucesor de Juan Carlos I?
 
Y ya que de cuestión matrimonial se habla, hay que referirse al espinoso asunto de la vigencia o no de la famosa Pragmática de 1776 dada por Carlos III, que toca de lleno la posición del duque de Calabria dentro de la Familia del Rey. En efecto, suponiendo que aquélla sigue en vigor (y, en realidad, no ha sido nunca formalmente abrogada, siendo parte de las tradiciones de la dinastía histórica), se lo podría considerar como sucesor legítimo de don Juan Carlos, al quedar excluidos tanto el príncipe de Asturias como sus hermanas las infantas doña Elena y doña Cristina por haber contraído nupcias en contravención de la Pragmática (como lo están asimismo las infantas doña Pilar y doña Margarita por el mismo motivo). Pero, dadas las excelentes relaciones familiares entre los primos (el Rey hizo al duque de Calabria infante de gracia en 1994), no es probable que la cuestión pase de lo hipotético y meramente académico.
 
No tan cordiales fueron, en cambio, las relaciones de don Juan Carlos con otro de sus primos: don Carlos Hugo de Borbón-Parma, que se alzó con la legitimidad carlista reclamando para sí el trono de España. En realidad, este príncipe es, de derecho, duque de Parma y Piacenza, uno de los estados de la Italia pre-unitaria, más bien pequeño en extensión aunque enorme por significación artística y cultural (el Correggio y Giuseppe Verdi, por ejemplo, eran parmesanos de nacimiento). Creado por el papa Pablo III en 1545 como feudo para su hijo Pier Luigi Farnese, el ducado de Parma fue gobernado por sus descendientes ininterrumpidamente hasta la extinción de la línea masculina en 1731 con la muerte del duque Antonio. La sobrina de éste, hija de su hermano mayor Eduardo II (heredero de Ranucio II), era reina de España –donde se la conocía con el nombre castellanizado de Isabel de Farnesio– como segunda mujer de Felipe V. A través de ella pasó el ducado de Parma y Piacenza a los Borbones. Su hijo Carlos tomó posesión de él en 1732, pero al marchar a reinar a Nápoles dos años más tarde, lo cedió a su hermano menor el infante don Felipe, que es de quien desciende la fecunda casa de los Borbones de Parma.
 
El ducado experimentó también los avatares que provocó la Revolución. En 1801, Bonaparte lo incorporó a Francia, compensando al duque Luis I con el reino de Etruria, creado a partir del Gran Ducado de Toscana. Su hijo Carlos Luis recuperaría el trono ducal parmesano-placentino sólo en 1848, a la muerte de María Luisa de Habsburgo, después de haber sido rey de Etruria (derrocado en 1807 por Napoleón, que le prometió el ilusorio trono de la Lusitania Septentrional) y duque de Lucca (1815-1847). Este príncipe –que abdicó en su hijo Carlos III– vivió lo suficiente para ver cómo los sardo-piamonteses le arrebataban en 1859 su ducado hereditario a su nieto Roberto I, anexionándoselo con todo descaro mediante un plebiscito similar al que entregó las Dos Sicilias a los Saboya. Roberto I fue un príncipe prolífico como Príamo de Troya, habiendo engendrado nada menos que 24 hijos en dos matrimonios sucesivos. De esta progenie destacan Sixto y Javier (padre de Carlos Hugo) –que intentaron negociar, sin éxito, la paz de Austria con los Aliados en 1917– y la emperatriz austrohúngara Zita, madre del archiduque Otto de Habsburgo. Los Borbones de Parma volvieron a reinar efectivamente en un estado con el gran duque Juan de Luxemburgo, hijo del príncipe Félix, otro de los muchos retoños de Roberto I.
 
