«Imagina no luchar contra la vergüenza, ni siquiera una sola vez en la vida.»
Martha Stout
Se repite mucho lo de la psicopatía de Pedro Sánchez, algo que quizás simplifica las cosas en exceso pues ignora los problemas estructurales o constitucionales. Habría una fórmula intermedia: que no sólo Sánchez sea un psicópata, que lo sea el gobierno en su conjunto. El régimen entero.
Este sistema de gobierno existe, ha sido analizado. Sería la patocracia, cuando una minoría de psicópatas gobierna a una mayoría de personas normales. Lo teorizó Andrzej Lobaczewski, psiquiatra y sociólogo polaco que partió del estudio del nazismo y el comunismo para crear una disciplina apenas esbozada, la ponerología, el estudio del mal aplicado a la política.
La patocracia, a la que se llega por la acción combinada y sucesiva de doctrinarios, esquizoides y paranoicos, cumpliría la ley de hierro de las oligarquías. Los oligarcas, que ya sabemos son amigos, serían además psicópatas.
Esto se extendería a toda la sociedad. Las personas con rasgos psicopáticos prosperarían en ella. Lo explica el mencionado autor en La ponerología política: «En una patocracia, todos los puestos de liderazgo deben ser ocupados por individuos con trastornos psicológicos que, por lo general, son hereditarios (…). En semejantes condiciones, ningún área de la vida social puede desarrollarse con normalidad.
Los oligarcas, que ya sabemos son amigos, serían además psicópatas
Ya sea la economía, la ciencia, la tecnología, la administración, u otras. La patocracia lo paraliza todo progresivamente. Las personas normales se ven obligadas a desarrollar un grado de paciencia superior al de cualquiera que viva en un sistema del hombre normal, simplemente para poder explicar qué se debe hacer o cómo hacerlo a un trastornado psicológico de obtusa mediocridad colocado al mando de cualquier cosa o departamento».
Lobaczewski y sus compañeros estimaron que aproximadamente el 6% de la población constituye la estructura activa de un régimen así, con mínimas variaciones por países, y que, dentro de ese porcentaje, el 0’6% son psicópatas esenciales.
El doble de individuos, alrededor del 12%, conforman el segundo grupo: aquellos que han logrado modificar su personalidad para cumplir con las exigencias de la nueva realidad. No son psicópatas, solo se adaptan. «Este segundo grupo está compuesto por individuos que, en promedio, son más débiles, de salud menos robusta y menos vitales. La frecuencia de enfermedades mentales conocidas dentro de este grupo es dos veces mayor que el promedio nacional. Podemos entonces asumir que la génesis de su actitud sumisa hacia el régimen (…) incluye diferentes anomalías relativamente indetectables».
El grupo que equivale al 6% constituye la nueva nobleza; el grupo del 12 % forma progresivamente la nueva burguesía, cuya situación económica es la más ventajosa. Juegan un papel importante. Al adaptarse a las nuevas condiciones sin problemas de conciencia, los integrantes de este segundo grupo se transforman en tramposos y, simultáneamente, intermediarios entre los que mandan y los que obedecen. «Dado que poseen mejores capacidades y aptitudes técnicas que las de los miembros del grupo patocrático activo, asumen diferentes puestos gerenciales».
De esta forma, sólo el 18% de la población total de un país está a favor del nuevo sistema de gobierno. Aunque la intensa propaganda afecta a la persona normal debilitando sus procesos de pensamiento y su capacidad de autodefensa, a los normales les cuesta adoptar un pleno compromiso con la patocracia porque eso «devastaría su personalidad y engendraría neurosis».
Para Lobaczewski, hay otra diferencia fundamental entre el patócrata (psicópata al mando) y el hombre normal. «Una persona que carece de privilegios o de un puesto alto saldrá en busca de trabajo y realizará tareas que le permitan ganarse el pan. Por el contrario, los patócratas nunca han tenido habilidades prácticas sólidas, y el tiempo que dura su mandato elimina cualquier posibilidad de que puedan llegar a adaptarse a las demandas del trabajo normal». Por eso, los patócratas son muy conscientes de su destino si perdieran el poder. Difícilmente llegarían a los mil quinientos euros.
No se debe confundir la subdivisión en tres (psicópatas, adaptativos y normales) con la de los miembros de diferentes partidos. Lo ideológico es secundario y la ideología inicial es sustituida. Los patócratas saben que su verdadera ideología es producto de su naturaleza trastornada, no la «otra», la ideología máscara de cordura con la que se disfrazan. Los partidos compartirían así, tras la aparente discrepancia, una ideología de fondo, enfermiza y psicopática. Estaríamos ante una patocracia partitocrática (perdón), un sistema de mando y colocación de los psicológicamente enfermizos que va desarrollando un lenguaje novedoso y una estructura paralela a la realidad: una paralógica, una paramoralidad y un doplepensar que considera inmoral cualquier oposición. ¿Y si nuestro Consenso evolucionara según unos mecanismos y unas claves psicológicas de funcionamiento y adscripción que primaran lo no moral, lo no empático, lo no capaz de vergüenza?
En opinión de Lobaczewski, contra esto los sistemas legales pueden muy poco. La Ley no sería apoyo suficiente para contrarrestar un fenómeno así. Al contrario, los psicópatas se aprovecharán del modo de pensamiento jurídico. Para Lobaczewski, esto convierte la patocracia en el sistema social del futuro y al psicópata en el tan esperado Hombre Nuevo.
© La Gaceta
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