Margherita Sarfatti (véase apostilla al pie del artículo)

Las leyes de igualdad salen torcidas

El aspectismo discrimina a la mujer, y eso es grave. Se puede ser ministra por guapa, pero nunca por cajera. Por eso salen torcidas las leyes de igualdad.

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 Vivimos una silenciosa discriminación social por el aspecto físico. Sociólogos y psicólogos coinciden en señalar la necesidad de buscar remedio. Los ingleses, que tantas veces se anticipan, le han puesto nombre: lookism. Se forma como racism y sexism (racismo y sexismo). En español podría equivaler a aspectismo, voz que la RAE ni ha añadido ni añadirá, porque no sentimos, salvo en rarezas como ésta, la necesidad de utilizarlo. Sin embargo, acaba de añadir edadismo, que es el rechazo a las personas mayores.

Los feos y las feas no son, como algunos pretenden para justificarse, perezosos que no le sacan partido a la cosmética. Sabemos, aunque no lo decimos, que incluso cuando la aprovechan sigue sin cambiar su aspecto. En la mujer resulta evidente. A veces se excusa, aunque los pretextos sean falsos. Dirán que depende de quien observa y, en caso de que una mayoría coincida, anteponemos la personalidad, el carisma, la simpatía, la gracia y en general la llamada generosamente belleza interior. Son mentiras piadosas que cubren con tonos rosas la marginación de la mujer que no supera el listón social del aspecto físico. Ese rechazo es más grave que el racismo y el sexismo, y sin embargo ningún grupo social se atreve a denunciarlo porque la sociedad, miedosa con el exagerado principio, ni siquiera admite que exista.

Todo lo que sea discriminar, marginar o entorpecer la carrera de una mujer como consecuencia del comportamiento de su pareja está duramente sancionado, y hay que alegrarse de ello, pero si la marginación se produce porque no cumple con los cánones estéticos, el agravio queda, digámoslo sin tapujos, socialmente aceptado.

Un disminuido físico cuenta con ayudas sociales para mejorar su integración. Una mujer lesionada por la beldad no cuenta con ayuda alguna. Vetado el acceso a privilegios, puestos y oficios, ve restringidos sus espacios. Son argumentos tan delicados, tan desatinados, tan difíciles de abordar, tan imposibles de ajustar, tan escabrosos, tan capaces de herir las conciencias, que hemos acordado correr un velo y prohibir destaparlo.

Una distribución tan desigual y las inexistentes oportunidades de las desamparadas tampoco parecen interesarle a Irene Montero, ministra de igualdad de gestos toscos y rudos modales – y otra vez entro en lo políticamente incorrecto – que accedió al puesto impulsada por el azar, pero habría sido imposible sin superar el listón del aspectismo. Lo que corre más en contra de la mujer no son los maltratos de sus parejas, ni siquiera la desconsideración en el mundo laboral, aunque también, sino suspender en belleza.

La afrenta encubierta

En las tiendas de lujo la parcialidad ha predominado en la revisión de los currículos. Es imposible denunciarlo. Los responsables, queda claro, se fijan mucho más en méritos que no figuran por escrito.

Obediente a los principios de igualdad dictados por el Politburó, la línea aérea Aeroflot contaba con azafatas de todo tipo, con predominio de aquellas que no superaban las exigencias sociales del aspecto. En los primeros años del siglo XXI mantenían sus puestos de trabajo. En cuanto Aeroflot empezó a competir con otras aerolíneas, la plantilla fue sustituida por otra más comercial. ¡Menudo eufemismo!

Al famoso actor Fernando Fernán Gómez se le ocurrió decir antes de que la censura de lo políticamente correcto lo impidiera, pues hoy sería imposible, que cómo le iba a gustar a él una mujer por culta. Y añadió: "No, no, no, vamos…, atraerme…, no. No, hombre, no. Si además no lo digo como chiste ni como nada, sino que me parece como inverosímil. Me puede gustar por culta para maestra, claro, pues que venga de seis a siete, y cuánto cobra, y que me enseñe filosofía medieval o algo así. Lo otro es que no tiene relación." Muchos piensan como él, incluso el líder padre de los hijos de Irene la ministra, pero está prohibido decirlo. Queda vetado todo estudio sociológico. Se puede pensar, y que se note que se piensa, pero no decir. El autor de Las bicicletas son para el verano se jactaba de enamorarse por la belleza, y nada más. Y no le importunaba reconocer abiertamente el machismo. Hoy sería imposible.

Es verdad que algunos indicios, pocos, permiten pensar que la mujer empieza a tener prestigio social ajeno a su belleza, pero también es cierto que estamos en los prolegómenos y que no está clara la continuidad.

Una solución difícil

Resulta fácil frivolizar, y mucho más espinoso poner los medios para que una buena parte de las mujeres no vean sus vidas frustradas por haber tenido menos suerte en la distribución del aspecto. Me niego a creer, aunque parezca difícil, que no se puede hacer nada.

Quienes menos lo van a reivindicar, estoy seguro, son las feministas, en especial las exaltadas, tan reacias a reconocer los méritos o carencias de la beldad o la fealdad, ni siquiera a reconocer o distinguir la belleza y la fiereza. La mayoría de las mujeres, tan distantes como escurridizas, rechazarían abordar el tema. Y las entiendo. Mientras tanto perjudicamos irremisiblemente a un sector desafortunado para el que la marginación se ejerce y nadie discute.

El aspectismo discrimina a la mujer, y eso es grave. Se puede ser ministra por guapa, pero nunca por cajera. Por eso salen torcidas las leyes de igualdad.


APOSTILLA A LA IMAGEN DE PORTADA

Margherita Sarfatti (Venezia, 1880 - Laco di Como,1961)."la amante judía de Mussolini, musa del primer fascismo", como reza el título dela biografía novelada de Javier R. Portella, de próxima publicación.

A veces, en efecto, para salir rectas, las leyes, antes que iguales tienen que ser desiguales. 

 

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