Carlos Hugo casó en 1964 con la encantadora princesa Irene de los Países Bajos, hija de la entonces reina Juliana. La novia se convirtió al catolicismo y la boda –celebrada en la basílica romana de Santa María la Mayor– dio una gran publicidad a la causa carlista. Se ha dicho que el príncipe de Parma fue un serio competidor de don Juan Carlos al trono de España antes de la designación de éste por Franco, en 1969, como su sucesor a título de rey. Pero se olvida que uno de los requisitos sine qua non de la Ley de Sucesión de 1947 para ejercer la jefatura del Estado era poseer la nacionalidad española y don Carlos Hugo no la tuvo hasta 1979. Por otra parte, el Caudillo difícilmente hubiera tomado en serio la candidatura de un príncipe que ya se significaba por sus posturas izquierdistas, las cuales le llevaron a hacer una imposible amalgama de las ideas carlistas con el socialismo autogestionario. En 1975, su padre don Javier “abdicó” en él sus reivindicaciones carlistas, pero su hermano don Sixto Enrique lo acusó de traicionar los ideales de la causa y lo declaró desposeído de sus derechos, erigiéndose él mismo en nuevo pretendiente al trono de España. El actual duque de Parma y Piacenza tiene cuatro hijos de la princesa Irene (de la que se divorció en 1981): Carlos Javier, príncipe de Piacenza y “duque de Madrid”; Jaime, conde de Bardi y “duque de San Jaime”; Margarita, condesa de Colorno, y María Carolina, marquesa de Sala. Esta última fue objeto en el año 2000 de las especulaciones de ciertos círculos, que la suponían candidata seria a convertirse en esposa del príncipe de Asturias, unión que habría acabado con las diferencias entre los Borbones de España y los de Parma.
 
Los segundones Capetos
 
Nos referiremos ahora brevemente a la Casa de Orleáns, rama segundona del gran tronco capeto. Procede de la Casa de Borbón a través de Monsieur, apelativo con el que se conocía a Felipe, duque de Orleáns, hermano menor de Luis XIV. Desde 1662 el patronímico de todos sus descendientes por agnación es el de Orleáns en lugar de Borbón. En otro artículo de esta misma serie ya nos hemos referido a la cuestión monárquica en Francia, mostrando cómo Luis Felipe de Orleáns, hijo de Felipe Igualdad, se hizo con el trono de Francia, aprovechando a su favor la Insurrección de Julio de 1830, que había expulsado de él a Carlos X, el rey legítimo. Con todo, hay que decir que Luis Felipe I se hizo llamar “Rey de los Franceses” y no “Rey de Francia”, queriendo así subrayar que su monarquía –en sus propias palabras– “nada debía al pasado”. Rehusó hacerse ungir y coronar en Reims (no fue, pues, rey por la gracia de Dios); en cambio, juró la Carta Constitucional de 1830 (introducida en el escudo francés, del que significativamente fueron desterradas las lises), dando por caducada la constitución tradicional del antiguo reino. Así pues, los Orleáns actuales tienen, por supuesto, derecho a reivindicar la corona que les corresponde, pero ésta no es ciertamente la de los Capetos, sino la liberal instaurada en 1830.
 
Un nieto de Luis Felipe I de los Franceses, Gastón de Orleáns, conde de Eu (hijo del duque de Nemours y Victoria, princesa de Sajonia-Coburgo y Gotha), se casó con la princesa heredera del Imperio del Brasil, Isabel de Braganza, conocida como la Redentora por haber abolido la esclavitud durante uno de los períodos de su regencia en ausencia de su padre, el emperador Pedro II. De esta pareja surgió la Casa de Orleáns-Braganza, actual titular de los derechos al trono brasileño. De esta rama de los Capetos nacieron, entre otros: Isabel, condesa de París (madre del actual pretendiente orleanista y dama que fue de gran clase y simpatía) y don Pedro Gastón de Orleáns-Braganza, príncipe del Gran Pará (tío por alianza del rey don Juan Carlos al haberse casado con doña Esperanza de Borbón-Dos Sicilias y Orleáns), recientemente fallecido. Este último fue protagonista de una campaña para la restauración de la monarquía en el Brasil con motivo del plebiscito al que fueron convocados los brasileños en 1993 para elegir forma de gobierno. La opción representada por don Pedro Gastón alcanzó más del 10% de los votos, proporción sorprendente y nada desdeñable habida cuenta de haber pasado por entonces más de cien años desde la caída del Imperio y sin que se hubiera favorecido una sólida cultura monárquica en la nación sudamericana. Después del fracaso del modelo político liberal y de las utopías marxistas en Iberoamérica, hubiera sido interesante el aporte de la experiencia de la tradición.

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