¿Por qué diablos quieren hacernos comer insectos?

Tras el pensamiento único políticamente correcto llega el plato único gastronómicamente correcto «condimentado» con larvas, insectos y carne sintética. Claudio Messora entrevista sobre ello al filósofo Diego Fusaro, autor de 'La dittatura del sapore' [La dictadura del gusto] publicado por Rizzoli.

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Insectos, larvas y carne sintética: la dictadura del gusto está servida

Fusaro afirma: «Un gesto aparentemente banal, el de comer, que sin embargo tiene un fuerte valor simbólico, pues el hombre es el único animal que come no sólo para aliviar el vientre, sino también por el placer de compartir la mesa».

Hoy, sin embargo, las llamadas «clases dominantes» quieren vaciar este gesto de todo su valor. Nos enfrentamos a un ataque a la mesa que se convierte también en un intento de destruir nuestras tradiciones. Y lo que une a la gente no agrada a la sociedad capitalista contemporánea. Así que también estamos perdiendo la convivialidad de la comida y esto está ocurriendo con la invasión de la comida para llevar, las aplicaciones de reparto y otras herramientas tecnológicas. Además, estamos introduciendo alimentos que no incentivan ni la convivencia ni el sabor.

El capitalismo en la mesa: el «modelo McDonald’s»

La forma de entrar en contacto con otra sociedad, incluso antes de estudiarla, es saborearla. A este paso, sin embargo, podemos despedirnos de la pluralidad gastronómica que se está evaporando.

La culpa es de un nuevo modelo globalizado y estandarizado. Pensemos en McDonald's: ha introducido esta «revolución» que hace posible comer la misma hamburguesa, servida en lugares idénticos, por personal vestido de la misma manera, en cualquier rincón del planeta. No es casualidad que el símbolo de McDonald's sea hoy más reconocible que los símbolos religiosos.

Es la era de la comida rápida, de la comida basura que hay que consumir rápidamente: «El modelo McDonald's es modelo de la globalización. O más bien deberíamos llamarlo «glebalización», señala Fusaro.

¿El resultado? Hoy en día, la globalización gastronómica, como la define el autor, se ensaña con el vino pero no con las bebidas azucaradas producidas por empresas multinacionales.

Grillos, larvas, insectos y carne sintética. Y «buen provecho»...

Pero ¿por qué aumentan constantemente las presiones para introducir grillos, larvas, harina de insectos y carne sintética en nuestras mesas?

La excusa es que son proteínicos, nutritivos y, sobre todo, respetuosos con el medio ambiente, pero —observa el filósofo— no encajan en nuestra cultura gastronómica. No se trata de una evolución de la cultura natural, sino simplemente del deseo de imponer una comida unificada adaptada a los paladares de la nueva plebe. Estas comidas tienen un doble objetivo inconfesable: por un lado, alimentar a la nueva plebe. Pero por otra parte, también hay un elemento de destrucción de la identidad en la mesa. Esta imposición beneficia a la deconstrucción de nuestras identidades en la mesa.

Para Diego Fusaro: «La carne sintética es el emblema de la civilización de la tecnología». Hace apenas un año, el Parlamento aprobó el proyecto de ley sobre la llamada carne sintética que prohíbe su producción y comercialización.

Insectos, larvas y carne sintética: así atacan al «Made in Italy» y a nuestras tradiciones enogastronómicas

La cuestión es que los grandes grupos también se apropian de identidades a través de los alimentos y destruyen la cadena alimentaria. Esto es aún más grave en un país como el nuestro, que cuenta con el mayor número de productos con denominación de origen, como DOC, DOCG, IGT.

Un proceso que también pasa por un adoctrinamiento machacón hacia las nuevas generaciones.

Además de la cuestión cultural, existe también una económica. Como señala Messora: «Un kilo de harina de trigo cuesta 1,50 euros, mientras que un kilo de harina de grillo cuesta 70 euros. Es una estratagema más para meternos la mano en el bolsillo».

La paradoja de la sostenibilidad

En su reseña del libro, el periodista Marcello Veneziani, del semanario Panorama, afirma que: «La retórica de la sostenibilidad alcanza excesos grotescos: no se alardea de las cualidades de un producto, sino de que sea ecosostenible».

«Así son las cosas: ya no cuentan ni la bondad ni el elemento simbólico, sino que los alimentos deben ser buenos para el medio ambiente. Para defender lo que somos, tenemos que defender lo que comemos», concluye Fusaro.

 © Byoblu

 

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