Parece obvio que los socialistas en general, y los socialistas españoles en particular, tienen un serio problema con la política económica: por donde pasan, no crece la hierba. Es verdad que, con frecuencia, eso se debe a la propia visión socialdemócrata, más preocupada siempre por repartir la riqueza que por crearla. Es también eso lo que, en etapas anteriores, justificaba su existencia y, sobre todo, lo que permitía a los socialistas contestar a sus críticos con argumentos convincentes. “Es que no llego a fin de mes, oiga”, decía el ciudadano. Y el ministro socialista, en los buenos viejos tiempos, podría contestar: “Cierto, pero, a cambio, todo el mundo tiene una vivienda digna, la escolaridad es universal, a nadie le falta asistencia sanitaria, los viejos tienen pensiones razonables…”. Eso contestaban en Alemania o en Suecia cuando entró en crisis el Estado del Bienestar. Ahora bien, eso es agua pasada. Y hoy, ¿qué pueden contestar Zapatero y Solbes?
Solbes y Zapatero no pueden contestar nada sensato, y esa es su tragedia. Al ciudadano que les reprocha “oiga, es que no llego a fin de mes”, el actual Gobierno sólo puede responder: “Sí, bueno, pero no se queje, que a cambio tenemos la ley de memoria histórica, el estatuto de Cataluña, dos partidos proetarras en las instituciones vascas, la educación para la ciudadanía y el matrimonio homosexual”. La respuesta es digna de una antología del disparate. Como no pueden contestar eso, recurren a acusar al propio ciudadano, culpable de administrar mal sus dineros; que somos unos despilfarradores, hombre. Y se quedan tan anchos.
La fórmula mágica tenía fecha de caducidad
Bien: ¿Qué ha hecho el PSOE en materia económica en estos cuatro años? Salvo el consabido reparto de prebendas, nada; absolutamente nada. Al revés, ha mantenido intacto el modelo de crecimiento inaugurado por Aznar, reproduciendo todos sus defectos y prescindiendo de algunas de sus virtudes. El modelo del aznarato fue una especie de apuesta por el crecimiento “a la taiwanesa”: acelerar la producción, acelerar el consumo, acelerar la circulación de dinero. Hay que decir que el modelo funcionó extraordinariamente bien. Teniendo en cuenta cuáles eran los (numerosos) problemas económicos de España en 1996, desde el paro galopante hasta la quiebra de la Seguridad Social, la política del azanarato fue agua de mayo: hubo mucho más empleo, luego hubo mucho más consumo, luego se estimuló la producción, y con ella la circulación de dinero, y con ella el endeudamiento privado, y con él la construcción, y con ella el empleo, y así sucesivamente. Pero la fórmula mágica tenía fecha de caducidad.
Nadie ignoró nunca que el modelo tenía sus puntos débiles. Primero, porque ponía casi todos los huevos en la cesta de una actividad secundaria, la construcción, siempre subordinada al precio del dinero (que ha de estar barato para que la vivienda se pueda comprar, y que no depende del Estado) y a la disponibilidad de mano de obra temporal e igualmente barata. Además, porque el sistema se basaba en una entrada masiva de mano de obra extranjera, inmigrante, dispuesta a trabajar con salarios bajos, que representaba un evidente alivio a corto plazo y un evidente riesgo a plazo largo. Pero esas son precisamente las cosas que un Gobierno posterior, pasado el tirón del crecimiento superlativo, tenía que haber corregido. Ignoramos si el PP hubiera sido capaz de hacerlo en caso de vencer en 2004. Lo que sabemos es que quien venció, el PSOE, no lo ha hecho. Hoy pagamos las consecuencias.
La situación, hoy, es que se acercan las vacas flacas y nadie guarda pienso en el establo o, para ser más tecnocráticos, que el Gobierno carece de un repertorio de medidas eficientes. Los precios están subiendo que es una barbaridad. “Es que suben en todas partes”, dice el Gobierno. Bueno, sí, es verdad, pero ¿por qué en España más que en los otros países europeos? “Porque aquí estaban demasiado bajos”, dice el consejero (¿o conejero?) de Economía del Gobierno andaluz. A ese hombre habría que denunciarle por tomarnos por tontos. Mientras tanto, la realidad es que en España pasan cosas muy curiosas; por ejemplo, que determinados productos llegan al mercado con su precio multiplicado cuando en origen no sólo no han sido más caros que antes, sino que se ha pagado menos al productor. Ese es el tipo de cosas que un Gobierno debería poder controlar. Este Gobierno, no.
¿Qué política económica presenta el socialismo español? Su fórmula puede sintetizarse así: la de Aznar más abundantes dosis de retórica amable. Ahora bien, la política de Aznar ya no funciona porque el dinero se ha puesto muy caro. Y sin medidas de reserva, sin un “plan B”, no queda más que la retórica ofensiva: comed conejo, no dejéis propinas, apretáos el cinturón. Es el eslogan de un gigantesco fracaso.