La nueva derecha y el capitalismo

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No cabe duda, cincuenta años después de que la Nueva Derecha (la 'Nouvelle Droite' en su lengua de origen) viera la luz en Francia, una nueva derecha está prácticamente extendida por toda Europa. Las mueven a ambas tanto similar ansia por la identidad histórica y colectiva, antiindividualiista, pues, como una parecida oposición a los valores con los que el capitalismo liberal nos somete a un Mercado (con apabullante mayúscula) que nada tiene que ver con el mercado, con el mero intercambio mercantil como tal.


El filósofo colombiano Nicolás Gómez Dávila escribió que el capitalismo es «la deformación monstruosa de la propiedad privada por la democracia liberal».

Esta provocativa declaración me vino a la cabeza hace unos años cuando leí que el gobernador republicano (derechista) de Kansas declaró que la inmigración masiva era imprescindible para que se expandiera la economía del estado durante las próximas décadas: es decir, que el gobernador dijo que la población actual de Kansas y sus derechos, su seguridad y sus propiedades, así como las de sus descendientes, son menos importantes que incrementar la producción de bienes y servicios bajo la métrica del Producto Interior Bruto.

Esta idea del gobernador me parece excelente. En ausencia de religión, está muy bien que la gente rece en el altar de incrementar la producción de bienes y servicios. A algo van a rezar, eso es obvio. Lo que no tengo muy claro es que la idea sea intrínsecamente conservadora o nacionalista: es decir, de derechas.

Hace unos días, el portal Libre Mercado, que suele contener material de calidad, tuvo a bien publicar lo que entiendo es una traducción de un texto del historiador alemán Rainer Zitelmann, en el que acusa al partido alemán de la nueva derecha, Alternativa para Alemania (AfD) por sus siglas en alemán, de «abrazar el anticapitalismo».

En su texto, Zitelmann examina las declaraciones sobre temas económicos de Maximilian Krah, quien acaba de ser elegido cabeza de lista de AfD, ahora mismo el segundo partido alemán en las encuestas, para las próximas elecciones al Parlamento Europeo.

La conclusión de Zitelmann es que las ideas económicas de Krah tienen mucho que ver con las de la izquierda política. ¿Qué quiere eso decir? Leamos esta cita tenebrosa de Krah, por ejemplo:

«La política de derecha, que se construye alrededor del arraigo del ser humano. Esa noción de una vida centrada en la persona, con la identidad como concepto fundamental, está siempre en tensión con el mercado», dice Krah. El mercado «no muestra consideración por la tradición, por la naturaleza o por la identidad» y no brinda la debida «dignidad humana». Según Krah, esa es la razón por la cual los partidos de derecha deberían «oponerse resueltamente al radicalismo de mercado».

El pobre gobernador de Kansas, buen cristiano de boquilla como era, temblaría en su silla al leer esto. ¿Que el mercado no está por encima de las personas? Esto es comunismo nivel San Agustín de Hipona. Todo el mundo sabe que Jesús llegó a la tierra a conservar venerables tradiciones económicas como los mercados de esclavos y de niños para las minas; y a asegurarse de que los millonarios entren los primeros en el cielo, es de Primero de Nuevo Testamento.

Zitelmann se queja de que el término «radicalismo de mercado» es también muy querido por gente de izquierdas. Su lógica es chocante: ¿sugiere que cualquier cosa que haya dicho alguien de izquierdas carece de cualquier valor y es errónea? ¿Qué no podemos encontrar una sola idea valiosa en todos los tomos de Sartre, de Zizek y de García Lorca? Esa idea sí me parece radical, francamente.

Hay un punto clave en la denuncia de Zitelmann, y es su queja de que Krah critica la «venta de casi todas las corporaciones más grandes de Alemania» a los «buitres capitalistas de BlackRock» y otras empresas de Estados Unidos. Para mí, esto es lo que los jugadores de póker llaman un tell, un gesto involuntario: una indicación clara sobre la mano que lleva Zitelmann.

BlackRock, para los iniciados, es la mayor firma de gestión de activos del mundo. Ahora mismo, gestiona más de US$10 billones (con B, de los billones nuestros: es decir, unas seis economías españolas) en fondos de pensiones, dotaciones, fondos de inversión de diversos tipos, fideicomisos, etc. Esto equivale a más del 10% del producto interior bruto mundial. Sus fondos se encuentran entre los tres mayores accionistas en más del 80% de las empresas del índice S&P 500, el mayor de la bolsa estadounidense.

Como administrador de millones de inversores, BlackRock ejerce un amplio poder de voto, que utiliza para respaldar a equipos gestores, para empujarlos en nuevas direcciones o para enviarlos a su casa si no hacen lo que dice. BlackRock es accionista clave en, por ejemplo, Iberdrola, donde de momento tolera al presidente Ignacio Galán.

BlackRock tiene sus zarpas por todos lados, hasta el punto de que en 2020 anunció que pondrá presión sobre empresas de todo el mundo para que consigan una mayor diversidad étnica y de género en sus juntas directivas y su plantilla, usando su gran influencia –dado que es accionista, a través de sus fondos, en numerosas firmas de casi todos los sectores– para votar en contra de los directivos que no tomen medidas en este sentido.

Para empezar, BlackRock ha estado pidiendo a las empresas estadounidenses que revelen la composición racial, étnica y de género de sus empleados, como parte de las medidas que están tomando para promover la diversidad e inclusión. No va de farol. En 2021, Engine No.1 LLC, un fondo activista en favor del progrecapitalismo (woke capitalism), ganó una batalla por el poder en la gigantesca petrolera Exxon Mobil Corp. pese a ser minúsculo y tener sólo un puñado de acciones; lo que tenía es el apoyo de grandes administradores de índices como BlackRock Inc.: Engine No.1 le dio a BlackRock lo que quería (influencia práctica sobre Exxon), y BlackRock le dio a Engine No.1 lo que quería (una victoria en una pelea por el poder).

El año pasado, en un perfil del Wall Street Journal sobre el jefe de BlackRock, Larry Fink, se detalla muy bien cómo Fink parece un súpervillano de película de 007, que se identifica orgullosamente como demócrata (de izquierdas) dispuesto a influir en la política energética de todas las empresas y todos los países; Fink explícitamente defiende que «los inversores y las empresas deben trabajar junto con el gobierno para abordar problemas generales».

¿Es, entonces, este defensor multimillonario del corporativismo de izquierdas alguien a quién no se puede criticar desde la derecha? ¿Y por qué no?

El problema de Zitelmann es que vive en los 1990, rodeado de libros de Ludwig Von Mises y Ayn Rand, creyendo que la gran empresa es una fuerza fundamentalmente conservadora y de orden, lo que en 2023 es una posición entrañablemente ignorante. Es como un veterano de las guerras napoleónicas que en el reinado de Isabel II sigue preocupado porque vuelva el «monstruo de Córcega».

Si siempre se han preguntado cómo es posible que los niños pijos de los colegios de pago acaben dirigiendo el PSOE, Podemos, Más Madrid y la CUP (el partido con más votantes entre la clase alta catalana), por qué la gran empresa se pasa el día promocionando el argumentario de la extrema izquierda, agitando para que todo derechista sea expulsado de las redes sociales, coordinando las expulsiones de modo que sean implementadas en el mismo día y el mensaje de rechazo quede claro y dejando en la calle a todo aquel que se oponga a causas progresistas, aquí está su respuesta: porque saben que la derecha está llena de gente con buenas intenciones, como Zitelmann, que no se entera.

© La Gaceta

 

 

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